"Morder la manzana"

2194 Palabras
Después de casi haber causado un accidente, logré frenar y miro de reojo a Gabriel, quien tenía el cabello totalmente alborotado y no el acostumbrado peinado con gel. —Nunca me he arrepentido de mis decisiones —murmura, acomodándose los cabellos, sin embargo, creo que esta podría ser la primera vez. Jamás he visto a alguien conduciendo de esa manera. —Es la primera vez que estoy al frente. No creí que iba a ser tan difícil —le respondo. Él suspira y voltea a verme. —Está bien, la culpa no es tuya. En todo caso, el responsable soy yo. Este no es el lugar adecuado para que una principiante aprenda. —Le prometo que aprenderé a manejar. —Por supuesto que tendrás que hacerlo. Debes depender de ti misma. Esforzarte y hacer lo necesario para lograrlo. Nunca esperes que alguien te ayude, porque en los peores momentos estamos solos. Así que tendrás que poner todo tu empeño para esto. Más que un consejo para que yo aprenda a conducir, parecía ser como si me estuviera dando un consejo de vida. —Así lo haré, señor Don Gabo —le sonrío, y él se lleva las manos a la frente negando con la cabeza—. Lo lamento, quise decir… —Ya déjalo así. Es imposible contigo, es como si fueras una niña —me contesta con voz firme, pero no había molestia en su tono—. Después del trabajo seguirás practicando, y cuando ya estés lista, darás tu examen para obtener tu licencia. —Tú ¿me enseñarás a manejar? —le pregunto. —Ni que hubiera perdido la razón. Aún quiero vivir otro poco más. Le diré a Ariel que te enseñe. Durante un tiempo él fue instructor. Así que no tendrá problemas en eso. —Oh, no sabía eso de Ariel. Está lleno de sorpresas. —Se podría decir que sí. Es un tipo que ha trabajado en múltiples cosas antes de llegar con nosotros. —¡Wow! Entonces, se podría decir que tiene habilidades en todos los campos laborales. —Es muy eficiente. No me quejo de su trabajo, aunque a veces tiende a entrometerse más de la cuenta. Al ver la expresión de Gabriel, entiendo que debo bajarme del auto para cambiar de asiento. Él no estaba dispuesto a aceptar que yo maneje hasta la casa, pues seguramente terminaría estrellando el auto. —Aún me parece increíble que esto vaya a ser mío —sonrío y miro el auto con admiración—. Solo espero que la señorita Brunella no se enoje. Parece que no le caigo bien. —Fue Brunella quien sugirió que hiciera esto. Al oír su respuesta, me sorprendí. —¿De verdad, ella se lo sugirió? No pensé que su hermana tuviera ese gesto hacia mí. Gabriel maneja el auto y esta vez tengo el cuidado de colocarme el cinturón de seguridad. Llegamos a casa y al bajar me encuentro a la empleada de casa, quien me recibe cordialmente. —¡Vaya! Por la luz en tus ojos, parece que tuviste un excelente día. Pero Gabriel pasa como si nada frente a nosotras y se mete en la casa. —Oh parece que me equivoqué. —Lo que sucede es que casi choco —le respondo, y ella se cubre los labios con sorpresa—. Y lo peor de todo es que en el otro auto iba Perla y su esposo. —¿Perla? Oh, ya recuerdo… Pues yo, en tu lugar, hubiera acelerado y no me detenía. —No digas eso, yo no sería capaz. —Tú no, pero yo conozco a alguien que sí lo haría. —¿De quién? —De la señorita Brunella. Estoy segura de que ella estaría más que feliz de pisar con fuerza el acelerador. —¿La hermana de Gabriel? Bueno, entiendo que ella parece haber tenido diferencias con Perla, pero… —Diferencias es poco, y no es para menos. Esa mujercita era detestable. Cuando ponía un pie en esta casa, daba órdenes como si fuera la gran señora. Nos miraba por encima del hombro y creía que por salir con el señor Gabriel tenía derecho a husmear por toda la casa, criticaba hasta la comida y el servicio. Por suerte, eso no duró mucho. —Tengo entendido que ellos duraron apenas dos meses —le comento. —Así es, fueron dos meses infernales. No entiendo cómo el señor Gabriel pudo haberse metido con semejante mujer. Sé que no debería decir esto, pero esa muchachita era muy poco para el señor, y honestamente no sé qué le vio. Bueno, admito que es muy bonita. Tiene un rostro delicado y una voz suave, pero bien dicen que no debemos juzgar un libro por su portada. —Te doy toda la razón —le contesto—. Nunca terminamos de conocer a las personas —mientras me decía esto, el gruñido en mi estómago delata el hambre que estaba sintiendo desde hace minutos. Ella ríe y yo me sonrojo de la vergüenza. —Eres tan dulce. Vamos a la cocina. La cena ya está lista. —¿Pero está bien que se haga así? Sé que prácticamente aquí soy una invitada, aunque sea la esposa de Gabriel. —Por supuesto que está bien. Tú aquí eres la señora, y si tienes hambre, no debes aguantarte. Cuando quieres comer, hazlo. —De verdad, gracias —le respondo, y ella me invita a que la siga a la mesa. Tomo asiento, y a los pocos minutos, ella regresa con un plato de guiso que huele delicioso. La boca se me hace agua, pues la comida es mi debilidad. Desde aquellos días en los que Lauro apenas y me alcanzaba un plato de comida cuando estaba enferma, aprendí a atesorar los alimentos y nunca dejaba con restos de comida el plato. —¡Está delicioso! —le digo cuando doy el primer bocado. Ella me mira con ternura y luego se va a la cocina. Cuando ya iba terminando mi plato, empiezo a ver que la nonna de Gabriel, su hermana y él, recién bajaban a cenar. —Parece que alguien se nos adelantó —murmura Brunela. —Oh déjala, está bien. Debe comer bien para estar sana y así pueda darme hermosos bisnietos —dice entre risas la nonna de Gabriel, mientras él tomaba asiento en el centro de la mesa. —Nona, vamos a cenar. No creo que ese tema sea oportuno en estos momentos —comenta él. —Tonterías, si es lo único en lo que pienso. Tu esposa es una mujer muy hermosa, y si combinamos sus genes con los tuyos, saldrán unos bebés que parecerán fuera de este mundo. Así que ya sabes, querida. No uses ningún tipo de método anticonceptivo. Y por supuesto, no desaprovechen las oportunidades. —Nonna... —Gabriel intenta detener las palabras de su abuela. —Hablo en serio. Cuando yo me casé con mi amado esposo, bautizamos cada lugar de esta casa. No desaprovechamos ningún instante. Y fue así que nació nuestro hijo. —¡Nonna! —Gabriel levantó un poco más la voz. —Ya se me quitó el hambre —Brunela se levantó de la mesa y se fue a su habitación. —Ay, pero qué delicados salieron ustedes. Y decían que los de mi generación éramos muy reservados, pero parece que fuera al revés. Yo me siento increíblemente joven. —Nonna, por favor. Estamos comiendo. —Está bien, Gabito. Una que quiere ayudarlos para que aumenten la familia pronto y se enojan." —Aquí está su plato, señora —dice la empleada, dejando la comida frente a la abuela de Gabriel. —Bueno, empecemos a cenar. Y mientras Gabriel probaba el primer bocado de su comida, su abuela se acerca un poco más a mí y casi susurrando me dice: "No te preocupes, querida. Yo te daré unos excelentes tips. Yo los usé con mi difunto esposo, y créeme que él estaba como loco. No dejaba de seguirme por toda la casa. —¡Nonna! Ya basta, por favor —Gabriel la había oído y podía jurar que estaba algo avergonzado. —Está bien, está bien —repite—, ya no diré nada. Aproveché en comer el postre que la empleada me traía. Miré con ilusión el delicioso postre, pues las manzanas eran mis favoritas. Era algo extraño, ya que cuando era niña no tenía ningún favoritismo con las frutas, hasta que probé esas jugosas manzanas que Gabriel tenía en aquella casa abandonada. —Buen provecho, señora. —Muchas gracias. Me encanta este sabor —le respondo y comienzo a comer, mientras que solo podía pensar en cómo es que Gabriel y Brunella habían resultado ser tan serios, mientras que la abuela de ellos era pura diversión y risa. Al día siguiente, cuando desperté, me di cuenta de que Gabriel ya se había marchado. No estaba segura si él se había ido al trabajo o había tenido algún tipo de pendiente que atender, ya que como él me lo había dicho, no siempre estaría ahí para llevarme a trabajar. —Imagino que tendré que tomar un taxi —dije para mí y me apresuré en cambiarme. Y cuando ya estaba lista, bajé a desayunar para luego dirigirme al trabajo. No demoré en tomar un taxi. Parecía que el día estaba a mi favor. —Buenos días, Ariel —entré con una energía totalmente renovada. —Buen día, Rosa. Te esperaba. Hace un momento vinieron a traerte un paquete. —¿Un paquete para mí? Pero si yo no he pedido nada. —Bueno, tal vez descubras quién te lo manda cuando entres a ver de qué se trata —me sonríe con complicidad. Seguí la indicación de Ariel y al entrar a mi oficina, descubrí que efectivamente había algo sobre mi escritorio. Al quitar las bolsas y ver el contenido, mis ojos se iluminaron. —Manzanas —murmuré. Y al tomar la nota que estaba a un lado, una sonrisa se dibujó en mis labios. Tomé una de las manzanas, imaginándome lo jugosa que debía estar, pero tal y como lo decía la tarjeta, salí a buscarlo a su oficina. Tomé el ascensor y cuando estuve en el piso correcto, me dirigí a su oficina, toqué la puerta y él estaba esperándome sentado en su escritorio. —Imagino que ya leíste la nota y por eso estás aquí. —Así es. Pero antes quiero darte las gracias por el regalo. —¿Las gracias? No es para tanto, solo son manzanas. —De todos modos, cuando era pequeña, me enseñaron a ser agradecida con lo que recibía. Y estas manzanas son mis favoritas y significan mucho para mí, así que te pido que aceptes mi agradecimiento. Gabriel quitó la mirada de su computadora y me miró por un instante. —Hablé con Ariel y ya aceptó que te enseñará a manejar después del trabajo. Hoy tuve que ir temprano para agilizar los papeles y hagas tu examen para obtener tu licencia de conducir. —¿De verdad? Me parece increíble. Durante todo este tiempo, solo he utilizado taxi para movilizarme de un lado a otro. Aprender a manejar me ayudará mucho. Muchas gracias, señor Don Gabo. No sé cómo agradecérselo. —Podrías empezar llamándome solo por mi nombre. —Oh, es cierto. Es que es muy difícil... ¡Ya sé! —tomo la manzana y se la ofrezco. —¿Vas a darme una de las manzanas que yo te regalé como muestra de tu agradecimiento? —Bueno, es lo único que tengo ahora, pero te prometo que en algún momento te daré algo muy bonito —al ver su rostro más serio que hace un momento, me acerqué a él para tomar su mano y poner la manzana entre sus dedos —Vamos, por favor, sonríe al menos un poquito. Me asusta verte así. Mira cómo yo lo hago —sonrío frente a él—. ¿Ves mis labios? ¿ves la forma que hacen? Usted también puede hacerlo, y una vez que lo haga, podremos enseñarle a su hermana. —No deberías acercarte tanto —me responde. —Es porque le falta un poco de dulce. Ya sé, muerde la manzana. Ya verás que al probar su sabor, te dará ganas de mostrar los dientes. —¿Quieres que la muerda? —Por supuesto. Apuesto que te encantará el sabor. Entonces, Gabriel abre la mano y deja caer la manzana para luego tomar mi muñeca. —¿Señor...? —Tú dijiste que podía probarla —entonces su respiración se acerca a la mía, se detiene al rozar sus labios con los míos, baja la mirada y luego me mira fijamente como si dudara en hacerlo, pero finalmente mis labios son cubiertos por los suyos. Primero es un beso bastante suave, algo tímido como si solo se tratara de una prueba, y se detiene, vuelve a mirarme, su pulgar toca mi labio. —Gabriel… —digo su nombre, y él profundiza el beso, siento sus manos en mi cintura, aprieta mi cuerpo al suyo como si no tuviera intención de volver a soltarme.
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