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Muchos días pasaron. La primavera dio paso al verano, el verano al otoño, pero la condición de la hija de Don y Eme no mostraba signos de mejora. Cada día parecía una batalla cuesta arriba, y mientras Don y Eme trataban de mantenerse fuertes, la situación se volvía cada vez más desesperada. Don se esforzaba por mantener viva la esperanza, pasando horas junto a la cama de su hija. A menudo, le leía cuentos en voz alta, tratando de encontrar alguna reacción en su pequeña beba, que diera algún indicio de recuperación del mal que la aquejaba. Pero a pesar de sus esfuerzos, el corazón de Eme seguía lleno de angustia y dolor pues era evidente que Angelique era solo un cuerpo inerte, solo sobreviviendo gracias a las máquinas a las que estaba conectada. En una de esas ocasiones sombrías, Don sal