1. Transición
Antes de comenzar a leer, verifica que hayas leído Infinito primero, esta es la segunda parte. Abrazos!!
Camila
—Bella Durmiente —siento su canto en mi oído y el aliento caliente me hace estremecer, me quejo suavemente. Sabe que estoy fingiendo, su mano baja por mi espalda hasta buscar el borde de mi camisón y mis manos se empuñan bajo la almohada, ocultando mi rostro en ella, ronroneo con la sensación de sus dedos acariciando una de mis nalgas, tomándome por la cintura con firmeza, instalándose entre mis piernas— siempre tan lista para mí.
—David —gimo presionando mis caderas contra él, sollozando al sentir su erección entrar en mí.
—Cami —susurra y una música comienza a escucharse de fondo, sobresaltándome con tanta fuerza que caigo de la cama, completamente desorientada, observo a mi alrededor tratando de saber dónde estoy, cómo llegué aquí.
—Mmh, sólo un sueño —suspiro y me levanto de hombros— siquiera este fue uno de los buenos— sonrío regresando a la cama, burlándome internamente, tengo veinticinco años y con sueños húmedos, mejor aprovecho el impulso de mi fantasía, ideal para comenzar el día más importante de mi vida adulta.
Desde niña he tenido la costumbre de elegir mi ropa la noche anterior y hay cosas que nunca cambian. Observo el vestido de cachemir color marengo, las medias negras y los zapatos de tacón antes de ponérmelos, no es que una pediatra tenga que usar estas ropas diariamente, pero es el primer día y no será solo trabajo, los jefes quieren conocerme y debo dar la mejor impresión, ellos ya saben cuáles son mis habilidades, pero, como él siempre repite, debe haber algo que me diferencie de los demás, algo que, cuando llegue el momento de elegir, se decidan por mí.
Mañana volveré a mis pantalones y blusas, que es como me siento cómoda, además, con el frío que se siente en esta ciudad, a pesar de que recién comenzamos el otoño, debo preocuparme de cuidar mi frágil salud.
Me miro en el espejo mientras me peino, dejándolo caer suelto, en ondas negras hasta la cintura, definitivamente no soy yo, pero me siento bien, la fina lana se apega a mis curvas justo hasta encima de la rodilla, agradezco que Anabel haya elegido uno con manga larga y que el cuello redondo no muestre demasiado. Coloreo mis labios con rojo y pruebo mi sonrisa. Agradezco también que él no haya visto mi nuevo vestuario, que mi amiga haya sido tan despierta para enviar dos maletas aparte, repletas de lo que él no aprobaría.
Suspiro de forma tan sonora que me duele el pecho, él me ama ¿Cierto? No puedo ser tan desagradecida, me cuida, se preocupa y ha estado ahí en todas mis caídas en los últimos siete años y cuando le dije que vendría a Portland por tres años para una residencia de Oncología Infantil, me apoyó, no con convencimiento, pero lo hizo, al final eso es lo que importa.
Vuelvo a observar el pequeño departamento de un solo ambiente, me siento a los pies de la cama y comienza el respirar acelerado y la vista nublada, me apresuro a buscar un cigarro y doy la primera bocanada con alivio, no quiero sentirme triste, pero no puedo evitar recordar.
∞∞∞
Tanto ruido, gente hablando al mismo tiempo ¿Es que nadie comprendía que era la última vez que lo vería? David me tomaba las manos y me miraba fijamente, el dolor se le salía por los poros, sé que esperaba un gesto de sufrimiento, pero es que estaba paralizada, no de no poder reaccionar, sino que sabía de que si lo abrazaba, me desarmaría en millones de pedazos y sólo lo dejé ir.
Esperé a verlo desaparecer por la puerta de embarque, para girar hacia la salida y no fue necesario dar un paso, él ya estaba ahí, abrazándome, conteniéndome.
Pablo esperaba afuera y, si bien se sorprendió de no verme sola, no hizo preguntas, llevándome a casa a seguir llorando. Trataba de calmarme, lo intentaba con tanta fuerza, diciéndome que todo estaría bien, pero llegando el anochecer, algo se apoderó de mí, gritando como una loca lo eché de mi habitación diciéndole que no quería verlo otra vez.
Fue la única vez que me permití ser egoísta, pero es que su presencia me traía más recuerdos de los que podía tolerar. Es casi increíble cómo uno va cambiando con el tiempo, lo que parecía tan absoluto, ahora ya no lo es, hasta me siento ridícula de mis reacciones y eso que sólo estaba comenzando.
La primera noche fue la peor de todas, me negué a tomar los tranquilizantes que Sophia me ofreció, sintiendo temor de que me hicieran no pensar en David, lo que más deseaba era lograr mantener la visión de su rostro intacta tras mis párpados, porque ni siquiera las fotos bastaban y me aferré al pequeño relicario de oro que me regaló en nuestra primera Navidad juntos, increíblemente, esa sencilla pieza de joyería se convertiría en un tipo de talismán, otorgándome la fuerza cuando creía no poder seguir adelante.
Pocos días después, Pablo anunció la partida a Santa Mónica, lo que no me entusiasmaba demasiado, los recuerdos en ese lugar eran tan potentes también, pero menos que en casa. En cuanto cruzamos la puerta del departamento los niños corrieron al que siempre fue su dormitorio, no dejándome más opción que ir a aquella que usó David un año atrás, con el rostro hundido en la almohada, como si pudiese encontrar un vestigio de su aroma, recibí su llamada.
Me llamaba cada noche, ambos cumplíamos nuestra promesa de hablar a diario, pero tampoco es que hubiésemos dicho muchas palabras, de hecho, hacía tantos esfuerzos por no llorar a gritos, que sólo decía unos cuantos monosílabos y él se despedía, seguramente en la misma situación.
Le conté dónde estaba, recordando el tiempo que pasamos aquí, en esta misma cama, cuando Sophia salía con los gemelos y podíamos aprovechar la tarde en amarnos sin interrupciones. Casi pudimos reír ante el recuerdo y susurrándonos te amo, logré conciliar un sueño tranquilo por primera vez desde que se marchó, recién hace seis días.
Terminaba de comer la ensalada que Miri nos preparó cuando mi celular comenzó a sonar. Erik había estado jugando con él, riendo mientras personalizaba los tonos, por lo que tenía la seguridad de que se trataba de Carlos y realmente no deseaba hablar con él.
La novia de Erik me odiaba, creo que se llama Mary, pero es que, si él prefería pasar el tiempo conmigo, ya no era mi problema. Me despertaba con su llamado y salíamos todas las mañanas a hacer algo de ejercicio, los primeros días escuchábamos los reclamos de la pobre chica, pero creo comprendió que ese no era su lugar, pues dejó de aparecer cada vez que doblábamos la esquina de su departamento. Al mediodía nos metíamos al agua, sólo por unos momentos y nos turnábamos para elegir dónde almorzar, aunque por lo general ganaba Miri, ella era nuestra cocinera preferida. Veíamos televisión hasta que el calor dejaba de ser una carga sobre nuestras espaldas y entonces bajábamos a la playa, para jugar en el agua esperando que desapareciera el sol. Las noches eran de fiesta, nos juntábamos con el resto de los chicos, a bailar o sólo hablar de cualquier tema poco trascendental, pero, cual cenicienta, a la medianoche me despedía, para alcanzar a llegar a mi cama antes de que la canción de cuna que David hizo para mí se escuchara en mi celular.
—Sexo telefónico —la risita burlesca de Erik fue reemplazada por un aullido al sentir mi golpe en sus costillas, volviendo a acomodarme en su pecho— entonces ¿Qué?
—No nos sentimos de muchos ánimos como para sexo.
—O sea que se dedican a decirse cuánto se extrañan y te amo, besito…
— ¿Erik? —le entrecerré los ojos simulando enojo, pero la verdad es que me costaba mucho lograrlo.
—Está bien, sólo quiero entender.
—Dime lo que te molesta —suspiró antes de alejarse.
—No lo sé, antes eras tan alegre, bueno, puedo entender que no lo estés, pero hay algo distinto en ti, no sólo el que se haya ido, pareces amargada, eres irónica y aunque me río, siento tristeza también, tú sabes que te quiero.
—No lo sé —me levanté de hombros— tengo todo este millón de pensamientos y certidumbres.
— ¿Qué pensamientos? ¿Qué certidumbres? —sus cejas se juntaron, desafiándome.
—Antes de irse, David me dijo que sólo sería un año, que yo podía ir a una universidad en Seattle y… — sentí el rubor en mi rostro— casarnos.
—Pero Cami, es que ni siquiera… —su expresión cambió, de la preocupación a la molestia, sé cuántas cosas quería decir, pero al final sus palabras se suavizaron— ¡Sólo tendrías dieciocho años! sé que serías mayor de edad, pero tan joven.
—Yo lo amo, creo que básicamente es lo que importa, no lo haría por… no tener otra opción, es tan difícil estar sin él que…
—Señora Ferretti —sonrió, pero un dejo de tristeza asomó a sus ojos y volví a levantar mis hombros.
—No creo que suceda —me dejé caer sobre un cojín.
—Bueno, Pablo gritaría hasta el mismo día de la boda, incluso después.
—Siempre… desde que conocí a David, supe que esto no funcionaría, ni siquiera cuando me dijo por primera vez que me amaba —me castigué mentalmente por los deseos de llorar— sé que me quiere, pero…
— ¿No lo suficiente? —su mano grande y morena se hundió en un mechón de mi cabello.
—Ay, no lo sé, Erik, mi cabeza es un embrollo —volví a buscar el apoyo de su pecho grande y musculoso, no tan duro como el de David, pero más cálido, más seguro— cuando hablo con él todo parece tan bien, escucho su voz y no siento tristeza, hasta puedo reír y siento… es como si a él eso le molestara y después, estando sin su influencia, pienso que… me da rabia, porque de alguna manera…
—Cami —su susurro suave me hizo mirarlo— estás diciendo incoherencias.
—Él no es sincero conmigo, aunque me lo prometió muchas veces, sé que algo oculta y eso me duele, sé que ese es el motivo de que se haya ido y en un año más… seguirá siendo igual, tengo la certidumbre de que David tendrá alguna excusa también en ese momento —con mis manos estrujé las lágrimas que con tanto ahínco trataba de evitar.
— ¿Sabes qué puede ser?
Era un once de noviembre, su peor día del año, después de haberle dado todos los millones de razones por los que no debía permanecer solo, permitió que lo acompañara en su dolor. Comenzó contándome lo que significó la muerte de su mamá, lo que vivió ese día, los motivos que pudo tener para hacer algo tan terrible, la reacción de su padre y, entre sollozos, concilió el sueño, pero no fue un dormir tranquilo, al contrario, las pesadillas no tardaron en comenzar.
—Lucilla —gemía una y otra vez— no… papá se enojará…
—Shh —susurré en su cuello, abrazándolo— estoy aquí, nada malo pasa.
— ¿Por qué te fuiste? —me asusté cuando su abrazo se hizo más apretado, pero no quise espantarlo, era el único modo de saber— él no me quiere.
—Yo te quiero.
—Dile… — su voz se hizo casi imperceptible y acerqué mi oído a su boca— dile que yo no lo hice…
—Se lo diré, lo haré.
—Cuídala —murmuró después de un rato de silencio.
— ¿A mamá? —tanteé con nerviosismo.
—Cami, haz que me olvide —sus sollozos se convirtieron en nuevas lágrimas.
—Volverás, David, en algún momento, vendrás a mí otra vez.
—Dile… — se quejaba, acomodándose en mi pecho— que sea feliz.
Yo sabía que él tenía que marcharse, eso no era una novedad, pero dentro de todo, siempre había tenido esperanzas, primero de que no tuviese que dejarme, pero, si eso era inevitable, que sólo fuese por un tiempo, mas, en ese momento todo se volvió oscuro. Estuve días cavilando sus palabras, tratando de encontrarles otro significado, hasta de convencerme que solo era un sueño, pero me fue imposible y decidí volver a mi plan inicial, fingir mientras fuese posible.
Y era fácil teniéndolo a mi lado, ahora, todo se estaba volviendo tan confuso, por mi mente pasaban mil ideas, maneras de enfrentar esto, pero es que era tan doloroso, saber que era una farsa, o sea, sé que lo amo, que lo haré por siempre, pero ¿Cuánto tiempo podremos estar así? Con esta distancia entre nosotros, David quería que fuese feliz ¿Cómo serlo si él era mi felicidad? Y, lo más triste de todo ¿Cuándo tendría la fuerza para dejarme ir?
Pero nada de esto podría decírselo a Erik, fuera de que no lo entendería, también eran los secretos más guardados de David, secretos que estoy segura, ni él mismo sabía, no sería capaz de traicionarlo, ni por mi tranquilidad mental.
—No, no lo sé, sólo es una certeza.
—Háblale, pregúntale.
—Es que… —sus pulgares limpiaron las nuevas lágrimas que salían de mis ojos, pero de nada servía, este sería uno de esos días en que no podría parar de llorar.
Tenía miedo de hablarle y de que todos mis temores se hicieran una certeza en mi pecho, porque mientras más aplazáramos ese día, más tiempo podría seguir creyendo que el próximo año estaríamos juntos otra vez.
Lloré cuando se fue el verano, agarrando el cuerpo de Erik entre mis brazos, pidiéndole que se fuese conmigo, él era lo único que me había mantenido a flote, siempre ahí, con su abrazo dispuesto, a pesar de todo lo difícil que podía ser escuchar a la chica que quieres hablando de otro, porque me lo había dicho un día en que tomamos un par de copas demás, el mismo día que eligió para terminar con Mary, él siempre estaría ahí para mí, lo que sintió un día seguía estando presente en su corazón.
—Sabes, Erik, si las cosas fuesen de otra manera, tú serías mi primera opción, te quiero.
Pero ahora yo lo quería de una manera egoísta y cruel, necesitaba de él, de su abrazo y su oído atento, de sus juegos tontos, su risa sonora y las locas aventuras.
Quería poder decirle a David que de alguna manera era feliz, como él quería que lo fuese, aunque hasta de ello tenía dudas ¿Por qué cuando me reía él se volvía gruñón y no tardaba en cortar la llamada? Y todas mis cavilaciones regresaban otra vez, dejando mi cabeza adolorida y mi corazón más apretujado y triste.
Apenas había pasado un mes cuando Emilie nos reunió a todos en la sala y con todos quiero decir, todos, menos David. Tom se mantuvo callado. Luego de su boda, las cosas no habían cambiado demasiado, trabajaba en el Campus de Apple Inc., lo que significaba algo así como un sueño hecho realidad y recuerdo lo feliz que estaba cuando supo que lo habían aceptado. Pero para Mel no había sido tan bueno, ella quería lograr una residencia de Neurocirugía y las opciones en Sacramento no eran viables, por lo que tuvo que conformarse con ser médico general en el hospital del condado. Ahora rebosaba felicidad, esperando a que yo ocupara el rincón de David en el sofá, tratando de no pensar en los miles de recuerdos que se venían a mi mente de tan sólo estar aquí.
—Entonces, él es uno de los más prestigiosos y cuando le pedí que firmara la copia de su libro, me invitó a un café —todos nos volvimos a ver a Tom resoplar— no te comportes como un esposo celoso, mejor te marchas y me dejas hablar.
—Continúa, cherry —se hundió en el espacio junto a mí y, sonriendo, me envolvió en sus brazos, enredando mi pelo como distracción.
—Le conté de todos mis sueños por ser como él y me dijo que sabía de una vacante que se abriría en New York, entonces, ayer, recibí una llamada diciéndome que estaba aceptada en el programa y, mierda, es lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Después de mí.
—Sí, osito, después de ti, el asunto es que partiré en dos semanas más.
— ¿Se van? —me erguí en mi lugar al mismo tiempo que Anabel hizo la pregunta y cambiaba la mirada de su cuñada a su novio.
—Yo seguiré hasta fin de mes en Apple y después me trasladarán a la sucursal de New York, pero ya estoy entregando solicitudes para Microsoft Co.
— ¿Jere? —Ani tomó las solapas de su camisa de colegio.
—Me quedaré, amor mío, es el último año de colegio y, realmente, no tiene sentido irme si no hay mejor lugar para estudiar Historia del Sur que en Sacramento.
— ¿Sólo por eso? —Anabel le tomó el rostro con ambas manos y él la besó dulcemente.
—También por ti, siempre por ti —sentí el calorcito de la envidia crecer en mi pecho, pero traté de ignorarlo, volviendo mi atención a Tom.
— ¿Vendrán? ¿Llamarán? —luchaba porque el ardor de mis ojos no llegara a hacerme llorar.
—Siempre, Cami, eres nuestra hermanita —recibí su abrazo, pero eso no disminuyó la tristeza que sentía— además, adoptarás nuevo hermano.
— ¿Cómo es eso? —Jeremy se indicaba a sí mismo con sus dedos índices— tú ya eres como un hermano para mí.
—Me iré a vivir a tu casa, mi mamá habló con la tuya y consideraron que sería lo mejor.
—Porque esta casa la pondré en arriendo —no esperé a escuchar el resto de sus comentarios y antes de reventar, corrí al pequeño jardín de Mel, con las lágrimas bañando mi rostro, acurrucándome en el columpio donde pasé tantas tardes junto a él.
— ¿David? —sollocé en cuanto contestó.
—Mi amor —su voz ansiosa— ¿Ocurre algo? —traté de hablar, pero sólo salió un nuevo sollozo, no sabía por dónde comenzar, este era nuestro lugar, toda esta casa, desde el principio, nuestra primera conversación, el primer beso, todas las veces que hicimos el amor en el dormitorio que ahora Mel destinó como sala de chicas.
—Tom y Mel, se van— pude pronunciar al fin.
—Lo que ella estaba esperando —de pronto parecía más confundido que preocupado— pero ¿Por qué lloras? ¿Algo pasó?
— ¿No lo entiendes? —el llanto se hizo más fuerte y él solo guardaba silencio— todos se van… todos me dejan… Erik, tú, ahora ellos —callé esperando su apoyo, pero nuevamente un largo silencio— ¿David?
—Aquí estoy —carraspeó un poco— estaba en una reunión, tuve que salir porque sabes que no debes llamarme a esta hora, pensé que te ocurría algo.
— ¡Me ocurre algo! —chillé.
—Bien, lo siento ¿Algo más?
— ¡Ándate a la mierda! —grité cortando la llamada y antes de que sonara otra vez, marqué al primero que se me vino a la cabeza.
— ¿Preciosa? —su voz suave mostraba alegría y sentí el peso en mi corazón, lo extrañaba, aunque podía vivir sin él, bastaba escuchar su voz para saber que seguíamos siendo amigos.
—Carlos —dije con un gran suspiro.
— ¿Estás bien? —ahora la preocupación.
—No, necesito hablar con alguien ¿Puedo verte? —podía imaginar cómo la sonrisa de satisfacción se extendía por su rostro.
—Estoy trabajando, pequeña, a las seis puede ser.
—Bueno, quedan solo dos horas, pasa por mi casa.
—Estaré contando los minutos.
Regresé a la sala con expresión impávida, sabrían que estuve llorando, pero no me importaba, mientras no me volvieran a avivar el dolor. Me acurruqué entre los brazos de Tom y seguimos hablando de sus planes para el futuro, aprovecharía a mi hermano en lo que me quedaba de tiempo ¿Por qué también sentía que ya no volvería a verlos?
Cambié mi horrible uniforme por una falda corta de mezclilla y un top amarillo, desde que Pablo ya no vivía con nosotras, tenía mucha libertad para vestirme e incluso para salir, en realidad, Sophia pasaba tan ocupada con la preparación de sus eventos que casi no estaba en casa. Aun así, me sorprendió encontrar a Mark en el sofá viendo dibujos animados con los gemelos.
— ¿Te despidieron? —exclamé mirando la hora en el reloj de la pared, tirándome en el sofá, bufando porque aún faltaba media hora.
—No, pero no llegamos a las finales, fue un mal año —lo observé con detención, Sophia tenía suerte de tenerlo, él era lo mejor que le había pasado— siquiera no fue por problema de bateador —sonrió con ironía— ¿Vas a salir?
—Sí ¿Sophia?
—En el despacho, discutiendo algo de unos manteles.
Fui hasta allá con desgana, hablaba por teléfono, sentada en el sillón reclinable que un día fue de Pablo, sus pies reposaban sobre el escritorio y no pude evitar sonreír, a pesar de su mirada inquisidora sobre mí.
—Té con leche y no voy a aceptar otro color —exclamó colgando con furia— esta gente es toda inútil, no sé cómo sus negocios sobreviven…
—Necesitas una asistente.
—Ni siquiera puedo contar contigo —resopló— ¿Cómo estás?
—Mal.
— ¿Intentándolo? —inevitablemente, mis ojos se aguaron, recordando que él no había vuelto a llamar— todo estará bien, mi niña.
—No quiero hablar de eso ni de nada —suspiré— saldré con un amigo, no llegaré tarde.
— ¿David lo sabe? —sus cejas se alzaron con suspicacia.
—Coincidentemente, David no está aquí para sacarme a tomar un helado, ni para nada que yo necesite, así que por favor, no vuelvas a hacer ese comentario.
—Está bien ¿Quién?
—Carlos.
—Parece un buen chico.
—Lo es —alineé las puntas de mis sandalias— quiero que Jeremy tenga mi dormitorio, es el más grande y yo… ya no lo uso —no quise buscar sus ojos y ver la lástima en ellos.
— ¿Segura?
—Completamente —me sobresalté con el sonido del timbre— me voy.
—Te amo, Cami.
Bailoteé la mano en el aire, amar estaba sobrevalorado, corrí hasta la puerta y escuché el fuerte ruido de la reja al abrirse y él estaba ahí, con su sonrisa amplia, los dientes blancos perfectos, ese labio inferior demasiado regordete. Los ojos de un n***o profundo brillaban con alegría y los brazos cruzados en su pecho hacían que sus pectorales se destacaran bajo la camisa, aunque estaba mucho más delgado que cuando lo vi hace casi tres meses.
—Ven aquí —abrió sus brazos y estreché su torso, con fuerza— pensé que no volvería a verte, la última vez no fuiste nada sutil.
—Lo siento —apoyé mi mejilla en él, cerrando los ojos, tratando de sentir lo mismo, pero no lo logré.
—Tampoco sirve que no contestes mis llamadas, pero está bien, te entiendo.
—Tú me entiendes demasiado —me aparté un poco y sonreí tocando sus suaves cabellos negros— ¿Te cortaste el pelo?
—Ya no soy un universitario, como ves, soy de traje y corbata —rió con ganas y me estrechó un poco más fuerte— ¿Qué quieres? Conversación o distracción.
—Por hoy… distracción.
Qué mejor que un parque de diversiones para entretener a una chica, reí por primera vez en mucho tiempo, cosa que ni siquiera había logrado con Erik, subiendo y bajando por la montaña rusa, estrechando nuestras manos en la rueda de la fortuna y dando saltitos de felicidad cuando logró disparar al objetivo, ganando un enorme oso de peluche para mí. Sintiendo la cosquilla de su aliento en mi cuello cuando me despertó al llegar a casa, prometiendo pasar por mí al día siguiente.