Por su parte, Calverleigh pensaba que había de ser muy tierno y delicado con ella, dada su inexperiencia. Rezaba, como nunca lo había hecho, para que el cielo le ayudase a ser siempre digno de Lolita. Durante el día charlaban sobre temas que a los dos apasionaban. Más tarde, en la gran cama que parecía ocupar todo el vagón, disfrutaban de su amor. En el tren se encontraban a salvo, pues era escoltado por un buen número de soldados que los protegerían de cualquier peligro. Había mucho que ver a través de las ventanillas, pero Calverleigh sólo tenía ojos para Lolita, quien cada día parecía más bella a medida que respondía a la pasión de él. Poco antes de llegar a Simla, Lolita dijo suspirando: −Me gustaría que pudiéramos viajar en este tren siempre, siempre, sin detenernos. −Lo mismo