El diablo

1275 Palabras
—Bueno, en primer lugar, me sorprendió. En segundo: no propuso matrimonio porque quería, lo hizo para que pudiera detener el proceso de sustitución. Y tiene algo contra Owen. No seré utilizada como una herramienta en lo que sea que tengan que hacer —dijo Selene con firmeza. —¿Habría sido tan malo aceptar a Pete y olvidar la escandalosa propuesta de Pierce? —preguntó Ana. Selene deliberó en silencio sobre la pregunta. Para una mujer soltera de 35 años, una propuesta era una gran oportunidad. Pero ella no era del tipo que seguía el camino convencional. Eso era evidente en la forma en que vivía su vida: había dejado el negocio familiar para construir su propia empresa, y le iba bien. Si contar ovejas negras en la familia seguía siendo una práctica, definitivamente calificaba como una. En la familia Grimm, todos eran abogados, fiscales o jueces. Su apellido estaba vinculado a los negocios legales más importantes de Nueva York. Otros bufetes intentaban mantenerse en buenos términos con ellos, ya sea como aliados o asociados. Selene era una de las pocas que se había desviado del camino preestablecido, y lo hacía con orgullo. Aceptar el anillo habría sido lo "correcto". Pero Selene Grimm no hacía lo correcto, hacía lo que era correcto para ella. —Creo que tomé la decisión correcta. Ya estoy haciendo esto —dijo con valentía. Pero en el fondo, añadió para sí misma: Incluso si no sé a dónde me llevará esta ruta. . . . Un zumbido interrumpió sus pensamientos; el teléfono vibraba en el tocador. Cuando lo tomó, vio que era Owen. —Hola —dijo Selene, contestando la llamada. Su voz grave resonó en el auricular. —Hola. ¿Cómo estás? —Estoy bien. ¿Qué pasa? —preguntó, mientras escuchaba el ruido del agua al fondo. Owen terminó de lavarse la cara y fue directo al grano. Había estado siguiendo de cerca la situación con Pete gracias a su detective privado. Sabía que Pete le había propuesto matrimonio a Selene, claramente como un intento de detener su acuerdo de subrogación. Quería escuchar directamente de ella si eso había cambiado algo. —¿Hablaste las cosas con tu ex? —preguntó con calma. Selene suspiró. —Como tú mismo dijiste: es mi ex. No había mucho que decir —respondió, aunque sabía que era una mentira. Pete no estaba tomando las cosas con calma, y la reciente propuesta aún rondaba en su mente. —Muy bien —dijo Owen, satisfecho por ahora—. Solo quería asegurarme de que seguimos adelante con el procedimiento. —Sí, lo estamos —respondió ella con seguridad. Eso lo emocionó de una manera que no entendía del todo. —¿De verdad quieres seguir adelante? —insistió. —Sí, Owen. Estoy segura —afirmó. . . . Mientras tanto, en su oficina, Pete caminaba de un lado a otro con frustración. No podía creer que Selene hubiera rechazado su propuesta. Había pensado que con ese gesto, podría detener la relación entre ella y Owen Pierce. Solo el nombre de Owen le daba náuseas. Odiaba a ese hombre. Era astuto, manipulador, y capaz de arruinar a cualquiera, como lo había hecho años atrás. ¿Por qué Selene no puede ver más allá de su buena fachada y darse cuenta del diablo que realmente es? Golpeó la mesa con rabia, recordando la forma en que Owen casi había acabado con él años atrás. Había sido un proyecto multimillonario que involucraba a una tercera empresa. Tanto Pete como Owen habían sido convocados para colaborar en un acuerdo tecnológico que se suponía que una sola empresa no podía manejar por sí sola. Desde el primer encuentro, Pete supo que Owen Pierce apestaba a dinero. El hombre era, literalmente, un dios andante en el mundo de la tecnología. Fundador de una de las empresas más innovadoras del sector, Owen no solo reclutaba a los mejores promotores de la ciudad, sino que tenía una preferencia notable: la mayoría eran ucranianos, considerados los mejores desarrolladores del mundo. Además, él mismo era un gurú del desarrollo, lo que le había ganado el respeto y la admiración de toda la industria. Pete, por otro lado, era el fundador de una prometedora startup que apenas comenzaba a despegar. Aunque le iba bien en su campo, sabía que no estaba al nivel de alguien como Owen Pierce. Aun así, entró a aquella reunión con orgullo, dispuesto a demostrar que no era un simple aficionado. Desde el principio, ambos hombres dejaron en claro sus personalidades: Owen era un fanático del control, mientras que Pete no era alguien que se dejara pisotear. Pese a sus tensiones iniciales, ambas empresas decidieron colaborar en un ambicioso proyecto: desarrollar una tecnología de inteligencia artificial capaz de reconocer imágenes y describir objetos con precisión. —Lo que más me preocupa es la tercera empresa —había dicho Owen durante una de las últimas reuniones. —Como no aparecieron, están fuera del trato. Eso significa más recortes para nosotros —respondió Pete con indiferencia. La tecnología estaba casi lista, y ambos socios parecían satisfechos. Cerraron la última sesión de trabajo con la expectativa de que el acuerdo se concretaría al día siguiente. Pero la mañana siguiente, Pete se despertó con noticias devastadoras: el acuerdo había sido cancelado. —¿Qué quieres decir con que está cancelado? —preguntó a su asistente personal, incrédulo—. Cerramos el trato anoche. Deberíamos estar hablando de los pagos, no de esto. Cuando su asistente insistió en que era cierto, Pete salió apresuradamente hacia las oficinas del promotor. Allí, intentó mantener la compostura al hablar con la secretaria, una mujer amable que solía ser receptiva a su encanto. —¿Qué está pasando? —preguntó con una sonrisa forzada, ocultando su rabia. La secretaria revisó el sistema y luego lo miró con algo de incomodidad. —El otro socio ya recibió su p**o esta mañana —dijo. Las palabras fueron como un golpe en el estómago. Pete sintió que estaba viendo una película, solo que esta vez, él era el personaje engañado. —¿Pagado? ¿Hoy? —repitió, incrédulo. Ella asintió con cautela. Intentar contactar a Owen fue inútil; el hombre parecía haberse desvanecido. Lo siguiente que Pete supo fue que le entregaron una notificación judicial. Había sido demandado por incumplimiento de contrato, y la mitad de su empresa estaba en juego. No hubo ninguna llamada personal de Owen, ninguna negociación directa. Todo se manejó a través de abogados y representantes legales, como si Pete fuera un insecto insignificante en su radar. El golpe fue casi devastador. Pete no tenía los recursos ni las conexiones para defenderse en aquel momento, y perdió todo lo que había invertido. Pero las cicatrices de aquella experiencia no solo le dejaron una amarga lección, sino una rabia que aún hervía en su interior. Ahora, años después, estaba en una posición muy diferente. Tenía dinero, contactos y la determinación de no permitir que Owen Pierce volviera a ganarle. Pero más importante aún, no iba a perder a Selene por culpa de ese hombre. Sentado en su oficina, Pete sacó su teléfono y convocó a su equipo en una videollamada. —Quiero toda la información sobre Owen Pierce —ordenó con firmeza—. Su difunta esposa, la razón por la que busca una madre subrogada, todo. Lo relevante, lo irrelevante. Ponlo todo sobre la mesa. Pero, sobre todo, quiero suciedad. ¿Entendido? Finalizó la llamada sin esperar respuesta, tamborileando los dedos sobre su escritorio. —Necesito que Selene lo vea por lo que realmente es: el diablo. Y detener esto antes de que sea demasiado tarde.
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