DOS-2

1603 Palabras
Luego y mientras ella meneaba conmovida sus caderas en una fingida actitud de rechazo que sin embargo no concretaba más que en repetidas negativas, volvió con la lengua al ano y tres dedos de su mano ahusada penetraron la v****a, sometiéndola a un enloquecedor vaivén que puso en su garganta incontrolables gemidos de satisfacción. Cuando menos lo esperaba, sus entrañas se disolvieron en una indescriptible sensación de vacío, mientras sentía como sus jugos vaginales bañaban la mano de Matías y, excediéndola, se deslizaban en diminutos arroyuelos por los muslos. Irina se sacudía todavía en débiles gestos de instintiva repulsa pero no podía reprimir los agradecidos gemidos de satisfacción y el hipar de su pecho estremecido se mezclaba con los borbotones de saliva que la ahogaban. Acostándola boca arriba y abriéndole bruscamente las piernas como si fuera una chiquilina, Matías se instaló entre ellas tomando la v***a con su mano e Irina se tensó involuntariamente cuando la sintió alojada contra su sexo. Iba a ser violada, poseída sexualmente por su propio hijo y lo terrorífico de esa circunstancia era lo que precisamente la excitaba más, induciéndola a encoger voluntariamente las piernas para ofrecer su sexo palpitante a la penetración. Sorprendiéndola por su habilidad en esas cosas, el muchacho hacía que el glande, elásticamente dúctil, escarbara sobre los tejidos mojados contribuyendo a la dilatación de la v****a y con pequeños remezones de la pelvis hundía la cabeza un par de centímetros para después sacarla y reiniciar el proceso. Azorada por las urgencias que ese roce ponía en su mente confundida y subyugada por la experiencia inédita a que prometía someterla, alzó los brazos enganchando sus piernas debajo de las axilas mientras le murmuraba roncamente con grosera franqueza que la penetrara de una vez satisfaciendo su voluptuosa incontinencia. Ahora que había conseguido lo que soñara por años, Matías estaba decidido a conducir a su madre a un goce tal que, dejando de lado todo tipo de prejuicios morales, se hundiera con licenciosa lascivia en una siniestra vesania sin retorno. Lentamente y desoyendo sus reclamos, continuó con el suave balanceó y cada vez, el falo iba penetrándola un poco más. A medida en que era socavada, Irina cobraba conciencia de que aquel m*****o excedía largamente en tamaño la v***a de su marido. Las carnes apretadas del canal vaginal parecían negarse a aquella intromisión envolviéndolo con pulsantes contracciones pero su avance era tan inexorable como profundo. Con cada empujón y como un ariete majestuoso, el falo iba desgarrando sus tejidos a pesar de la lubricación de las mucosas que, ahora sí, alfombraban su sexo. Cuando aun sólo su mitad estaba dentro de ella, el volumen superaba todo lo conocido y el dolor la hacía alzarse como para mitigar en parte el sufrimiento que, sin embargo, la remitía a un glorioso éxtasis. Acezando fuertemente con el pecho estremecido, mojaba con la lengua y mordía sus labios afiebrados, reclamándole a su hijo por mayor intensidad, alentándolo para que la penetrara más y mejor. Con escalofriante maldad, aquel disfrutaba del dolor de Irina, dispuesto a prolongar su histérica angustia hasta volverla loca. Meneando la pelvis con sádica lentitud, sacaba la v***a, extasiado ante la dilatación de los esfínteres vaginales y recién cuando aquellos volvían a contraerse, la metía nuevamente, arrastrando a su paso los colgajos de las rosadas aletas cuyos bordes lucían ennegrecidos. Ya la cabeza se abría paso en el estrecho cuello uterino, separando brutalmente la membrana cervical cuando aun restaban más de cinco centímetros por penetrar al sexo. Extraviada por la intensidad del placer y apoyada firmemente en sus pies contra las sábanas, Irina se erguía en un arco perfecto y sacudía las caderas sintiendo como el monstruoso grosor del pene martirizaba la elasticidad de los esfínteres. Los efluvios fogosos del pecho resecaban su garganta y los gemidos se habían convertido en estertorosos bramidos de dolor-goce cuando sintió al glande golpear en el fondo de sus entrañas. El muchacho imprimía una tenue rotación a su cuerpo, haciendo que la cabeza socavara el endometrio y el útero se rebelara en espasmódicas contracciones que ponían en su cuerpo y mente una arrebatadora y soberbia expectación. Finalmente y cuando toda ella respondía conmocionada al coito, él imprimió un vaivén acompasado a sus caderas y la penetración se le hizo sublime. Ansiaba que aquel tronco de espantoso volumen saliera de su interior y contradictoriamente, cuando este lo hacía, las carnes fatigadas extrañaban su ríspida presencia y el cuerpo se arqueaba en procura de la penetración. Como amalgamados en la cópula, se embestían mutuamente y la habitación se llenó con los gritos, ayes y gemidos de su ansiedad insatisfecha. Ninguno de las dos había alcanzado el orgasmo y tampoco querían hacerlo, deseando que ese coito infernal se prolongara indefinidamente. Con infinito cuidado y casi imperceptiblemente, su hijo fue colocándola de costado, alzando una de las piernas contra su cuerpo y de esa manera prosiguió penetrándola, ahora con mayor intensidad. Luego de un rato de poseerla de esa manera, la hizo arrodillarse apoyada en los brazos extendidos y colocándose acuclillado detrás de ella, la penetró nuevamente pero esa nueva posición hacía que la v***a entrara totalmente sin dificultades y las ingles del joven se estrellaran en aceitosos chasquidos contra sus nalgas. Estupefacta por la intensidad del placer que le proporcionaba, Irina comenzó involuntariamente a hamacar su cuerpo en tanto que por todo su cuerpo una intensa ola de calor ponía su sangre en ebullición manifestándose en una profusa sudoración que iba barnizándole la piel. Desde los riñones, emanaban agudos cosquilleos que subían a lo largo de la columna, estallando en su mente con fulgurantes destellos multicolores que la cegaban y extraviaban. Mimetizados en un solo ser que palpitaba gozosamente en la misma frecuencia del placer, sentían crecer la abrasadora urgencia de sus entrañas mientras el muchacho continuaba penetrándola rudamente con un vigor que sería envidiable en un adulto. Finalmente, los malévolos duendes que rasguñaban sus músculos, consiguieron arrastrarlos hacía el caldero hirviente de su sexo y la liberación incontenible de la satisfacción la excedió. Derrumbada por el alivio, hundió la cara en las sábanas a la espera de que su hijo coincidiera con su orgasmo pero ignoraba lo profundo de su siniestra malevolencia. Retirando el falo aun chorreante de sus jugos de la v****a, apoyó la cabeza sobre el oscuro ano y sin hesitar, fue introduciéndolo sin más en su totalidad al recto. La intensidad del sufrimiento puso un grito estridente en su boca y mientras sus uñas parecían querer destrozar las telas humedecidas, sus dientes mordieron rabiosamente la almohada para reprimir los alaridos. Asido a sus caderas, el muchacho se impulsaba violentamente contra ella en un arco de espectacular poderío. Su cuerpo musculoso chorreaba ríos de transpiración y su boca exhibía una sonrisa diabólica de lúbrica exaltación. Al deslizarse la v***a con mayor comodidad dentro de la tripa, Irina cesó en sus lamentos acomodándose al oscilar del joven y comenzó a disfrutar de esa sodomía que, por dolorosa, no le era menos satisfactoria. Comprobado aquello por su voluntariosa oscilación, su hijo inició algo que los conduciría a una alucinante danza de escalofriante connotación orgiástica; sacando la v***a del ano, volvió a penetrarla por la v****a mientras alucinaba con la vista fija en las profundidades del recto ampliamente dilatado. Con la lenta contracción de los esfínteres, el falo nuevamente los avasalló y entonces fue el turno de la v****a para exhibir la profundidad de sus rojizas carnes inflamadas. Con cadenciosa y sañuda alternancia, la penetró salvajemente. Esa dual penetración volvió a encender la fogosidad innata de la mujer y así, acoplados en una sobrecogedora cópula de inefables sensaciones, se balancearon a compás durante un tiempo sin medida. Contagiada por aquella locura, salió de debajo de su hijo y arrastrándolo hasta un ángulo de la cama, lo hizo acostar boca arriba. Luego se ahorcajó sobre él y penetrándose con la v***a, inició una lenta cabalgata que, conforme Matías maceraba y chupaba sus senos, fue haciéndose más violenta. Flexionando fuertemente sus piernas, imprimió a su cuerpo tan vigoroso impulso que ella misma maldecía por la violencia con que la v***a se estrellaba en sus entrañas pero, como poseída de una infernal ansia de autodestrucción, aceleró aquel vaivén hasta que se le hizo insoportable tanto placer. Finalmente, emitió un espeluznante bramido de satisfacción y, en violentos remezones de la pelvis, expulsó sus jugos en violentas contracciones que se convirtieron en los últimos embates del falo en su interior. Saciada su incontinente e infame sed de sexo, se dejó estar sobre el muchacho y azorada por el solaz pletórico que le había proporcionado el brutal coito, fue hundiéndose en un glorioso éxtasis. Alzándola contra su pecho, su hijo la arrastró hacia la cabecera de la cama, y mientras hundía la lengua en su boca, introdujo nuevamente la v***a en su ano. Haciéndole encoger las piernas, la acuclilló sobre él con los pies clavados en las sábanas y, asiéndola por la cintura, imprimió a su cuerpo un movimiento de sube y baja por el que su m*****o la penetraba tan profundamente que ella sentía a la cabeza del falo restregar dolorosamente el recto. Aferrando sus manos sobre el respaldar de la cama y sacudiendo violentamente la pelvis, acompasó su ondular al de la penetración mientras Matías escarbaba con las manos en su sexo. Absolutamente deslumbrada por la intensidad del goce, cabalgó con arrebatada satisfacción al falo hasta que, sintiendo como sus entrañas parecían desgajarse, salió presurosamente de esa posición y arrodillada entre las piernas de su hijo, fue masturbándolo con vehemencia hasta que eyaculó su orgasmo mientras saboreaba en su boca con golosa fruición las delicias de aquel semen prohibido.
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