Narra Oleg
Cuando la diviso en la subasta, me quedo congelado, era la viva imagen de la mujer que una vez amé. El aire se me escapa de mi pecho y casi se me cae la bebida que tengo en la mano. Las voces y los movimientos a mi alrededor se apagan. Cabellos del color del oro fundido, e incluso desde la distancia, puedo ver el color de sus ojos, azul océano, igual que... Isabel.
Aspiro una bocanada de aire, notando lo irregular que es. Hace mucho que no me permito pensar en su nombre. Lo he intentado todo para mantener esos recuerdos enterrados. Para mantenerla enterrada. No es que quiera olvidarla, pero pensar en ella es simplemente demasiado doloroso. La culpa es aplastante. Vuelvo a mirar a la chica. Parece que apenas es mayor de edad, una prueba más de que no es ella. La pregunta sigue siendo, ¿por qué se parece tanto a ella?
La multitud de hombres se congrega alrededor del escenario mientras las chicas son colocadas en un pequeño pedestal. El espacio se llena de silbidos y gritos mientras la rabia se filtra lentamente por mis venas. Estos eventos no son lo mío y, por lo general, ignoro a las mujeres en el escenario, sin importarme cómo han llegado hasta aquí o qué les va a pasar. Es más fácil así. No pensar en ellas como personas. Sé que es una mierda, pero es el mundo en el que vivimos. Por desgracia, hoy no puedo hacer eso. No puedo ignorar a la mujer que se parece tanto a mi pasado. No puedo dejar que nadie la toque o la tenga. Tiene que ser mía, cueste lo que cueste.
Las cuatro chicas que están en el escenario tienen los ojos muy abiertos y están conmocionadas, sus cuerpos tiemblan y las cadenas que las rodean traquetean con cada movimiento que hacen. Tienen collares alrededor del cuello y una cadena que cuelga de sus manos.
Mis ojos están pegados a la doble de Isabel. Es la única que no llora, aunque está claro que está muerta de miedo. Desde el otro lado de la sala puedo ver cómo chocan sus rodillas. El presentador empieza a hablar, presentando a la belleza de ojos azules que estoy a punto de comprar.
—La primera es esta rubia de piernas largas, su nombre es Gisell, pero por supuesto pueden llamarla como quieran. No está entrenada, pero vale la pena el dinero, ya que está intacta —Gisell... susurro para mí, probando el nombre. Se siente extraño en mi lengua, pero eso no impide que mi deseo por esta mujer crezca aún más—.Empezaremos la puja en diez mil— ¡Mierda! No pensaba pujar. ¿Dónde está mi maldito billete? Frenéticamente, busco en cada uno de mis bolsillos hasta encontrar el papel doblado con mi número. En el tiempo que me lleva encontrar mi papeleta, tres personas ya han hecho sus ofertas. Despliego mi maldito papel y lo levanto en el aire, agitándolo como una bandera blanca. El subastador levanta la vista y me señala —.Cuarenta mil.
—¡Cincuenta! —grita uno de los hombres de delante.
Me acerco unos pasos al escenario antes de hacer mi siguiente puja.
—Cien mil.
Es ella, la que quiero. Hace años que no estoy con una mujer, pero si alguna vez encontrara a alguien, a quien tocar, con quien estar de nuevo, sería ella.
—Ciento cincuenta mil —el mismo bastardo puja de nuevo.
—Doscientos mil —alguien más puja.
—Quinientos mil —levanto mi número, haciendo que uno de los tipos salude como si estuviera fuera.
No sonrío, aunque quiero hacerlo.
—Seiscientos mil —grita el tipo de delante.
—Un millón —grito yo, esperando que el otro tipo se retire.
Ella va a ser mía pase lo que pase. Pasa un segundo, luego otro, y finalmente, oigo las palabras que he querido escuchar desde el momento en que la trajeron al escenario.
—Vendida, al número seis-cero-uno —dice el subastador, señalando directamente hacia mí.
La victoria me invade y sólo entonces me permito volver a mirar a Gisell. Sus ojos se cruzan con los míos. El miedo a lo desconocido se refleja en sus delicadas facciones, y algo en el fondo de mi pecho empieza a formarse. Es un efecto que me lleva a lo más profundo de mí mismo.
Una parte en la que me deleito con la idea de poseer a esta chica, poseer su cuerpo, su mente y su alma. Un poder como nunca antes había sentido me invade, apoderándose de mi cuerpo de una manera casi espeluznante. Quiero poseerla, ser su única razón para respirar.
El subastador pasa a la siguiente chica mientras otra persona se acerca y se lleva mi compra del escenario. Cada fibra de mi cuerpo me insta a volver allí y llevármela de este lugar lo más rápido posible, pero hay algo más que debo hacer antes de proceder. Al echar un vistazo a la sala, encuentro a Julio y a Elena sentados en la zona del bar. Me dirijo hacia allí, pero Julio ya se ha levantado y va en mi dirección. Nos encontramos a medio camino, todavía lo suficientemente cerca como para ver a Elena.
—¿Qué demonios ha sido eso? —Julio gruñe en cuanto estamos lo suficientemente cerca.
—No lo había planeado, pero tenía que tenerla —le explico—. Voy a tener que tomarme una pequeña ausencia para lidiar con esto. Una especie de vacaciones.
Julio, mi jefe y mejor amigo, me mira como si hubiera perdido la cabeza. Tal vez lo haya hecho. No lo sé, pero siento algo en el pecho, algo que no he sentido antes, y necesito explorarlo.
—¿Qué quieres decir con vacaciones? ¡No puedes tomarte unas jodidas vacaciones! Eres mi segundo al mando. Estás en la mafia —gruñe Julio frustrado.
—Puedo, y lo haré —le digo, cruzando los brazos sobre el pecho—. Nunca te había pedido algo así.
Creo que ya me tocaban unos días de descanso.
—Esto no es un trabajo de 9 a 5.
—Lo sé, joder. Aun así, necesito un tiempo fuera.
Pellizcándose el puente de la nariz, aspira profundamente.
—De acuerdo—dice finalmente.
Después de separarnos, me dirijo a pagar y a recoger mi premio. No sé cómo sentirme. Una parte de mí está preocupado por la atracción que siento hacia la chica, mientras que la otra parte está desesperado de necesidad. Debo poseerla.
El proceso de p**o se realiza rápidamente. En cuanto se aprueba la transferencia de dinero, me acompañan a buscar mi compra. La puerta se abre y oigo un grito estrangulado que resuena en el pasillo. Es el tipo de sonido que hace alguien cuando está herido y trata de no gritar, pero el dolor es demasiado fuerte, y mis instintos se imponen. Todo lo que puedo pensar es... si esa persona quiere vivir, será mejor que no toque lo que es mío. Aprieto los dientes con tanta fuerza que me tiembla la mandíbula. Camino a toda velocidad por el pasillo, doblo la esquina hacia el espacio abierto detrás del escenario. Algo se apodera de mí y se me hiela la sangre en las venas cuando veo a Gisell en el suelo. Un hombre que la dobla en tamaño se cierne sobre ella, clavándole la rodilla en el pecho. Sus manos intentan abrir las cadenas que rodean sus muñecas mientras ella se esfuerza por apartarlo. Puedo ver sus pequeñas uñas hundiéndose en su carne con venganza. Es una luchadora. Girando el brazo hacia atrás, la golpea en la cara, dándole un revés contra el pavimento. Es entonces cuando veo completamente rojo. Cruzo la habitación en un instante, rodeando su cuello con mi brazo. Le hago una llave de estrangulamiento y luego uso la otra mano para retorcerle la cabeza bruscamente. No pienso, simplemente reacciono. El crujido de su cuello llena la habitación de un silencio ensordecedor, y su cuerpo se afloja en mi agarre casi inmediatamente.
No siento remordimientos, dolor, culpa. Nada. Empujando su cuerpo hacia un lado, cae al suelo junto a Gisell. Tiene la cabeza inclinada hacia un lado y la boca abierta, con una expresión de terror pegada permanentemente en su rostro. Aparto mi atención de él y vuelvo a ella. Respira con dificultad, su pecho se mueve rápidamente mientras se esfuerza por meter aire en sus pulmones. Tiene los ojos muy abiertos y algunas venas pequeñas en su interior se han roto, haciendo que la parte blanca sea de color rojo sangre. Erguido, delante de ella, mi pecho se agita mientras la guerra se desata en mi interior. Quiero devolverle la vida a ese cabrón y matarlo de nuevo, esta vez un poco más despacio. Nunca me había sentido así, nunca había sentido esta necesidad posesiva.
—¿Qué mierda? —grita Louis, el tipo que me acompañó detrás del escenario.
Me pongo en pie y le miro con desprecio. Tengo los puños apretados y lo mataré a él también si es necesario.
—Sí, eso, que mierda ¡Ya pagué por ella, y pagué por lo que vi en el escenario! Si quisiera a alguien golpeada y rota, habría encontrado a una chica en la esquina más cercana. ¿Así es como haces negocios aquí?
Su rostro palidece.
—¿Qué? No, normalmente no, pero quiero decir que no tenías que matarlo, joder. Podríamos haber rebajado el precio o algo así...
¿O algo así? Este tipo debe pensar que soy un jodido idiota.
—Jódete —escupo—. ¿Prefieres que le cuente a todo el mundo cómo jodes a la gente y entregas la mercancía dañada en cuanto recibes el p**o?
—No, no, estamos bien. Sólo llévatela. Yo me encargaré de este lío —hace un gesto hacia el puto muerto que yace en el suelo.
—Maldita sea, por supuesto que lo harás —lo descarto por completo antes de volver a prestar atención a la mujer en el suelo—.Dame la llave. La mantendré encadenada por ahora.
Me rodea y se arrodilla junto al tipo con el cuello roto. Le quita un juego de llaves de las manos y me las lanza. Me inclino y abro la cadena de la parte delantera. Intento que mis ojos no se detengan en su piel expuesta. Su vestido apenas ceñido, pareciendo lencería, se ha desplazado, haciendo que sus pezones asomen, y mi pene ya está en guerra con mi cremallera. Es mejor apartar la mirada todo lo que pueda para no perder el control y follármela en la parte trasera de mi auto, aunque no importaría si lo hiciera. Ella no se resiste mientras muevo sus sujeciones. Por supuesto, tampoco le aprieto la rodilla en el pecho.
La hago girar lentamente, le echo los brazos hacia atrás y vuelvo a enganchar la cadena al cuello, de modo que tiene las manos atadas a la espalda. Su vestido también se levanta por la espalda, dejando al descubierto su culo perfectamente formado. Quiero arrancarme la camisa y arrastrarla por su cuerpo para que nadie más pueda verla. Nadie más debería ver lo que es mío. Pero no tengo tiempo para eso. Tengo que sacarla de aquí lo antes posible. Me meto la llave pequeña en el bolsillo para guardarla antes de agacharme y levantarla conmigo. La elevo del suelo y me la cuelgo al hombro como si fuera un saco de patatas. Louis me echa otra mirada de desaprobación por haber matado a su amigo, pero no se atreve a abrir la boca. Sabe que tengo razón. No debería haberla tocado.
Sabiendo que el culo y el coño de Gisell están a la vista por la forma en que la llevo, salgo rápidamente del edificio. Por suerte, sin que mucha gente la vea ni haya más percances. Utilizo la puerta lateral que lleva directamente al aparcamiento. El aire frío nos envuelve, haciendo que ella se estremezca en mi agarre. Saco las llaves del bolsillo, pulso el llavero para abrir el auto y abro la puerta con la mano libre. Odio lo ligera que se siente y cómo no se resiste ni dice nada. Es casi como si hubiera aceptado su destino. ¿Dónde está la luchadora que he visto hace un momento? Estoy seguro de que está ahí dentro, lista para salir en cualquier momento. La coloco en el asiento trasero y la acuesto de cara al maletero. La contemplo por un momento. Parece tan frágil, un trozo de cristal que podría romperse al menor movimiento. No debería haberla comprado, pero tuve que hacerlo.
—Si intentas alguna estupidez, te amordazaré y te meteré en el maletero. Quédate así y no te muevas a menos que te lo indique. —le ordeno, con la voz un poco más dura de lo necesario.
—De acuerdo —ella asiente, con la voz ronca de tanto gritar.
Le doy un último repaso. Sé que ya tiene la cara hinchada y apuesto a que le dolerá mucho la cabeza por el rebote contra el pavimento. Tendré que darle algo para el dolor más tarde.
Me subo al asiento del conductor y arranco el auto, preguntándome a dónde demonios voy a llevarla. Por un momento, me quedo sentado, sopesando mis opciones. Si la llevo a mi casa, tengo que mantenerla encadenada porque no hay una habitación segura donde meterla. Joder, la idea de mantenerla atada a mi cama para usarla cuando quiera me pone el pene más dura que el acero. Sé que soy un puto enfermo, pero ni siquiera sabía que esa parte de mí existía hasta este mismo momento. He matado a gente sin pestañear, he torturado a hombres hasta que me han dicho lo que quería oír, pero nunca he follado a una mujer contra su voluntad. Nunca he comprado a alguien ni he poseído a alguien como voy a poseer a esta mujer. Y ese pensamiento me excita más de lo que estoy dispuesto a admitir.
No sería tan cruel para mantenerla encadenada. Sobre todo, porque pienso quedarme con ella a largo plazo, y para ello habrá que crear confianza. Quiero que me desee de la misma manera que yo a ella, y eso no sucederá si la mantengo encadenada como un animal. Me detengo pensando un poco más, considerando mis opciones. Julio tiene varias casas seguras. Una es una cabaña en las montañas, aislada y alejada del resto del mundo. Si se me escapa, que dudo que lo haga, todo lo que nos rodea es naturaleza. No habrá nadie que venga a rescatarla, no ahí fuera. Elijo la cabaña en las montañas, pongo el auto en marcha y salgo a la carretera. Será perfecta no sólo por su ubicación aislada, sino sobre todo porque sé que tiene una celda en el sótano.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto cuando llevamos unos minutos conduciendo.
—Gisell—susurra, casi inaudible.
—Eso ya lo sé. ¿Cuál es tu apellido?
Tengo que asegurarme de que no está emparentada con Isabel antes de seguir adelante.
—Briseño —dice vacilante—Briseño... Golpeo los dedos contra el volante. Nunca había oído hablar de nadie con ese apellido, pero de todos modos haré que alguien la investigue cuando lleguemos al refugio. Tengo que estar seguro. Conozco a la persona indicada para hacerlo. Aunque estoy seguro de que a mi hermano no le hará gracia que me ponga en contacto con él para pedirle un favor. Pienso más en las preguntas que debo hacerle como si fuera una maldita cita y no acabara de pagar un millón de dólares por su cuerpo, pero entonces ella hace la pregunta que nos condena a los dos— ¿Qué vas a hacer conmigo?
Agarrando el volante con más fuerza, aprieto los dientes y le respondo con sinceridad.
—Todavía no lo sé.
Y realmente no lo sé, joder...