Mientras miraba todo a mi alrededor con desconcierto, sentí mi bolso vibrar, se trataba de mi celular; era mi padre, pero decidí no contestar, a él no le importo, su único interés es no perder el dinero que mensualmente se le deposita en su cuenta bancaria, mas al no responder, recibí un mensaje.
"Más te vale que no sea verdad lo del divorcio, si es preciso ruegale, porque yo no voy a perder todo lo que invertí en ti".
Haciendo un gran esfuerzo, me levanté. Si mi padre quería que me humillara, estaba demente.
Me senté en la cama y respiré hondo, recibiendo otra llamada.
Al pensar que se trataba nuevamente de mi padre, contesté con enojo, desquitando mi ira con él.
—¡Déjame en paz, egoísta interesado!
—¿Señora Ana?
Al darme cuenta que le había gritado a mi médico, casi me atraganto con mi propia saliva, por lo que me tomé unos segundos antes de contestar.
—Perdone, no he tenido un buen día, pero dígame qué sucede, ¿hay algo más con mi enfermedad o el bebé?
—No, en realidad la llamaba para decirte que dejaste tus gafas de sol en el consultorio.
—Quemelas —dije al tener en mi memoria el momento en que Belial me regaló aquel objeto, ¿cómo no me di cuenta antes? Era obvio que se avergonzaba de mis ojos.
La heterocromía no era una enfermedad, nací con esta diferente coloración de iris y jamás me había dado problemas de salud.
—¿Está segura? Son gafas muy caras, de edición limitada.
Pensando adecuadamente, tuve una mejor idea. Iba a ir a recogerla, pero solo para darme el gusto de romperlo y quemarlo yo misma.
—De acuerdo, estaré allí en unos minutos, nuevamente le pido disculpas por mi falta de respeto.
—No pasa nada, a diario trato con pacientes que pierden la calma.
Avergonzada, reí para fingir mi tranquilidad, pero una vez que colgué, suspiré con resignación.
—Únicamente nos tenemos tú y yo, bebé. Solo nos queda seguir con nuestras vidas.
…
Salí de la habitación luego de lavarme la cara, tomé un taxi que me llevara al hospital, y en medio del camino, abrí mi bolso y miré el dinero que tenía; era muy poco. Solo me quedaba el dinero en mi tarjeta, debía administrarlo cuidadosamente para que me alcanzara, mientras buscaba un trabajo, pero… ¿Cómo iba a buscar un trabajo a estas alturas? Estaba a un ciclo de graduarme como licenciada en diseño de moda.
Dios… ¿Qué iba a hacer? Lo más probable es que ni siquiera tenga el suficiente dinero para mi tratamiento.
—Bueno, ya veré como hago. Dios me ha dado dos manos, no seré la primera ni última madre soltera en este mundo.
Girando mi rostro a la ventana, veo que estamos pasando por una iglesia. La novia sale feliz del brazo del novio. Es inevitable no recordar el momento de mi matrimonio.
El instante en que mi padre llegó del trabajo, a contarme que había llegado a un buen acuerdo con su jefe, para que así Belial reciba el cargo de director de "Bencelli" Una marca lujosa y creadora de moda. Un matrimonio que solo duraría hasta que el patriarca falleciera y que tras esto, mi padre recibiría una estupenda cantidad de dinero.
¿Por qué yo? Simple, el abuelo de Belial fue un gran amigo de mi abuela, por lo tanto me tenía gran aprecio.
Yo estaba feliz de unir mi vida al hombre que me dijo que era muy bonita cuando yo era solo una adolescente de trece años, cuya madre había muerto de cáncer.
Al funeral habían asistido personas cercanas, entre ellas el patriarca de los Bercelli, quien me consoló y sonrió como si yo fuera su nieta.
El momento del entierro fue lo más difícil y yo escapé de los brazos de mi padre, ocultándome en lo alto de un árbol frondoso que me cubría de la lluvía, perder a una madre a esa edad, era muy duro, sobre todo después de ver esa larga agonía del cáncer. Mi vida se había quedado vacía, hasta que él me encontró.
*Flashback*
Temblando de frío, me ocultaba en las ramas del árbol, mientras que la lluvía se mezclaba con mis lágrimas.
—Mamá… Mamá… —suspiraba de dolor. Solo quería dejar de sentir este dolor en el corazón. No quería ver como mi mamá desaparecía bajo la tierra.
Hasta que…
—Oye niña, ¿estás allí?
Asustada, me cubrí los labios, no sabía quién era, pero de pronto vi su rostro mojado por la lluvia. El cabello azabache totalmente desordenado, unos ojos azules claros, piel clara, labios rosados, bastante alto y buen mozo. Aquel muchacho debía tener unos diecisiete años.
—¿Q-quién eres tú? —pregunté nerviosa.
—Primero que nada, tú eres Ana, ¿verdad?
Yo asentí, y él resopló con alivio.
—¿Cómo me conoces?
—Te vi cuando llegamos, estabas sentada en una de las sillas que no te diste cuenta de los demás.
—Bien, ya me viste, puedes irte.
—¿Estás bromeando? ¿Crees que solo vine a decir "hola"? Vamos baja.
—Déjame sola, no deseo volver.
—Niña, no soy tu niñero. Mi abuelo me ha pedido que venga a buscarte, y si no regreso contigo, es capaz de cortarme el dinero de cada mes.
—Solo quiero estar sola, no deseo volver… —negué con mi cabeza, abrazándome a mis rodillas—. No quiero despedirme de mi mamá.
Fue entonces, que escuché algunas ramas moverse y sorpresivamente, él había subido a sentarse a mi lado. De cerca era más guapo.
—Sé lo que sientes, niña. También perdí a mi madre cuando era muy joven. De hecho era más pequeño que tú. No quería despedirme de ella, y lloré cuando la vi en el cajón, no entendía mucho, solo que no la volvería a ver, pero… —él metió su mano al bolsillo de su camisa, para sacar un pañuelo—, es peor cuando no les das el último adiós, por más doloroso que sea. Debes dejarla ir.
Mirando su mano, acepté el pañuelo y limpié mis lágrimas.
—Le diré adiós a mi mamá —suspiré, tras secar mi llanto.
—Muy bien. Bajaré primero y te ayudaré a hacer lo mismo.
—No hace falta, puedo bajar por mi cuenta.
—Eres muy pequeña y el tronco está húmedo, si resbalas y caes, el abuelo es capaz de dejarme sin dinero toda la vida.
De un solo salto, él ya estaba en el suelo, así que, estiró sus brazos para ayudarme.
—Ya te dije que no nece… ¡Woah!
—¡Te tengo!
Al final terminé resbalando, y caí estrepitosamente sobre el muchacho, quien se frotó con dolor la cabeza al ir levantándose.
—Que golpezote…
—Ayayay… —me quejé por el tremendo impacto.
—Espera, déjame ayudarte a levantarte. Tu ropa está húmeda y el abuelo se va a enfadar conmigo ¡Ya sé! —él se quitó el abrigo y lo colocó sobre mis hombros.
—¿Qué haces? Te resfriarás.
—No suelo enfermarme, tengo buenas defensas, pero si tu te enfermas, yo terminaré muerto, así que, ahora dejame abotonarte esto.
En silencio, él se agachó a abotonarme el abrigo hasta llegar a mi cuello, donde al mirarme parpadeó con asombro.
—Tus ojos… —señaló.
De inmediato me di la vuelta y cubrí mis ojos con mis manos.
—No los mires, siempre llaman la atención, algunos los creen raros.
Pero repentinamente, sentí unas manos apartar las mías de mi rostro.
—Pues a mi no me parecen raros, creo que son únicos, además, te hacen ver bonita. Si fueras un poco mayor, tal vez… No, olvídalo. Tienes un buen aroma, como las gardenias. Mejor vamos donde tu papá, y así te despides de tu madre.
Con mi pecho saltando, acepté regresar y cuando mi padre preguntó de dónde saqué el abrigo, le señalé quien me lo había entregado.
—Belial Bercelli —lo nombró, quedando para siempre grabado en mi memoria.
*Fin flashback*
Luego de llegar, pagué al conductor del taxi y entré al hospital. Aferré mis uñas a mi bolso, dándome la fuerza de voluntad para volver a ingresar.
—Es mejor darme prisa —dije, acelerando el paso, mas al hacerlo, golpeé por error a un sujeto que iba pasando frente a mi, no era muy mayor, pero llevaba un bastón que le ayudaba a caminar—. P-perdone, creo que este no ha sido mi día.
Me agaché a recogerlo, rápidamente se lo dejé en la mano y antes de que respondiera, me alejé.
Miré detrás de mí, y ya no estaba, así que respiré con tranquilidad.
Volví mi mirada a adelante y busqué el consultorio del médico, finalmente lo encontré cuando él se despedía de uno de sus pacientes.
—Oh Ana, te esperaba —dijo, invitándome a pasar—. Guardé tus gafas en el cajón de mi escritorio.
Me mantuve en la puerta, en lo que él buscaba mi objeto, y como queriendo evitar un largo silencio, comenzó a hacerme platica, una que en realidad no quería contestar, pero no tuve opción.
—¿Y ya lo has hablado con tu esposo? —quiso saber.
—Ya no es mi esposo —dije, llenando de sorpresa al doctor, quien detuvo la búsqueda y me miró con sorpresa—. Ana… ¿qué pasó?
Bajé la mirada, pero de inmediato la levanté y sonreí.
—Abrí los ojos.
—Ana…
—No, no es necesario que tengamos que recurrir a la lástima. Estaré bien.
—Pero… Tu enfermedad, el bebé… Ana, ¿él sabe del bebé?
—Él ya no existe. No tengo a nadie más. Soy lo único que tiene mi bebé, y esa es razón suficiente para no quedarme a llorar en mi cama —me tomé un segundo ante el nudo en mi garganta, pero volví a sonreír con más fuerza —. Soy fuerte, voy a lograrlo.
—Tal vez pueda hacer algo por ti, hay una fundación para pacientes con tu enfermedad, para lo tuyo quedan muchas esperanzas, podrías ir allí, pero tu bebé…
Desviando la mirada, hallé mi gafas sobre una de las repisas y me acerqué a tomarlas.
—Aquí están. Agradezco que me haya llamado, con su permiso.
Cerré la puerta al salir, me detuve un momento para darme calma. Este día de pesadilla parecía de nunca acabar, ¿qué otra cosa me esperaba?
—Solo quiero descansar un poco —me dije, dando un paso al pasillo, sin embargo, cierto bastón volvió a caer frente a mí.
—P-perdón… Cuánto lamento yo…
—Tranquila, ha sido mi error, eso me pasa por escuchar conversaciones ajenas.
—¿Escuchar conversaciones ajenas? ¿Me ha oído?
—Sé que no es de caballeros, pero llamó mucho mi atención, y perdone si le parezco entrometido, pero… ¿Realmente está sola?
—¿Por qué pregunta eso? Usted es un desconocido.
—Lo sé, te entiendo perfectamente, pero por lo que acabo de oír, presiento que tu eres la indicada.
—¿Cómo? —estaba confundida.
—Mira, no me queda mucho tiempo. Tengo treinta años, pero parezco de más edad, estoy en una fase muy avanzada de cáncer. A mi familia lo único que les interesa es que muera para tener mi dinero.
Asombrada caí en cuenta que habían personas que podían estar pasándola peor que yo.
Tengo veintiún años, pero hasta yo notaba que aquel sujeto estaba siendo consumido por la enfermedad.
—Lo lamento.
—No muchacha, en el fondo me lo merezco. Mi mala vida y el derroche de dinero me ha llevado a esto, jamás consideré mi salud, pero ahora quiero hacer algo bien antes de irme.
Sorprendentemente, él sujetó mis manos.
—Cásate conmigo y te heredaré todos mis bienes.