Capítulo 2: Avistamientos

1447 Palabras
Las chicas comenzaron a gritar, los hombres a tratar de calmarlas, aun cuando ellos estaban tan asustados como ellas. Yo no hice nada, solo me quedé quieta; tenía miedo, sí, pero de tantas veces y de tantos años que aprendí a callar cuando me invadía el pánico, que quedarme inmóvil y en silencio no era gran problema para mí. -¡Entremos! -ordenó Fabián con voz alta. Yo quería mirar esa cosa que nos iluminaba desde el cielo, pero Fabián me cubría casi por completo y mi visión no era la mejor. Me zafé de él y miré hacia ese aparato. Era triangular, de colores, tenía tres luces por debajo que nos alumbraban y que giraban, no estuve muy segura de, si giraba el triángulo ese o solo las luces. Quedé extasiada unos segundos, o minutos, ¡qué sé yo!, pero ver aquello me produjo una calma inexplicable, como si todos mis temores se hubieran esfumado de la nada. Los profesores llegaron al escándalo de los chicos, los papás que nos acompañaron también aparecieron e intentaban calmar a las alumnas. Eso me distrajo y aparté los ojos del cielo. -¿Entremos? -me preguntó Fabián con expresión extraña. -Sí -respondí con tristeza, no quería apartarme de ahí. Miré el cielo la última vez antes de entrar, la cosa esa se fue en menos de un segundo, justo después de que sus luces emitieran un destello dorado. -¡Yo les dije que los extraterrestres existían! -se jactó Sandra. -No sabemos lo que fue -replicó Marcelo-, pudo ser el espíritu de la mamá de Cassandra que vino a verla. -Si hubiera sido ella, se le habría presentado como todos los fantasmas normales, ¿no crees? -rebatió mi compañera. -¿Fantasmas normales? -ironizó Fabián. -Sí, todos los fantasmas se presentan como las personas que fueron en vida, para que las reconozcan, si no, ¿cómo? -¿Tú qué crees, Cassandra? Esa cosa vino por ti, ¿qué era? -me interrogó Carlos de mal modo. -No la molestes, esa cosa llegó aquí a lo mejor al ver tanta gente, el ruido, no sé, pero no necesariamente vino a ver a Cassandra -me defendió Fabián. -Pues pasó cuando estaba sola y después contigo... Sospechosa la weá -terminó aludiendo al famoso chiste. -Yo no tengo nada que ver -protesté sin el convencimiento necesario, pues también estaba segura de que ese ovni me había visitado a mí. -Déjala tranquila -advirtió Fabián-. Y ojo, Cassandra ahora es mi polola, así que los jotes[1] se pueden ir alejando de ella. -¿Te vas un mes a la capital y esperas que ella te sea fiel? -se mofó, con sarcasmo, Raúl. -¿Por qué no? Nunca había pololeado con nadie, ¿por qué justo ahora va a andar con cualquiera? -Yo digo nomás, cuando el gato se va... -¡Córtala, Raúl! Y deja tranquila a Cassandra. El ambiente se estaba poniendo cada vez más tenso; busqué, con la mirada, a los adultos que nos acompañaban, pero todos estaban demasiado empapados en el tema del objeto en el cielo que no se daban cuenta de lo que ocurría a su alrededor con nosotros. Raúl le dio un empujón en el pecho a Fabián y le ofreció salir a arreglar los asuntos como hombres. -Basta, por favor -intervine-, voy a llamar a los profes -amenacé. -Ni se te ocurra, fenómeno -respondió Raúl. -¿Qué le dijiste? -Se enojó Fabián. -Todos saben que es rara, siempre lo ha sido, ahora último es un poco menos, pero ¿se te olvida que en la básica andaba en las nubes y le tenía miedo hasta a su sombra? Nadie se podía acercar a ella porque parecía que uno era el demonio. Tú eras el único con el que se comunicaba. Los ojos se me llenaron de lágrimas de frustración. Esa fue una de las razones por las que dejé de llamar a mis abuelos de noche y decidí enfrentarme a mis miedos, porque todos en el colegio me molestaban por ser tan miedosa y extraña; andaba todo el tiempo en las nubes, en mis terrores nocturnos. -¡Córtala, Raúl! -ordenó Sandra. -Déjala tranquila -advirtió, en tono amenazante, Fabián. -Vamos, Raúl, ya nos vamos a ir y hay que aprovechar el último rato de la fiesta -habló Carlos y se llevó a su amigo, el que, antes de irse, me miró de una forma que no supe descifrar. Fabián me miró con algo de culpa en su mirada. -¿Quieres tomar algo? -me ofreció. Asentí con la cabeza sin hablar. Entramos y nos fuimos al bar, al extremo opuesto de donde se encontraban Raúl y Carlos. Fabián me entregó un vaso de bebida. -No vayas a llorar, ¿ya? -suplicó, nervioso. -No, no voy a llorar -aseguré, quería hacerlo, pero me reprimí. -Bueno, pero de verdad. -De verdad -le aseguré con una sonrisa. Me dio un beso muy tierno. -Este es el día más feliz, hasta el momento, de mi vida. -¿Hasta el momento? -pregunté divertida. -Sí, el más feliz será cuando nos casemos. -¡Ah, ya! -Me reí-. O sea, ya tienes planeado toda nuestra vida. -Todo no, pero sí sé lo que quiero y, cuando me reciba de ingeniero, nos casamos. -A lo mejor ni vamos a estar juntos para ese tiempo -repliqué divertida. -Lo estaremos, a no ser que yo esté muerto. -¡No digas tonteras! -lo regañé, no me gustaba pensar en la muerte. -Te amo, Cassandra Reyes, pero tú... -Era un fenómeno -lo interrumpí con molestia. -No, tú no me hacías caso, lo único que hacías era estar encerrada en tu mundo y no dejabas entrar a nadie. Ni siquiera a mí que era tu mejor amigo y siempre estaba a tu lado. -Es que estaba loca -afirmé. -No, loca no, no vuelvas a decir eso. Solo eras muy impresionable y ser sonámbula tampoco ayudaba mucho, claro que, si tomas en cuenta que perdiste a tus padres tan pequeña, eso debe haber generado un trauma muy difícil de superar, sobre todo si no estabas consciente de dónde venían esos temores que te molestaban desde guagua. Los traumas infantiles son los peores. A veces el miedo viene de cosas que nosotros ni siquiera nos imaginamos porque no son nuestros, son de nuestros padres, incluso de los abuelos. Además, ¿no te parece raro que tus abuelos defiendan tanto a tu papá que te abandonó? Tampoco sabes bien qué pasó con tu mamá. -¿Cómo sabes eso? Se supone que nadie estaba enterado. -Por mi papá. Tú sabes que él es psiquiatra y tu abuela fue muchas veces a verlo para que te ayudara. O los ayudara a ellos a sobrellevar tus miedos nocturnos. Si yo me enteré fue porque él me preguntaba mucho por cómo te comportabas en el colegio, cómo era tu personalidad, puras cosas así, y después, cuando yo estaba más grande, le pregunté que por qué estaba tan interesado en ti y, después de mucho insistir y confesarle que estaba enamorado de ti, me dijo lo que te estoy diciendo, se suponía que yo no te debía decir nada a ti. ¿Es verdad? -Sí, bueno, no sabía que mi abuela había pedido ayuda, me llevaron con tu papá una vez, pero dijo que no tenía nada, físico al menos, pero sí tuve muchos problemas con el sonambulismo, tenía terrores nocturnos y un montón de trastornos a causa de eso. Mis noches eran horribles. -¿Todavía? -No, hace tiempo que no me pasa -mentí. -Es bueno saber eso. Me besó y ya no seguimos conversando, nos fuimos a la pista y bailamos los últimos temas que tocaron, que eran puros lentos, lo cual agradecí, lo cierto era que no había quedado muy bien con la conversación y me sentía cansada. A las cinco y media, nos fuimos, yo iba sentada al lado de él en el bus. -Yo me voy a las ocho de la tarde, como a las seis voy a estar en tu casa para hablar con tus abuelos -me dijo antes de despedirnos. -Bueno -contesté lacónica. -Estás de acuerdo, ¿cierto? No quiero presionarte ni apurarte, si tú no estás de acuerdo y quieres esperar... -No, sí estoy de acuerdo, no tengo problema, de verdad. -Genial. Nos vemos, mi amor. Nos dimos un corto beso y yo me bajé del bus para entrar a mi casa. La fiesta había sido a las afueras de la ciudad y nos habían llevado y traído en bus desde y hasta la casa de cada cual. [1] Jotes: Forma despectiva hacia los hombres que coquetean con una mujer por diversión.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR