Despotricar

1870 Palabras
POV Gabriel Todos presenciaron cuando bajé con Rosa en mis brazos, y por supuesto, los murmullos comenzaron. —¿Qué están mirando? ¡Regresen al trabajo! —exclamé con fuerza mientras salía rumbo al estacionamiento. Brunela vino detrás de mí. Cuando abrí la puerta, deposité con mucho cuidado a Rosa y le coloqué el cinturón de seguridad. —¿Piensas acompañarnos? —le pregunté al ver que se quedaba parada al lado de la puerta que da acceso al asiento de pasajero. —Te conozco perfectamente bien, y si conduces guiado por tu estado de ánimo, eres capaz de chocar. —Bueno, si vas a subir, entonces hazlo de una vez. —No pretenderás que yo misma me abra la puerta. Rápidamente dejé la puerta abierta para que ella ingresara, y cuando ya estábamos los tres dentro de mi vehículo, manejé para dirigirme al hospital. —Gabriel, ya que estamos yendo al hospital, quiero hacerte una pregunta. —Brunella, ¿tiene que ser en este momento? —Este es el momento adecuado, y dadas las circunstancias, es mejor que tengas una idea clara antes de que el resultado de esta chica te sorprenda. —No sé de qué me hablas. —A ver, genio, dime cuánto tiempo conoces a esta… señorita. —Y eso qué tiene que ver. Así la conozca un año o solo un mes, no tiene nada que ver con su desmayo. —Por supuesto que tiene que ver, y mucho. Ya que una persona no se desmaya simplemente porque sí, tiene que haber una razón detrás. —¿Quieres ser más clara? —A lo que me refiero es, ¿no será que la razón detrás será un embarazo? Me obligué a frenar cuando el semáforo cambió de señal. —Eso no tiene sentido. —Claro que tiene sentido, y tú en el fondo lo empiezas a suponer. Recuerda que somos mellizos, Gabriel, muchas veces compartimos el pensamiento. Así que no te sorprendas si esta chica se desmayó por un aparente embarazo. Aunque, claro, por tu expresión, se podría decir que el supuesto bebé no sería tuyo. Pisé con fuerza el acelerador cuando la señal del semáforo cambió. —¡Gabriel, ve más despacio! —Tú fuiste la que decidió venir. Si quieres ir despacio, debiste haber ido en tu propio auto —no la escuché y seguí manejando aún más rápido hasta llegar al hospital. —¡No puedo creerlo! Mira cómo me dejaste, ¡mi peinado está todo desordenado! —me reclamó con enojo. Pero no le respondí, tomé a Rosa entre mis brazos e ingresé al hospital. —Gabriel, te estoy hablando. Este peinado es muy caro, ¿quién lo pagará? Tan pronto como entré, me prestaron la ayuda que buscaba para que atendieran a Rosa, y así yo me quedé a esperar en la sala donde se encuentran los familiares de otros pacientes. Decidí sentarme, y entonces mi hermana apareció con los brazos cruzados, mirándome con un enfado muy evidente. —Tanto escándalo por una chica de clase baja. —No te pedí que me acompañaras, Brunella, fue tu decisión —ella me voltea la cara. —Iré a esperar en el auto. Al quedarnos solos, mi mente se hizo varias preguntas tratando de encontrar una respuesta al desmayo de Rosa. ¿Sería posible que ella estuviera embarazada, o quizás se trataba de otra cosa? Mientras mi mente navegaba en un mundo de preguntas, una enfermera me llamó. —Señor Grimaldi. —Soy yo. —Su esposa se despertó. —Y ¿qué es lo que tenía? —Descuide, ella estará bien. Su cuerpo se descompensó tras una fuerte impresión. El doctor ya la revisó y lo está esperando junto a la paciente. —Entonces, ¿ella no tendrá que quedarse internada? —No, señor. De hecho, creo que incluso puede llevársela hoy mismo. El doctor le explicará todos los detalles. Asentí a las palabras de la enfermera, y ella me indicó la habitación donde me esperaba. Al entrar, encontré a Rosa sentada en la camilla mientras platicaba con el doctor. Al mirarla, era como si el desmayo nunca hubiera ocurrido; se la veía tan normal. —Oh, señor Grimaldi, qué bueno que está aquí. Justo hablaba con su esposa. Ella goza de una muy buena salud. —Sí goza de tan buena salud, entonces, ¿por qué se desmayó? —Lo que sucede es que tuvo una impresión muy fuerte. Esto sucede si el cuerpo se somete a mucho estrés, y tiene este tipo de respuestas. —Comprendo. —Tenga mucho cuidado con ella, consiéntela un poco y todo estará bien. —Me encuentro bien —agrega ella—. No es necesario tener tantas atenciones hacia mí, solo fue algo pequeño que se salió de control. Rosa se pone de pie y camina hasta la puerta. —Le agradezco por todo, doctor. Con permiso —le digo y voy detrás de ella. —Fue Perla, ¿verdad? —le comento cuando logro alcanzarla, caminando a su lado. —¿Qué? —Me refiero a que fue Perla la que causó que te pusieras así. —No. —No me digas que intentas protegerla y evitar que la culpa caiga sobre ella. —No la estoy defendiendo, estoy diciendo la verdad. No fue ella. Yo estaba trabajando con tranquilidad en mi oficina, y de repente, recibí una llamada de... —ella se detiene a analizar sus propias palabras—. De la madre de Perla. Creo que ya no tiene caso que le diga "mamá". —Entonces, fue su madre. Y dime, ¿quién crees que la llamó? Es más que claro que fue ella. Le contó alguna mentira y exageró en grande, y por supuesto, la vieja no dudó en tragarse todo el cuento y llamó para provocarte un disgusto. —Vaya, hasta que al fin salieron. —Brunella estaba fuera del auto con los brazos cruzados en el pecho. Creí que me saldrían raíces en los pies, pero bueno, parece que la bella durmiente al fin despertó. —Sabes que podrías haberte ido. Solo tenías que tomar un taxi. Mi hermana me mira con evidente indignación, pero luego me aparta la mirada y se fija en Rosa. —Bueno, ¿y qué es lo que tenías? —Un pequeño colapso, pero me encuentro mejor. —¿Segura? —Brunella levanta una ceja con sospecha—. Quizás también tenga que ver eso con la alimentación. Eres demasiado pálida. Si perteneces a la familia Grimaldi, debes alimentarte con mejores cosas. A ver, dime qué es lo que desayunaste. —Ariel me llevó unas donas y un café latte. —Unas donas y un café latte, qué original. —Disculpa, pero creo que en lugar de estar criticando lo que coma o no, deberíamos regresar al trabajo —interrumpe esta vez Rosa a mi hermana—. Recuerda que no todos tenemos las mismas posibilidades para poder alimentarnos como tú. Existen muchos niños en los orfanatos, incluso en las calles, a los que apenas les alcanza el dinero para comprarse una pieza de pan. Es mejor ser agradecido con lo que tenemos, ¿no lo crees, señorita? Brunella queda en silencio, yo me quedo completamente admirado. —Como sea, regresemos. Brunella, abre la puerta del asiento de pasajero y se sienta con un semblante aún más serio que el anterior. ... POV Perla Esto le enseñaría a esa recogida a no volver a meterse conmigo. Sonreí con el sabor de la victoria en mis labios. Después de la tremenda humillación que sentí cuando Gabriel se atrevió a presentarla como su esposa ante todos, juré en mi mente que ella no se quedaría sin castigo. Si yo sufría, ella tendría que sufrir el doble, y por fortuna, todo resultó como lo esperaba. —Oye, Perla, ¿estás bien? —me pregunta uno de mis compañeros de trabajo que se encontraba transportando unos paquetes—. La esposa del señor Grimaldi es tu hermana, ¿verdad? Tienen el mismo apellido. —Sí, es mi hermana —respondí con un tono de voz más agudo y quebrantado. —Oh, pobrecita, ¿estás asustada, verdad? —Sí, mi pobre hermana. Yo no la veía hace mucho tiempo porque ella decidió alejarse de la familia, se olvidó de las personas que la amamos. Sin embargo, yo aún la sigo queriendo tanto, y me preocupa su salud —cubrí mi rostro, provocándome a propósito el llanto, y con esto logré que más personas se acercaran a mí. —Oh, Perla, no llores —otro de los empleados sacó un pañuelo y me lo ofreció para que yo secara mis lágrimas. —Gracias a todos por su apoyo, pero es que quiero mucho a Rosa. La quiero tanto como si en verdad fuéramos hermanas de sangre. —¿Cómo? ¿No lo son? —pregunta una de las empleadas con sorpresa. —Oh, Dios, no debí decir eso —me cubrí los labios—. Por favor, olviden lo que acabo de decir. Rosa y yo somos hermanas, y yo la quiero mucho. —Pero acabas de decir que no son hermanos de sangre. —Bueno —me retiré el pañuelo de la mejilla—. En realidad, Rosa es huérfana. Ella fue abandonada en un orfanato, y yo, como era hija única y me sentía sola, mis padres decidieron adoptarla. Y cuando ella llegó, la quise de inmediato. Compartí con ella todos mis juguetes, mis vestidos. Incluso la habitación, siempre procuré darle todo lo que estaba a mi alcance. —Oh, qué buena hermana —empezaron a murmurar entre ellos. —Solo hice lo que mi corazón dictaba —sonreí al ver que todos me creían sin dudar—. Aunque claro, Rosa era algo avariciosa. Siempre quiso tener un poco más, y eso no me molestaba porque yo la quería, a pesar de todos sus defectos. —Un momento, ahora que lo dices, ella y tú tienen el mismo estilo de peinado. ¿Acaso te está copiando? —Bueno, eso es lo que no importa. A mí me agrada que Rosa me copie en todo. Si quiere parecerse a mí, está bien. —Pero eso no me parece justo —interviene otra—. Si ella es avariciosa y te está copiando en todo, no merece que te preocupes. Incluso mencionaste que abandonó a tu familia, eso no la hace merecedora de tu cariño. —Chicos, por favor, les pido que no hablen así de mi hermana. Ella es muy importante para mí. —La esposa del jefe es toda una joyita. —Ya les dije que pese a todos sus defectos, yo la quiero mucho. Desde niña, siempre he procurado cuidarla, aunque ella era muy traviesa, y eso le traía algunas consecuencias, como el hecho de que mojaba la cama hasta los 13 años. —¡Oh, por Dios, qué vergüenza! —empezaron a comentar, y de repente, todos guardaron silencio. —Creí que la que mojaba la cama hasta los 13 años fuiste tú, Perla —resonó una voz detrás de mí, y cuando me di la vuelta, me di cuenta de que se trataba de Rosa, quien había escuchado eso último de mí.
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