Capítulo III

1616 Palabras
Jared Lewis Poco antes de terminar de llegar hasta donde ella está sentada, me dedico a respirar con gran suavidad, tratando de controlar aquella maraña de sentimientos que me embargan en ese momento; por una parte, siento la necesidad de ir hasta donde está Step para obligarlo a convertirse en el hombre que Darline quería que fuera, pero, por otro lado solo deseo estar a su lado, escuchando una vez más, todos los problemas que tiene con ese hijo de perra. Así que al final, solo termino de acortar el espacio entre ambos y salto para sentarme a su lado. —Creo que eso es muy fuerte para ti —le digo, lo suficientemente alto como para que pudiese escucharme a través del ruido de la música. Ella deja de mirar en dirección de su novio, mira el vaso que tiene entre sus manos y sonríe, para terminar por mirarme. —No —niega, antes de llevarlo a sus labios otra vez—, es lo que necesito en este momento. Mis hombros suben y bajan en una lenta respiración, repitiéndome en mi interior que debo de controlarme. —No esperaba verte por acá —murmura, sin dejar de mirar el poco contenido de su vaso—, si bien recuerdo, detestas que te traten como rey. Tuerzo una sonrisa y niego con la cabeza. —De vez en cuando debo de venir a ver qué hacen todos ellos —bromeo, mientras señalo a los meseros o bartender—, que no piensen que se mandan solos. La observo, sus rosados y rellenos labios se curvean en una pequeña sonrisa. Aquellos hermosos ojos verdes me dirigen una mirada llena de tristeza. Ella era infeliz, y lamentablemente aún no se daba cuenta de ello. —Cuéntame —le pido, a sabiendas que algo andaba mal con ella. —No es nada —menciona de forma desganada—, solo que, Step se molestó porque no quise probar lo que ellos estaban ingiriendo. Frunzo el ceño, a la vez que desvío la mirada para buscar a esa pequeña rata entre la multitud de personas. No logro encontrarlo, lo que me indica que, probablemente ya se había ido, sin siquiera preocuparse en venir a ver como estaba su novia. Darline se da cuenta de que lo busco con la mirada y me imita, justo cuando se da cuenta de lo mismo que yo, sus ojos se llenan de lágrimas que comienzan a ser derramadas de inmediato. Tomo su mano y la atraigo hacia mi cuerpo, la rodeo con mis brazos y comienzo a acariciar su espalda mientras dejo salir pequeñas palabras de consuelo. —Ya, pequeña. Ese tipo no merece ninguna de las lágrimas que estás derramando —comienzo a decirle. Ella se aferra de mi camiseta y continúa llorando. Miro a mi alrededor, dándome cuenta de que ha captado la atención de los que están cerca nuestro. Beso su cabeza a la vez que les dedico una fría mirada para que sigan en lo suyo, cosa que consigo que hagan de inmediato. Algunas veces, llevar el apellido Lewis es una gran ventaja, pues la mayor parte de la población de Londres, sabía a la perfección quien es Johny Lewis: un poderoso hombre que mantenía numerosas influencias con cualquier entidad, por lo que, al ser su único hijo, podía decirse que parte de ese respeto que tenían hacia él, se me transmitía. Un bartender se acerca de inmediato en cuanto le hago un gesto con mi mano. —¿Puedo ayudarle en algo, señor? —pregunta, con aquella gran amabilidad que todos solían tener. —Trae un vaso con agua, por favor —le pido, a lo que él asiente y se retira de inmediato. Acuno el rostro de Darline entre mis manos para que pueda mirarme. Ella continúa sumergida en su torrente de sollozos, por lo que, se le dificulta poder observarme. —Vamos, pequeña. Respira despacio —le pido, mientras ella lleva sus manos para colocarlas sobre las mías, logrando enviar un escalofrío que recorre todo mi cuerpo. Quiero alejarla, quiero obligar a mi corazón para que deje de latir de aquella manera cada vez que la siento cerca, pero me es imposible; si me era difícil vivir bajo el mismo techo con ella, tenerla de esta manera se volvía una tortura. Trago saliva con fuerza, mientras tomo el vaso que el hombre deja frente a mí. Lo acerco a los labios de Darline y ella bebe con suavidad, sin dejar de mirarme a los ojos. —Voy a sacarte de aquí, ¿Está bien? —digo, a lo que ella asiente. Cuando me levanto, alzo la mirada y noto a Amanda apoyada en la baranda del piso superior, ella nos observa y sonríe para después levantar una mano y moverla en despedida. Imito su gesto y luego abrazo a Darline para comenzar a dirigirla fuera de ese lugar. La noche está algo fría, y ella un poco destapada, por lo que, cuando salimos, me quito mi chaqueta y la coloco sobre sus hombros descubiertos. Después termino de dirigirla hasta mi auto en completo silencio.   —Step es un idiota —lloriquea, cuando ya se ha acomodado en el asiento—, ¿Cómo pudo dejarme sola? —Dar, Step está lejos de merecer a alguien como tú —le recuerdo, mientras me dedico a encender el auto—, ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que te lo he repetido. Se aferra al cinturón de seguridad, a la vez que desvía la mirada hacia la ventana. —Él me quiere, Jared. —Si te quisiera, no trataría de obligarte a hacer algo que no quieres. Ella clava su mirada en mí, la cual le sostengo por algunos segundos, antes de concentrarme otra vez en la carretera. Sabía que iba a defenderlo, siempre lo hacía después de todo. Ella jamás aceptaría, que Step era un completo bastardo que lo único que hacía era aprovecharse de ella. —No fue lo que quise decir, Jared. —¿Entonces qué quisiste decir? Porque estoy seguro de lo que escuché, Dar. Y suena a que él quería hacer que ingirieras algo que no querías. La observo fruncir sus labios, antes de concentrarse en la ventana otra vez. Dejo escapar lentamente la respiración para después dedicarme a conducir en silencio. Como dolía tener a la persona que amas tan cerca, pero a la vez tan lejos, ¿Por qué la vida me había castigado de aquella manera? ¿Por qué no podía arrancarme a esa mujer del alma? ¿Qué había hecho mal para ser merecedor de un castigo como ese? Darline Jones se había convertido en mi primer y único amor, un amor tan doloroso que costaba mucho trabajo vivir con él. Deseaba que me amara, necesitaba que ella dejara de verme como si fuese su hermano, para así, poder demostrarle todo el amor que merecía tener. —Jared —arguye, estirando una mano para acariciar la mía—, por favor, perdóname —menciona, sus ojos llenándose de lágrimas otra vez. —¿Qué tengo que perdonarte? —El ser una ilusa —arguye, sus hombros subiendo y bajando ante los sollozos que acaban de invadirla otra vez—, porque tienes razón, Step se molestó conmigo porque no quise hacer lo que él deseaba, ese polvo blanco no se veía bien; y, aun así, sigo defendiéndolo. Pongo las luces de emergencia y me estaciono a la orilla de la calle. Me quito el cinturón de seguridad y me volteo hacia ella. —El poder está en tus manos, Dar, Nadie más que tú, puede tomar la decisión de parar esto. Ella asiente, manteniendo sus labios fruncidos. —Me dejó sola —repite, lo que hace que mi corazón duela al ver que se sentía humillada por haber sido abandonada en aquel lugar, por el hombre que ama—, si tú no hubieses estado ese lugar, no sé qué habría hecho. —Llamarme, Darline; tienes que saber que cada vez que me necesites, solo debes de tomar el teléfono y llamarme. Y yo correré para ir a buscarte —acaricio su mejilla con suavidad, lágrimas comienzan a derramarse de sus ojos otra vez. Con mis dedos, me apresuro a quitarlas, pues no había algo más que odiara que verla llorar. —¿Por qué Emmett no es como tú? Levanto los hombros. —Él te ama, Dar. Emmett es tu hermano y estoy seguro que daría todo por verte feliz. Ella niega con la cabeza. —Emmett es insoportable. —Es tu hermano, no le puedes pedir mucho a la vida. Con esa simple frase, logro hacer que se eche a reír, lo que provoca que yo también sonría. —Daría todo por ver esa sonrisa cada segundo de mi vida —confieso, a la vez que continúo acariciando su mejilla con mis dedos—, te ves mucho más bonita cuando sonríes. —Lo dices solo porque eres mi hermano. Hermano. Otra vez aquella maldita palabra que me hace alejar mis manos de su rostro. Darline jamás iba a dejar de mirarme como su hermano, situación que provocaba que la amargura naciera en mi interior. Frunzo los labios y arrugo la frente, mientras pongo en marcha el auto otra vez, dándome cuenta de que en realidad no me iba a ir al infierno por el simple hecho de que lo estaba viviendo justo ahora. Mi condena iba a ser ver a la chica a la cual amo con locura ser feliz con cualquier otro hombre, menos conmigo. —Vamos, voy a llevarte a la casa —concluyo, para después conducir en completo silencio. 
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