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Habitaban la casa que Erlina tanto amaba, ya que siempre se trató de su hogar. Era una pena ver cómo el jardín iba siendo invadido por las malas yerbas hasta quedar arruinado. Como lo era también el ver que en sus trescientos acres de tierra no crecía ya otra cosa que cizaña. Y ello significaba, en consecuencia, que sus ingresos eran muy limitados. Ahora que Gerry tenía once años, habría de prepararse para estudiar en Eton. Allí era donde se había educado su padre. Erlina se pasaba las noches despierta, preguntándose cómo resolver el problema. Luego, por la mañana, se deshacía por mantener la casa limpia. Tenía que recorrer en la carreta casi dos millas al objeto de comprar una pequeña cantidad de alimentos que podían adquirir. Y se preguntaba cómo podrían seguir así, pero no logra