Los días pasaron, y seguían en el castillo de Sendulla. La noticia de la caída del rey Fernando III había llegado a todos los reinos aledaños. Incluso a los lejanos.
Los nobles de Chenery viajarían desde el reino hasta allí para ver las ejecuciones de la Familia Real y de los nobles que no se habían doblegado ante Ricardo V.
Muchos nobles y guardias pasaron uno por uno a dar su eterna lealtad al rey. Por lo que ella estaba sola, no tenía aliados ni gente de confianza que la ayudara en su plan. Y tampoco había logrado localizar el calabozo.
Su padre le había prohibido ver a Dante, alegando que el haberse casado con él fue sólo por política, que no debería querer volver a verlo; ni debería esperarlo, ya que su muerte tendría lugar en una semana.
Una semana. Solamente le quedaba ese tiempo para ayudarlos a escapar.
Sabina se dirigió hacia el ala sur, para seguir merodeando por los pasillos del castillo. Esta vez tomó una ruta diferente, esperando que el destino estuviese de su lado para dar con los calabozos, o al menos con algo que le sea útil. Pero no fue así, fue mucho peor.
Unas voces conocidas se escapaban de la gran biblioteca, aparentemente sus padres y su hermano estaban discutiendo algo muy importante. Lo más extraño era que no había guardias custodiando la puerta, como suele haber cuando su padre se reúne con alguien.
Sabina se acercó y con cuidado colocó su cabeza casi apoyada en la división de las puertas. El sonido de murmullos se fue transformando en palabras.
Palabras que la paralizaron.
—Debes entender que ella es adoptada, pero sigue siendo parte de la Familia Real. No puedes tener esa clase de ideas, además… Eres el príncipe, nuestro hijo, y te mereces alguien mucho mejor. Una mujer de verdad, no esa… esa cosa.
La voz de su madre estaba cargada de odio y repulsión, y sus palabras se clavaron como dagas en el corazón de la princesa.
‹‹¿Adoptada?››
Pero eso no era excusa para el desprecio que su madre le tenía.
—Y es una herramienta —siguió esta vez su padre—. Sólo eso. Y la seguiré utilizando a mi favor hasta que me harte de ella.
…
Sabina estaba corriendo con desesperación por los pasillos del castillo, intentando huir de todos y de todo lo que había oído minutos antes.
Su corazón dolía, al igual que sus piernas por el esfuerzo. Las lágrimas le opacaban la visión, pero no le importaba, tan sólo quería escapar de los monstruos que tenía como familia.
¿Adoptada? Ella pensó que era una respuesta razonable ante el rechazo que siempre sufrió de parte de sus padres. Con un sollozo recordó su infancia, en donde la indiferencia dolía mucho más, hasta que en su adolescencia se acostumbró tanto que le era algo cotidiano. Algo normal dentro de una familia poderosa.
—Normal… Nada en esta vida es normal.
Siguió vagando sin rumbo fijo hasta que llegó al pasillo que conducía a sus aposentos. Pensó que su habitación sería el mejor lugar para esconderse de todos. Necesitaba sentir un poco de familiaridad, un poco de calor. Algo que se pareciera al hogar, y aquella cama, por más que no sea la suya realmente, la reconfortaría un poco.
Entró y la ventana estaba con las cortinas abiertas de par en par. El anochecer había caído, y la luz de la luna creciente era tranquilizadora. La frisa que entraba era fresca, pero en su pecho la princesa sintió una calidez familiar.
Recordó a su nana, la criada que la vio crecer desde bebé, y que le brindó una crianza con amor. El único amor maternal que experimentó.
La angustia creció en ella, extrañaba a montones a su nana, y quería algún día volver a verla. En su cumpleaños número cinco, la reina desterró a la criada del castillo, y del reino de Chenery. Nunca le dijeron la razón a Sabina, y ella lo tomó como más de lo mismo, el simple rechazo que le daban. Pero había una razón escondida, y ella por un tiempo quiso descubrirlo… hasta que un día se olvidó, y lo dejó en el pasado.
Ahora toda la angustia se arremolinaba en su pecho. Quería gritar, destrozar algo, pero su delgado cuerpo se dejó caer contra la puerta ya cerrada de su habitación.
El cansancio comenzó a aflojar su cuerpo, y con pesadez intentó moverse. Su cuerpo no le respondía, y su mente estaba en blanco. Sabina sabía que era cierto, que era verdad que era adoptada… pero no quería creerlo. Una parte de ella aún quería aferrarse a la idea de pertenecer, de realmente ser parte de una familia. Aunque fuese una llena de crueldad y dolor.
Creyó que no había nada más que hacer. Sus padres, que no lo eran realmente, controlaban su vida, sus acciones y su futuro. ¿Cómo podría esperar tener sueños que cumplir, o proyectar un futuro, si el rey ya tenía planes para ella?
Se sintió usada e insignificante, como si su vida no valiera nada. ¿Acaso le importaba realmente a alguien?
…
Despertó sobresaltada, con la luz del amanecer dándole de lleno en los ojos. Con esfuerzo se levantó del frío suelo, y estiró su espalda.
Se sentía peor que ayer, con los ojos irritados de tanto llorar, y con la garganta seca. Quería paz, y poder sentirse cuidada y contenida.
Y pensó en Dante, y en cuánto lo necesitaba y echaba de menos.
Con mayor desesperación necesitaba aferrarse a los brazos de su amado Dante. El único que realmente la había querido tal como ella era. Y aunque tenían un acuerdo de casarse, ambos habían sentido que era su destino estar juntos, y que tendrían un matrimonio feliz y fuerte.
Pero la imagen de incomodidad de él en el altar volvió a Sabina como un balde de agua fría, y su corazón se partió por segunda vez.
Merodeó nuevamente sin rumbo, intentando enfocarse en algún pensamiento, pero fracasó. Su mente aún estaba perturbada por el shock, y el agotamiento físico no ayudaba en nada.
Minutos –o quizás horas– después, se topó con el final de un pasillo, y desconcertada miró a todos lados. No había llegado nunca a ese sector del castillo, y lo sintió como una oportunidad.
Ella se aseguró de que no haya moros en la costa, ni ningún sirviente metiche pasando por allí, y corrió con cuidado el borde de la gruesa tela que cubría la pared rocosa en forma de adorno. Un hueco se abrió paso, y se adentró a la oscuridad.
Chocó contra una pared de madera áspera y astillada, y trató de golpearla para tumbarla. Su desesperación aumentaba cada vez más ya que el miedo a ser descubierta comenzó a crecer en el fondo de su mente.
Sintió sus manos sangrar por las cortaduras contra la madera, pero no desistió.
‹‹Esta es mi última oportunidad de localizar a Dante››.
De un momento a otro la madera cedió por completo y cayó hacia adelante, pero antes de tocar el suelo unas manos firmes la atraparon. La luz la cegó, por lo que tuvo que cerrar los ojos con fuerza. Los sonidos se mezclaron por unos segundos, y logró distinguir voces femeninas.
—Sabina…
Su voz. Al fin y después de tanto buscarlo, y de tanto necesitarlo, lo encontró.