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Esto no se debía, como podía suponer la gente, a que gastara su dinero con las hermosas pero ambiciosas damas que abundaban en París, sino porque había ayudado a muchos de sus camaradas que, según consideró, estaban en situación más precaria que la suya. —Llegaré a mi casa sin un solo centavo en el bolsillo— se había quejado uno de sus capitanes. —¡Quebrado, en bancarrota, en la calle!— le había dicho otro joven oficial—. Eso es lo que obtiene uno por pelear por su país y por su rey, mientras que los que se quedaron en casa disfrutaron de los beneficios. Había hecho unos préstamos por aquí y por allá, sumas que nunca esperó volver a ver, pero era un precio que pagaba gustoso a cambio de la amistad, la obediencia y la admiración que sentían por él, los hombres más jóvenes durante la guer