I
En el mundo de lo místico y lo desconocido, estamos acostumbrados a escuchar historias sobre hadas, vampiros y hombres lobos.
Nadie puede asegurar que sean verídicas así como tampoco se puede refutar su existencia.
Según dicen, las hadas se dedican a cumplir los sueños como si fueran el genio de la lámpara de Aladín, prometiendo un hechizo temporal para que los propósitos de los que acuden ante sus encantos. Son seres hermosos, carentes de maldad y mala intención, bellos por fuera y por dentro en el cuerpo perfecto y esbelto de una mujercita con alas que le permiten volar a donde quieran llegar. Se dice que ellas nacieron de las flores, ambiciosas de que los humanos alcancen sus poderes de conquista y seducción, airosas de cumplir deseos materiales y transformar momentáneamente cualquier pocilga en un palacio real, tan real que nadie podría asegurar que lo que sus ojos vieron y sus sentidos del tacto y el olfato percibieron, no eran más que un espejismo efímero.
Los vampiros, aseguran otros creyentes, son esos monstruos chupasangre con los que creamos historias para atemorizar a los niños y que no salgan a la calle de noche. Son esas largas historias de siglos y siglos de generaciones que comienzan con el famoso y tan bien conocido Drácula, hasta que el nacimiento del catolicismo los mató uno por uno, aunque algunos aseguran que aún viven entre nosotros, adaptados obligatoriamente a beber de los animales, escondidos del sol para no incinerarse. Otros dicen haber conocido al primero de su especie y que este aseguró que fue mordido por un murciélago rabioso y por ello se infectó y contagió a otros seres humanos, sin distinguir entre hombres y mujeres, hasta que se comenzaron a pelear por territorios y comida, reduciendo su población de miles a unos cientos esparcidos por el mundo en la actualidad.
Los hombres lobos son los cambia formas, a veces humanos femeninos o masculinos, a veces lobos o una mezcla de ellos, capaces de encontrar al amor de su vida y reconocerlo en un instante, destinados por la diosa Luna por toda la eternidad. En algunas historias cuentan que pueden interactuar con humanos y en otras, es un hecho imposible. Los que fueron valientes para enfrentar a alguno y vivieron para contarlo, admiten que la fuerza y conexión que manejan es sobrenatural, sobrepasando los límites de los animales estudiados por científicos. Otros dicen que son sólo personas con demasiado vello corporal y que por ello causan tanto pánico.
Los creyentes en las religiones hablan con santos y vírgenes, les rezan y hacen ofrendas en ciertos días, esperando que los pecados sean perdonados por un Dios que todo lo ve, o que este les conceda alguna especie de milagro especial. Nadie ha asegurado la existencia de ángeles, santos o santas, pero existe el libro que habla de la creación del mundo, del primer hombre y la primer mujer, de lo que pasó en la tierra hace miles de millones de años hasta que nació un verdadero hijo de Dios y perdonó todos los pecados de la humanidad.
De lo que nadie habla, no se si por miedo o por desconocimiento, es de las brujas y su ciclo de vida, de su simple existencia.
En la prehistoria, a las mal llamadas brujas o hechiceras, las quemaban en hogueras frente a la multitud que pretendía presenciar su muerte, porque el fuego era lo que podía llevárselas. Se regocijaban satisfechos por enviarlas a un infierno inexistente donde pertenecían, ignorantes de que sacrificaban a seres inocentes, conocedoras del poder de las hierbas que la naturaleza les proveía.
Hoy, miles de años después del nacimiento de la primer bruja real, nacida por la procreación entre una loba y un vampiro mutado por un gen desconocido, alguien al fin se atreve a poner en palabras lo que en verdad son, lo que hacen y cómo sacrifican su vida por amor verdadero.
Acá nadie habla de esa mitad que te llena de satisfacciones carnales, de placeres y compañía. No es la media naranja que te conquista o te enamora a primera vista y tampoco es el hilo rojo de destino que te une sin importar dónde te encuentres.
Va más allá de todo lo banal, de todo lo que la humanidad pretende alcanzar y conquistar.
Es una felicidad completa, un encanto puesto para su protección, la gratificación generada por el saber y la protección pura y desinteresada de otro ser vivo.
Es el poder adquirido por prácticas ancestrales que se trasmiten de generación en generación.
No hay condiciones para su existencia, sólo un principio y un final, porque como todo en la naturaleza, las leyes que lo gobiernan todo, poniendo en equilibrio entre el bien y el mal, lo natural y lo místico, acuden para que no se quebrante su existencia misma.
Si te cruzas con una de ella, podrías reconocerla en cada una de sus facetas, pero el egoísmo, el egocentrismo y los perjuicios de los seres humanos, lo hacen un momento imposible de predecir y valorar.
A una joven veinteañera, una voz femenina le susurra en el viento caliente del Amazonas.
-Atzí. Aún estoy aquí.
-Yo soy Nahla- contesta a la nada misma.
-Eres Atzí, una bruja que olvidó su pasado por un encanto. No los necesitas, Atzí. Tú puedes hacerlo.
Sin comprender a lo que la voz se refiere, cierra los ojos un segundo para negar con su cabeza.
-Claro que no puedo- niega viendo hacia un costado- Ni siquiera Yima lo logró.
Mientras ayuda a mantener el equilibrio del cuerpo sudoroso del hombre sobre un caballo en pelo, su acompañante Naran la mira hablar consigo misma, atónito.
-Si cruzas esa colina no habrá marcha atrás, Atzí- insiste esa voz sólo para ella.
En la cima de la colina, una luz blanca y resplandeciente se interpone en su camino, pero ambos jóvenes la esquivan con facilidad tomando un camino ya trazado por los animales de la selva y advertidos por las enseñanzas de Yima.
-Debemos evitar atravesar la luz mala- advierte Naran.
-Soy yo, hija- sigue susurrando esa voz- No vallas.
-Ya es tarde- contradice dispuesta a ayudar a su abuelo moribundo.