Narra Gisell
Me envuelvo con los brazos y acerco las rodillas al pecho todo lo que puedo. El frío me cala los huesos aquí abajo. Creo que lo peor no es el frío, sino que no estoy segura de cuándo va a volver, o de si va a volver alguna vez. Mi nariz se arruga al respirar por la nariz. La muerte se aferra al aire, a las paredes, a cada centímetro de esta habitación. Lo sabría incluso si no fuera por el charco de sangre seca en el suelo. Incluso si no fuera por el desagradable hedor. Puedo sentirlo. Siento a las pobres almas que murieron en esta habitación persistiendo en ella. Odio este lugar más que nada. Lo odio por dejarme aquí, y me odio a mí misma por querer que venga a buscarme. Me odio por ser débil. Apoyando mi mejilla en la parte superior de mi rodilla, dejo escapar las lágrimas que han estado amenazando con caer. Me niego a dejarme llorar delante de él, pero aquí, sola en esta celda sin ventanas, puedo ser la chica indefensa y asustada durante un rato.
Hay algo de esperanza. Al menos ha dejado la luz encendida y me ha dado algo de ropa. Es un pequeño acto de bondad, pero lo aceptaré. Odio tanto la oscuridad que habría dado cualquier cosa para que eso no sucediera. Me habría puesto de rodillas y habría rogado por ello. Al poco tiempo, y cuando estoy segura de que no volverá, me pongo la ropa que me ha dado. Sólo me quita el frío de la habitación, pero es mejor que morir congelada. Esto es una verdadera prisión. Sin nada que hacer, vuelvo al pequeño banco de la esquina. Pasan las horas, o tal vez sólo minutos. No tengo forma de saber cuánto tiempo he estado aquí abajo y nada para pasar el tiempo. Sólo mis pensamientos me hacen compañía, y esos son mi enemigo en este momento.
Cuando por fin oigo que la cerradura se abre y la puerta chirría, me pongo en pie. Suelto un gemido cuando me doy cuenta de que se me han dormido las piernas. Mis rodillas casi ceden cuando el dolor de mis piernas al despertarse se dispara a través de mis músculos. Siento un cosquilleo en las extremidades al obligarlas a trabajar y a sostener el peso de mi cuerpo. Me siento como un perro que se emociona al ver a su dueño después de haber estado fuera durante horas. Debería volver a sentarme y fingir que no me interesa su presencia, pero mi ansia por salir de esta celda me domina.
Toda esa excitación se desvanece en un abrir y cerrar de ojos cuando alzo la vista y veo su rostro. La maldad grabada en las oscuras facciones de Oleg me hace dar un paso atrás. Como el cielo nocturno, es impenetrable, hermoso, pero mortal. Parece despiadado, como un tiburón que ha olido la sangre en el agua y está rastreando la presa a la que pertenece. Hablando de sangre, al bajar la mirada, mis ojos se fijan en sus nudillos, ensangrentados e hinchados. Siento la lengua pesada al verlos y se me forma un nudo en la garganta. El miedo me inmoviliza. ¿Qué ha pasado?
—¡Muévete! —Medio gruñe y medio sisea. La oscuridad se aferra a sus cuerdas vocales. ¿Qué está pasando? Cuando se fue, estaba enfadado, sí, pero no se parecía en nada a lo que es ahora, como una bestia desquiciada. Cuando no me muevo inmediatamente, me agarra de la muñeca, las yemas de sus dedos se clavan en mi piel mientras me tira hacia la puerta. Mis pies golpean con dureza el hormigón. Algo me dice que debería correr hacia el otro lado, o al menos rogar que me quede en esta celda. No estoy segura de lo que está pasando. Lo único que sé es que, por primera vez desde que me llevó, temo por mi vida. Me muerdo el labio para dejar de gemir. Quejarme no va a ayudarme en este momento. Nada lo hará. Si planea hacerme daño, que estoy segura de que lo hace, no hay nada que yo o cualquier otra persona pueda hacer para detenerlo. Cuando llegamos a la cocina, se detiene en seco. El impulso de mi cuerpo me hace chocar directamente contra su espalda. Girando sobre sí mismo, tuerce los labios y me mira fijamente como si fuera el enemigo. Y en muchos sentidos, supongo que lo soy—.Te voy a dar una oportunidad para que respondas a esta pregunta y sólo una. Si me mientes... —se inclina hacia mi cara, sus ojos sangran en los míos—. Si mientes, lo sabré, y te prometo que te arrepentirás. Asiento con la cabeza porque es lo único que puedo hacer—¿Alguien te busca o te espera en casa?
—No.… quiero decir. No lo sé. ¿Tal vez mis padres? No sé si se dan cuenta de que he desaparecido. No sé si alguien sabe que he desaparecido. He estado fuera durante unos días. ¿Tal vez fueron a la policía? O a mi compañera de cuarto, tal vez. No lo sé —divago, tratando de encontrar las palabras que quiere oír.
No puedo ocultar el temblor de mi voz, y eso me hace sentir débil, increíblemente débil. En lo más profundo de mis entrañas, sé que algo malo va a ocurrir. El peligro y el miedo se aferran al aire, haciéndome difícil respirar ¿Me cree?
—Quiero dejarte muy claro lo que pasará si intentas escapar de mí... si descubro que tienes novio —no tengo oportunidad de responder porque, en un instante, volvemos a movernos. Me agarra por el brazo, y esta vez, su agarre es como un grillete de hierro. Fría e implacable. No sé adónde vamos ni qué planea hacer a continuación, pero tengo demasiado miedo para abrir la boca y preguntar. Entrando en la sala de estar. Sé que algo está mal. Hay objetos al azar en el suelo, una cartera, una cámara... un hacha. Oleg me suelta y da un paso a un lado. Es entonces cuando, a su sombra, veo a un hombre atado a una silla en el centro de la cocina. Toda su cara hinchada, la sangre goteando de las diversas lesiones en su mejilla y labios.
—Oh Dios... —mi voz se llena de horror. Creo que voy a enfermar.
Oleg se abalanza sobre mí, su enorme cuerpo engulle el mío como un infierno de pecado y poder. Me tapa la boca con una mano, impidiéndome hablar. La mirada de advertencia que me lanza sin decir una sola palabra me hace temblar.
Con sus manos tan cerca de mi nariz, puedo oler la sangre. El olor metálico hace que otra ráfaga de miedo me recorra. Le suplico con los ojos que pare todo esto, pero su mirada es una roca helada y dentada que se dirige directamente a mi corazón.
—¿Lo conoces? —exige. Aunque pudiera responderle, no lo haría. Puedo ver lo desquiciado que está y sé que no importa cuál sea mi respuesta, no me escuchará. Está más allá del razonamiento. Es salvaje. Como un animal rabioso. Mis ojos se dirigen al hombre. Apenas puedo ver su cara, pero por lo que veo, sus dos ojos son negros y azules. Inmediatamente, entiendo por qué los nudillos de Oleg están hinchados y ensangrentados. No reconozco al hombre atado a la silla. Me pregunto de dónde viene y cómo ha llegado hasta aquí. ¿Lo habrá sacado Oleg de la carretera? ¿Lo secuestró mientras me tenía encerrada en el sótano? Me sube la bilis a la garganta. Ya era obvio que Oleg es un hombre malvado. Lo supe desde el momento en que me hizo una oferta, pero esto fue el clavo en el ataúd. Sabía en lo que me metía cuando entré en ese escenario, pero este hombre... No conozco su historia ni su relación con Oleg, pero no me gusta el rumbo que está tomando esto. El humano en mí dijo que tenía que hacer algo, o al menos, decir algo. Retira su mano, dejando la piel alrededor de mi boca fría y húmeda. Debe de haberme dejado sangre en la cara. Me doy cuenta con horror. Oleg se aleja, dejándome de pie a unos metros. Me tiemblan tanto las rodillas que no estoy segura de poder aguantar mucho más. Se detiene cuando está justo al lado del hombre atado y se vuelve para mirarme ¿Qué va a hacer?—¿Lo conoces? —Oleg vuelve a preguntar, pronunciando cada palabra con cuidado mientras se acerca de nuevo al hombre. Su voz es un gruñido profundo que me envuelve la garganta, exprimiéndome la vida. Aparto la mirada del desconocido y levanto lentamente los ojos hacia Oleg, que ahora está de pie junto al hombre, con sus ojos clavados en los míos. Le respondo con un movimiento de cabeza. La más leve sonrisa aparece en sus labios, y es como si la parca me devolviera la mirada. Antes de que pueda decir algo o decirle que deje ir al hombre, saca un cuchillo. La hoja se refleja en la luz y me muerdo el labio para evitar que se me escape un grito. Ni siquiera sé de dónde ha sacado el cuchillo, y la verdad es que no me importa. Lo único que me importa es lo que piensa hacer con él, y con la mirada asesina que tiene, no sería... El pensamiento se evapora en el aire en un instante cuando Oleg agarra el mango del cuchillo y lo clava en las piernas del hombre hasta el hueso. Un grito desgarrador llena el aire y mis pulmones se agarrotan dentro de mi pecho. Miro fijamente a Oleg con una mirada de sorpresa y terror. Mientras él me mira con puro regocijo ¿Quién es este hombre? — ¿Segura que no lo conoces?
Sacudo la cabeza profusamente. ¿Por qué no me cree? Tengo tanto miedo de lo que pueda hacer a continuación. Oleg es inestable, como un volcán a punto de explotar y destruir todo lo que le rodea.
—¿Por qué no lo dejas ir? No lo conozco. Ni siquiera sé dónde estoy. Nadie sabe que estoy aquí... —intento ocultar el temblor en mi voz, pero eso es aún menos probable que Oleg deje ir a este tipo.
Oleg suelta un chasquido y su cara se llena de rabia.
—¿Soltarlo? —ruge, agarrando el mango del cuchillo y tirando de él para liberarlo de la pierna del hombre. El caos tiene que terminar aquí, me digo, pero no es así. Acerca el cuchillo a sus ojos y lo mira, casi con curiosidad, observando cómo la sangre se desliza por la hoja y gotea en el suelo. Se me revuelve el estómago y creo que voy a vomitar. Hablando con increíble calma mientras sigue examinando la hoja, dice: — Tenía una puta cámara. Es alguien, y apuesto a que sabes quién es, o al menos, sabes quién lo envió.
La forma en que mira el cuchillo me hace preguntarme si lo usaría conmigo. ¿Será el siguiente en apuñalarme? No me sorprendería que lo hiciera.
—No lo sé —gimoteo como un animal herido.
—Respuesta equivocada —gruñe y se mueve con la rapidez de un rayo, tomando el cuchillo y apuñalando al hombre en su otra pierna. Me estremezco porque pensé que iba a ser a mi quien me clavara el cuchillo en la piel.
El hombre desconocido suelta otro grito ahogado, y puedo ver el dolor grabado en lo más profundo de sus facciones. Las lágrimas resbalan de sus ojos y bajan por su cara, mezclándose con la sangre que gotea de su nariz. Parece tan desesperado como me siento yo.
—Oleg, por favor... No lo conozco —intento razonar con él, aunque ya no razona. ¿Qué clase de persona sería si no lo conociera? Los lados de sus labios se levantan y la sonrisa que me dedica es todo menos encantadora: es pura carnicería. Es como mirar al diablo directamente a los ojos y esperar vivir.
Acercándose a mí, me rodea la muñeca con una mano y me atrae hacia su pecho como si fuera una muñeca de trapo.
—¿Crees que soy estúpido? ¿Crees que no reconozco a un mentiroso cuando lo veo? —no me da la oportunidad de responderle—.Dime la verdad... —gruñe como advertencia, dándome una última oportunidad, pero no tengo nada que confesar. Y aunque lo tuviera, no sería capaz de sacar una palabra. Mi lengua se niega a funcionar y todo mi cuerpo tiembla incontrolablemente. Nada de lo que diga le convencerá de lo contrario—.Mía. Eres jodidamente mía, y no importa quién venga por ti, eso nunca cambiará. Puedes mentirme, puedes intentar huir, pero te cazaré y te arrastraré de vuelta aquí. Nunca te librarás de mí. Nunca. Miénteme otra vez y verás lo que pasa. Mírame y dime que no lo conoces —ruge.
Como una esclava obediente, levanto la vista.
—Yo... no lo sé. Lo juro. Nunca lo he conocido. No te estoy mintiendo.
Me suelta y da unos pasos, veo a Oleg con una pistola en la mano. El metal brillante se refleja en la luz. Se me salen los ojos de las órbitas, preguntándome de dónde demonios ha salido el arma y qué va a hacer, pero antes de que pueda saltar para detenerme o protestar, aprieta el gatillo. El ruido es ensordecedor, y mis oídos pitan y permanecen así incluso después de que el hombre se desplome en la silla, con un agujero de bala en la cabeza. El aire se convierte en hielo en mis pulmones y todo mi cuerpo se congela. Dejo de respirar, de parpadear, de moverme. Lo único que puedo hacer es mirar fijamente al hombre en la silla ¿Qué acaba de pasar? Esto tiene que ser un sueño. Una pesadilla, en realidad. Es lo único en lo que puedo pensar. No es real. Es una película, algún tipo de efecto especial. El hombre va a sentarse en cualquier momento, limpiando la sangre falsa. Pasan los segundos, tal vez los minutos, y todavía no pasa nada. Me arden los pulmones y me doy cuenta de que sigo conteniendo la respiración.
Intento aspirar un poco de aire, pero siento como si tuviera clavos en las vías respiratorias. La garganta se me contrae y me cuesta respirar o tragar. Parpadeo, intentando despertarme, intentando dejar atrás esta horrible pesadilla, pero el hombre sigue ahí, sentado en la silla con un agujero en la cabeza. Esto no es un sueño, Gisell. Esto es la realidad, tu nueva realidad. Todo a mi alrededor se mueve a cámara lenta. Oleg se vuelve hacia mí, bajando el cañón de la pistola al suelo. No hay ni una pizca de remordimiento en su mirada. Es casi como si no le importara haber matado a alguien. Como si fuera algo normal para él. Entonces me doy cuenta. Ha matado a alguien. Lo mató a tiros, justo en frente de mí.
—Ahora sabes lo que pasará si alguna vez intentas escapar de mí. Si alguna vez piensas que puedes mentirme y salirte con la tuya. La próxima vez, simplemente te mataré.
El shock me atraviesa con el efecto de un rayo. Lo sé porque no siento nada del mundo que me rodea. Es como si estuviera desconectado. Alguien ha desconectado mi cuerpo. El zumbido en mis oídos continúa, y todo lo que puedo ver es el hombre desplomado, su materia cerebral salpicada contra la pared.
No puedo dejar de ver la maldad de Oleg, su parte oscura y eso es tan aterrador como el hombre muerto que tengo ante mis ojos.
Nota aclaratoria: Está es una historia de mafia, por la tanto no esperen un protagonismo suave o romántico, seria ilógico crear un personaje así en un mundo de violencia. Contiene Síndrome de Estocolmo.
Los invito a leer en mi perfil muchas historia suaves de millonarios o jefe en el caso que no les guste este tipo de tema.Gracias y un fuerte abrazo.