Cuando abrí la puerta, me encontré con mis padres. Su puntualidad perfecta acababa de interrumpir lo que parecía ser el momento en que Enzo y yo íbamos a besarnos.
Si es que realmente íbamos a llegar a eso. Ya le había dejado claro lo que quería. Pero al recordar mis palabras, solo pude sentir el peso de la vergüenza.
Probablemente Enzo querría hablar conmigo de eso más tarde. Primero le dije que lo nuestro no tenía sentido, y luego, ni un minuto después, prácticamente le estaba pidiendo que me besara.
—Amor, ¿estás bien? Te veo muy distraída —dijo mi mamá, tomándome el rostro con ambas manos.
Era verdad. Tal vez debería saludarla adecuadamente y dejar de estar tan ida. Una sonrisa no vendría mal antes de que tuviera que explicarle por qué estaba tan alterada.
—No, mamá, todo está bie
