Anna Western, miraba directamente al cajón marrón de madera pulida, una hermosura. Lamentablemente ese cajón llevaba el cuerpo de su hermano. La tragedia golpeaba a la familia Western una y otra vez, tan solo hace dos años había fallecido el cabeza de familia el empresario Alfredo Wester, y hoy se estaba llevando acabo el funeral de Antonio Western, primogénito y heredero de industrias Western, quien lamentablemente no deja descendencia ni viuda. Pues su esposa había muerto en el intento de dar a luz al igual que el bebé no nato. Eso ya hace cuatros años. La maldición de la familia Western. Decían las malas lenguas. Sus padres habían muerto en un accidente de autos cuando regresaban de una fiesta, nadie sabe lo que sucedió. Según la policía el chófer perdió el control del carro y chocaron contra la pared de un edificio.
Tristemente, Anna Western, no tenía más familiares cercanos solo su hermana pequeña de quince años y su Abuela. Bueno, y sus parientes de parte materna. Pues, del lado del padre conocía a muy pocos. Para ella no eran familia solo parientes. Pues su madre yacía al lado de su padre en otro cajón.
‐-Que desgracia -- escucho que alguien murmuraba.
Si, una desgracia tras otra impactaba a su familia. Quería gritar, quería encontrar un culpable. Todo era tan injusto. ¿Porque Dios hacia eso con ella? Se sentía sola, vacía, triste y enojada. ¿Como se supone que iba a terminar de criar a una adolescente? Y su abuela ¡por favor! Ellas no se llevaban muy bien que digamos. Su abuela era la única que sabía de sus secretos y no porque Anna quisiera que la anciana se enterará. No. Fue por un descuido de su parte y por el chismoso policía amigo de su abuela.
Si, Anna Western, para la alta sociedad era la mujer perfecta e ideal. Humilde, amable, delicada, hermosa y hasta un poco sumisa. Hablaba cuando tenía que hablar, callaba cuando tenia que callar. Era todo un encanto. Pero lo que no sabían era que ella odiaba todas esas cosas, detestaba a toda esa gente. Pero, para que hablar de hipocresía si ella llevaba la máscara puesta. Solo muy pocas personas la conocían de verdad. A decir verdad sus "amigas" no la conocía. A excepción de su mejor amigo. Si, tenía mejor amigo y no era alguien peculiar. Digamos que era algo así como su mejor amigo secreto imaginario.
Al terminar el funeral, Anna estaba devastada. Quienes asistieron le daban sus condolencias mirándola con lástima. Su mejor amigo secreto imaginario apareció a su vista.
Carlos García, se acercó a Anna, normalmente ellos no se dejaban ver en público, era bastante arriesgado la presencia de Carlos, este había aparecido en la noche en su casa.
--Se que no debí venir, pero muñeca, me duele verte así-- hablo antes de que Anna lo insultara.-- vine a levantarte un poco el animo
Anna rodó los ojos. Carlos, su amigo latino era procedente de México y no. No era de su misma posición económica. Suspirando se recostó en el mueble. Su cabello castaño toco el piso cuando lo saco de debajo de su cabeza para echarlo a un lado, sus ojos color verde miraron hacia el techo.
--¿Donde esta la belleza de tu hermana? -- curioso alzando las cejas de manera coqueta.
-- ¿Quieres que te deje sin pelotas? -- gruñó -- no quiero que pongas tus manos latinas en mi hermana, idiota mexicano.
Carlos río fuerte, prefería verla así que apagada y llorando.
-- Que sea un bombón y este bien chula no es mi culpa ¡Que soy hombre!
-- Uno que tiene veinti ocho años, ¿sabes lo que le hacen a los a salta cunas en la cárcel?
-- No ¿tu si?
-- No, por eso te pregunto -- exclamó irritada.
Carlos volvió a reír.
-- Por esa cosita bella estaría dispuesto satisfacer tu curiosidad.
-- ¿Quieres callarte la boca? -- lo señaló con un dedo-- solo hablas estupideces, me pregunto que enseñan en las escuelas públicas. No, mejor ni lo pienso. Todos ustedes son así.
-- ¡Uy! La víbora anda escupiendo veneno, se lo diré a mi madre ¿sabes? No le agradará mucho saber que haz insultado a su bebé
-- Su bebé tiene pelos en los..-- miro la área que iba a mencionar-- no eres un bebé, ¡Bebé mis nalgas! -- refunfuño.
Al ver que ella nuevamente se quedaba en silencio y mirando la nada, se ofreció voluntario.
-- ¿Quieres un hombro para llorar?-- ella hizo un puchero con los labios con indicios de querer empezar una nueva maratón de llanto. Él se acercó, sentadose la cogio en brazos recostandole la cabeza en sus muslos.
--La almohada-- susurro con la garganta seca.
Carlos estiró su mano y cogio un cajin que colocó bajo la cabeza de Anna. La miro con cariño mientras acariciaba su cabello. Lo entristecia. Anna siempre había buscado un salida en los lugares menos pensado.
-- ¿Dime cómo es que no me he enamorado de ti?--murmuró Anna.
-- Ah, amor, el problema no soy yo, créeme, el problema es que tu quieres vivir la vida loca. Aún no me explico cómo es que te has resistido.
Ella trató de reír pero no pudo. Lo cierto es que entre ellos nunca se había presentado esa situación, Carlos era su compañero de vagabunderias. Ellos eran Batman y Robin. O más bien ella sería batichica o algo así. Él, ese hombre que sin conocerla la había acogido en su familia y brindado apoyo cuando más lo necesito, conocía todos sus más profundos secretos. Si alguna vez querían saber todo de ella, la persona indicada para ir a t******r o sobornar se llamaba Carlos García.
Odiaba llorar, lo detestaba, quiso contenerse pero ya no tenía padres. Que más da. Que se vayan todos al infierno. Tenia todo el derecho de lamentar la muerte de sus padres y de su querido hermano.
Si Anna Western supuso que por un tiempo los problemas no tocarían su puerta, estaba muy equivocada. Al día siguien se realizó la lectura del testamento dejandolos a todos con la boca abierta y hasta en shock, nadie se esperaba nada de lo que estaba escrito allí. Ni mucho menos Anna quien realmente era la más afectada.