Mi vida como la esposa de Rogelio, ha sido un sueño. Jamás había conocido a un hombre tan lleno de detalles y atento. Recuerdo cuando mi padre se enteró de mi matrimonio y vino a reclamarme por mi decisión, pero allí estuvo mi esposo, no dudó en darme su apoyo, claro que mi progenitor se fue enojado, pues sus planes de seguir teniendo un cheque cada mes de los Bercelli, se vino a abajo.
Yo me sentía cada vez más cómoda, y así pasaron dos meses, cuando una mañana Will interrumpió en mi habitación.
—¡Ana! —exclamó con el rostro pálido y aterrado—. Mi señor… ¡El señor Rogelio no despierta!
Mi corazón temió lo peor, y sin pensarlo, quité las sábanas de mis piernas para salir de la cama.
Efectivamente, Rogelio no despertaba, y unas lágrimas bañaron mis mejillas, mas cuando sentí su pulso, corrí por mi celular a llamar a una ambulancia. Él fue trasladado y atendido, mientras que yo me quedaba en la sala de espera, contando con la compañía de Will, quien por primera vez desde que lo conocí, estaba temblando.
—Vamos a pedir para que salga de esto.
Pero Will negó con los ojos brillando en lágrimas.
—Es la quinta vez en lo que va del año, mi señor está cada vez peor, siento que el momento de despedirnos se acerca.
Yo no conocía que tan mal se había puesto antes Rogelio, pero si había notado que en estos meses su salud iba resquebrajándose.
De pronto, el médico salió con el informe en sus manos, de inmediato me presenté como su esposa.
—Dígame, ¿se pondrá bien?
Pero el doctor apretó los labios y se quitó los lentes.
—En verdad lo lamento, pero ya no hay nada que se pueda hacer. El paciente ha entrado a una etapa sin retorno, le queda muy poco tiempo.
Will y yo nos abrazamos, el dolor era mutuo. Esto no podía ser real. Rogelio, no podía estar pasando por esto. Un hombre tan bueno como él debía ser eterno.
—¿Cuánto? —pregunté, temiendo escuchar la respuesta.
—Una semana, tal vez dos —contestó—. Si gustan, pueden dejarlo aquí, será muy bien atendido.
—¿Dejarlo? De ninguna manera —me negué.
—No hablo de de abandonarlo, me refiero a que así él podrá ser atendido por las enfermeras, y usted tendrá más tiempo para usted.
—Escuche, yo no…
—Disculpen, él paciente está despierto, pide ver a su esposa.
—Es a ti, Ana. Mi señor te necesita.
Miré al doctor, y él asintió.
Cuando vi a Rogelio todo pálido y las ojeras grandes bajo sus ojos, estuve a punto de romper en llanto, pero eso no le haría ningún bien.
—Los dejo solos —dijo la enfermera, antes de retirarse.
—Acercate, Ana —me pidió él, mostrándome una sonrisa cansada.
—Aquí estoy —tomé sus manos y le sonreí conteniendo mi tristeza—, y aquí estaré.
Pero de repente, él apartó una de sus manos y tocó mi vientre aún imperceptible.
—Quería tanto conocer al bebé.
Posando mi mano sobre la suya, asentí con energía.
—Y lo harás, la sostendrán en tus brazos, te querrá tanto, como yo lo hago —sollocé, mordiendo mis labios.
—No llores, ojitos —me pidió—. Mi tiempo se ha cumplido, sé que pronto dejaré este mundo.
—No digas eso, aquí harán todo lo posible para curarte, y cuando estés mejor, iremos a casa.
—Ana, estoy enterado de todo. Sé de mi condición más que nadie, ¿Y sabes? No le tengo miedo a la muerte, pero si quiero elegir donde partir.
—Rogelio…
—Quiero vivir mis últimos días contigo, deseo despedirme de la casa que me vio crecer, donde pasé los mejores días de mi infancia con mi madre. Ana, ayúdame con ese deseo.
Inclinándome ligeramente, besé su frente, para después acariciar sus mejillas y asentir.
…
Con la poca movilidad de sus piernas, Rogelio regresó a casa en una silla de ruedas. Todos tratamos de disimular que todo estaba bien, pero era obvio que no. Will solía escaparse a los baños, donde solía escucharlo sollozar.
Claro que Rogelio se daba cuenta de todo, pero jamás decía nada, siempre estaba sonriendo.
Así que, dediqué los siguientes días a cuidarlo y a no dejarlo solo.
Dábamos cortos paseos en el amplio patio junto al jardín de flores, llenándonos del cálido sol de primavera y conversando de cosas simples, pero bellas en la vida.
—Ahora entiendo de dónde viene ese aroma —sonrió, mientras tomaba una flor de su jardín—. Las gardenias, tu aroma es como el de estás flores.
Esa comparación me trajo un ligero recuerdo, de alguien que también solía hablar de mi aroma, Belial, pero rápidamente sacudí mis pensamientos y me enfoqué en mi esposo.
—¿En verdad lo crees? —pregunté, sentándome sobre la hierba.
—Es muy relajante. Me gustas…
Yo pensé que se había equivocado al hablar, creyendo que quería decir que le gustaba mi aroma, y no lo otro, sin embargo, sus manos llegaron a mis hombros.
—Ana, me gustas —dijo, yo me arrodillé para levantarme y responder, pero el silenció mis labios, colocando un dedo en ellos—. No pido ser correspondido, sería una locura. Pero es verdad, no digo que te amo, porque es muy pronto para decirlo.
—Aquí les traigo un poco de refresco —dijo Will, trayendo los vasos.
Al probar uno de ellos, sentí el dulzor en mi paladar y de inmediato traté de impedir que Rogelio lo bebiera.
—Es dulce, te hará daño.
—No pasa nada, me he privado de tantas cosas desde que supe de mi enfermedad, ahora solo quiero disfrutarlo por última vez.
Will y yo intercambiamos miradas y él asintió con la cabeza, marchándose con la bandeja y vasos ya vacíos.
—Que bien se siente… —suspiró, hagamos esto siempre, al menos por el tiempo que quede.
¿Cómo podría negarme? Con todo el gusto de mi corazón, acepté.
…
Los días continuaron transcurriendo y desde que Rogelio había vuelto a casa, había pasado un mes. Dentro de mí, estaban las esperanzas de que el médico se hubiera equivocado.
De modo que una tarde, mientras mirábamos el atardecer, su mano se entrelazó a la mía, y me sentí tan cómoda.
Escuchaba el ruido de los pájaros cantar y el viento mecer las hojas de los árboles, era como música, así que me puse de pie.
—Ya sé, tengo una gran idea —le dije con entusiasmo—. Vamos a bailar.
—¿Bailar? Pero no hay música.
—Claro que la hay, escucha, es la naturaleza quien nos da la melodía —sonreí.
Rogelio compartió mi entusiasmo y entrelazando nuestros dedos, dimos vueltas en el patio, parecíamos dos niñ0s jugando, esto era una maravilla y él empezó a reír a carcajadas, hasta que su tos le dio punto final a nuestro momento de diversión.
—Perdona, no debí haber hecho que te esforzaras.
—Está bien, tranquila… Me atoré con el viento, es todo.
Nos tomamos unos segundos, hasta que él recuperó el oxígeno en sus pulmones, era difícil que mantuviera la misma energía.
—Me agradó bailar contigo, no me había divertido así en años —confesó.
—¿Nunca has bailado?
—Solía hacerlo, mi madre era una gran bailarina, se llamaba Vera, le gustaba el espectáculo y las luces, pero tras morir, no he tenido esas ganas de hacer lo que antes disfrutaba. Tuve una mala vida y cometí muchos errores, hasta que me llegó esto. Mi vida ha tenido muchos altos y bajos, Ana. Pero gracias a ti, he tenido esa estabilidad que buscaba. Tú y tu bebé han traído alegría a mi vida.
—Yo y el bebé estamos felices de haberte conocido, y mañana tendré mi ultrasonido, te mostraré como va creciendo, ¿quieres acompañarme?
—Me encantaría, ¿pero qué hay de su padre?
—Lo tengo frente a mí.
Rogelio me mostró una amplia sonrisa, llevando sus dedos a mi mejilla.
—Me encantará darle mi apellido, y me fascinará que me llame padre, pero recuerda no descuidarte. Sé fuerte, da lo mejor de ti y no tengas miedo a la soledad.
—¿Por qué lo dices?
—Solo prometeme que nunca vas a rendirte, la vida suele ser dura, Ana. Yo lo sé, y es fácil tener amigos cuando lo tienes todo, pero cuando estás en ruina, esos amigos desaparecen y te tendrás solo a ti. Eres fuerte, Ana. Jamás lo olvides.
…
Al final… El pronóstico del doctor se cumplió. Rogelio se fue a la mañana siguiente, sus ojos jamás volvieron a abrirse y mi vida que iba tomando sentido, se debilitó.
En el funeral me di cuenta de la soledad que había tenido Rogelio, únicamente estaba su médico amigo, el abogado que me dio la dirección de un lugar que no debía olvidar, y que pronto nos volveriamos ver, en lo que él solucionaba unos asuntos legales.
Y tal como si Rogelio intuyera lo que sucedería, a la mañana siguiente de su funeral, llegaron unas señoras en compañía de muchos hombres de traje.
¿Quienes eran? La tía y primas de Rogelio, junto a abogados que reclamaban la casa y demás propiedades de mi difunto esposo.
La rabia me cegó y en ese momento fui tan grosera que hasta Will se sorprendió. Ninguno de ellos había aparecido durante la enfermedad de mi esposo, ahora venían como carroñeros a tomar lo que ellos creían tener derecho de tener.
Claro que ellos fueron más groseros, y valiéndose de artimañas, me presentaron un documento donde ellos se acreditaban como los herederos, sin importar que yo fuera la viuda.
En un abrir y cerrar de ojos, mis cosas estaban nuevamente fuera, me instalé en una pequeña casa que estaba a mi nombre, era la dirección que el abogado me había dado, pero la diferencia era que Will estaba conmigo. Rogelio tenía razón en decir de su lealtad. Juro que yo tenía la plena intención de luchar, pero mi enfermedad empezaba a darme una paliza que acompañado del embarazo, me hacía difícil continuar.
Solo tenía cuatro meses de embarazo y mi apariencia iba deteriorándose.
Estaba más delgada, pálida, ojerosa, la depresión estaba empeorando las cosas y Will lo notaba, hubo noches en las que literalmente él tuvo que llevarme al baño para devolver la comida que no podía ingerir.
Fueron días terribles, pero debía seguir. Después de mis clases en la universidad, iba a presentarme a lugares donde se necesitaran trabajadoras, pero cuando veían mi estado, muchos me rechazaban. Estaba en medio de la nada, y como si el destino siguiera poniéndome a prueba tuve que encontrarme con quienes menos quería.
Salía de ver al médico con noticias de que mi enfermedad iba por el mal camino, y era verdad. Estaba tan mal que temí perder a mi bebé. Usaba ropas oscuras y anchas para que nadie notara mi aspecto, incluso cubría mis ojos con gafas para mantenerme en misterio.
Pero en mi debilidad y cansancio, me detuve a descansar fuera del hospital, siendo testigo de la presencia de Belial, bajando junto a Ratja de su auto. De inmediato me cubrí los ojos y fingí no conocerlos, no iba dejar que me vieran en este estado, no iba a darles el gusto de verme enferma.
Belial pasó por mi lado sin notarme, dejando a Ratja esperando, fue entonces que la vi morderse las uñas con nervios, y sacó su celular para llamar alguien, no sé que estaba tramando, pero ya no importaba, lo único que hice fue caminar a la salida, pensé que no me reconocería, pero cuando pasé por su lado, tiró de mi hombro.
—¿Acaso nos estás siguiendo? —me dijo con el ceño fruncido y la mano temblando.
—¿Por qué debería seguirte?
—Escucha, no quiero que estés cerca a nosotros. Belial se casará muy pronto conmigo y nada va a impedirlo.
—Perfecto, ambos son tal para cual, pero no me pidas que te felicite. Al contrario de ti, yo no soy hipócrita.
Me di la vuelta, pretendía alejarme de su presencia, pero ella se negó a dejarme en paz.
—Toda demacrada y sin gracia, ahora veo la razón de que Belial buscara en mí, lo que no encontró en tí.
—¿Ah sí? ¿Y eso debería hacerme sentir mal? Puede que yo esté demacrada, pero esto es externo. Tú eres bella, pero por dentro eres horrenda y eso ningún maquillaje lo podrá cambiar —al decir esto, Belial salió del hospital y tan pronto como ella lo vió, se encogió en dolor.
—¡Ay! —se quejó tocando su vientre—. ¡Belial! —gritó.
Él corrió a socorrerla y al percatarse de mi presencia, me miró con sorpresa.
—¿Qué pasa, estás bien?
—Belial, mi bebé, algo malo pasa con mi bebé —dijo, sin dejar de retorcerse y quejarse.
—¿Cómo? Pero si estabas perfectamente bien hace un rato.
—Ana me ha atacado, me dijo muchas cosas hirientes. No quiero perder a nuestro hijo, por favor alejame de ella.
—Yo solo he dicho la verdad, mi conciencia está tranquila. No la he atacado, además…
—¡Tú cállate! —exclamó Belial con enojo—. Si algo le ocurre a mi hijo, te juro que nunca te lo voy a perdonar, y quedará en tu cabeza la muerte de un ser inocente. Reza para que mi hijo esté bien.
—Yo no hice nada, jamás…
—Seguro no te bastó con tu esposo, que ahora quieres destruir a Ratja… —sus manos apretaron mis hombros con fuerza, que probablemente dejó huella—. Pero yo la voy a proteger, tu ya no eres nada para mí.
—¡Suéltame! —me deshice de sus manos en mis hombros.
Ya no me importaba lo que él dijera, pero acusarme de ser una asesina, eso jamás iba a permitirlo, de modo que, le di la espalda.
—¿¡A dónde crees que vas!? —se atrevió a preguntar.
—Lo lamento, pero yo no te conozco —fue mi respuesta, alejándome de esos dos.
¿Cómo pude estar casada con un tipo así? Por Dios, que ciega había estado al ser su esposa.