Chad
Froté mi rostro con mis manos y dejé caer mi cuaderno de bocetos de mis manos. Había pasado tiempo desde que había lanzado una nueva colección y mis ideas se limitaban a sólo una cosa: Un bebé.
Demonios, mentiría si dijera que no quería un pequeño ángel en mi vida. Cameron era el ejemplo de que todo sería hermoso con un bebé en mi vida. Me encantaba la idea de un bebé, un pequeño parecido a Jus, parecido a mí. Habíamos pasado meses hablando de un bebé, de los medios por los que podíamos tenerlos, los nombres que usaríamos, pero entonces la posibilidad firme de un bebé me helaba hasta los huesos.
No temía ser padre, era una tarea difícil, algo complicado, algo exhaustivo, pero algo que podía manejar. Yo temía por él, por mi otra mitad. Mi alma gemela, quien ahora estaba en la sala, escribiendo una crítica de moda de una premiación en la que nadie se había vestido adecuadamente según su criterio. Lo mantendría allí por un rato, pero sabía bien que si yo salía de la oficina, él encontraría cualquier razón para evitarme.
Había sido así desde hace meses, desde que Cameron nació, algo antes de eso. Había sido así desde que Justin dijo que quería un bebé y que Tamara podría ser nuestra sustituta, y yo había soltado un: "¿Hablas en serio?" Estaba listo para un bebé, sin dudas lo estaba, nuestra relación tenía altibajos pero sabía que era bastante firme. O eso creí, hasta que Justin hizo un drama digno de Hollywood antes de negarse a hablarme por dos semanas, y por no comer durante una.
Ocurrió cuando Aspen y él habían peleado, Justin sólo llegó y dio un portazo, con lágrimas en esos ojos azules ardiendo en furia.
—¿¡Qué es lo que está mal conmigo, eh, Chad!?— gritó, estrellando su chaqueta contra el suelo. Abrí mi boca y antes de poder responderle, él estaba jalándose los cabellos.— ¿Qué es? ¿Acaso es mi aspecto? ¿Me descuidé, es eso? ¿Quieres carne fresca?
—¿Carne fresca?— pregunté, levantándome del sillón. Sacó su teléfono de su bolsillo y luego de buscar algo, me lo lanzó contra el pecho.
—¡Eso, maldita sea! ¡Te han fotografiado con esos... Malditos modelos! ¡Lo veo, Chad! ¡Sé que los quieres!— se alejó de mí, caminando hacia la habitación y dándole golpes a todo lo que atravesaba. Fotos mías de cuando había supervisado a mis modelos estaban en su teléfono y realmente no entendía dos cosas: Uno, quién las había tomado, y dos, qué es lo que veía Jus para malentender la situación.
—Cariño, creo que me está faltando una parte de la historia, debes tranquilizarte.— le pedí, pero eso hizo que comenzara a golpear las paredes con sus manos.
—¡Demonios, Chad! ¿Te acostaste con esos sujetos? ¿Los deseas? ¿Ya no me deseas?— en este punto, su voz se quebró. Él estaba hecho una bola de llanto y se dejó caer en el suelo. Me incliné junto a él, acariciándole el cabello, intentando tranquilizarlo. Me rompía por dentro verlo así.
—Justin, cielo, no. No me acosté con ellos, y no quiero hacerlo. Tú eres mi todo, Justin, si te pierdo, lo pierdo todo. No arruinaría nuestra maravillosa relación por un follón, no cuando puedo hacerte el amor, Jus.— murmuré, y al ver que me permitía levantar su rostro, me incliné y presioné un beso en sus labios.— Yo te amo, Justin.
—Entonces, ¿Por qué no quieres tener un bebé conmigo?— escupió, con corrientes de lágrimas corriendo por sus mejillas. Lo miré, profundo a esos ojos azules y fruncí el ceño por no poder darle la respuesta que él tanto quería oír.
—Esto, Justin. ¿Ves lo que acabas de hacer, sólo porque temías que te engañara? ¿Cómo te sentirás más adelante, cuando el bebé no te deje dormir por las noches y te veas cansado en el espejo en las mañanas? Yo puedo manejar todo esto, pero tengo miedo de que tú te rompas.— comencé y me empujó lejos de él, ahogando un profundo grito.
—¡Tú no me amas! ¡Tú no me quieres hacer feliz!— gritó una última vez, arrastrándose dentro de la habitación y cerró la puerta detrás de él.
La pelea aún se revivía en mi cabeza cada vez que él me rechazaba, cada vez que se alejaba cuando yo me acercaba. Aspen y él estaban bien desde hace tiempo, pero Justin aún me trataba como si fuera su compañero de departamento más que su esposo. Tenía sus momentos de calma, cuando cedía a mí, cuando demostraba que me quería pero esos momentos eran tan escasos que me dolía, me dolía tanto.
El timbre sonó en el momento justo en que yo salía de la oficina. Incluso el destino le daba sus excusas. Caminé hasta la sala para verlo recibir a mi hermana con toda calma, con una sonrisa enorme en su rostro. Su hermosa sonrisa que le entregaba a decenas de personas en lugar de su propio esposo.
—¡Hermanito, te ves terrible!— dijo Gina, levantando la vista sobre el hombro de Justin. En cuanto él volteó y me vio, su sonrisa brillante desapareció y sólo el fantasma de ella quedó en su rostro.
—Bueno, tengo razones para estarlo.— dije, viendo como los ojos azules de mi alma gemela se despegaban de los míos. Incluso ese rechazo hacía estragos con mi fuerza.— Voy a hacer algunas compras.
—¿Qué? ¿Ahora? Pero, si acabo de llegar.— dijo Gina, con un mohín y tomé la chaqueta de junto a la puerta para ponérmela mientras abría la puerta.
—Mejor aún, tendrán tiempo para hablar cómodamente, y yo, yo tengo que darme prisa...— apreté los ojos, intentando no largarme a llorar al mismo tiempo que salía. Cerré detrás de mí y me apoyé contra la madera, sintiendo las gotas pesadas caer por mis mejillas.
No volteé, porque si volteaba y veía que Justin no venía detrás de mí, o abría para pedirme que regresara, el corazón se me rompería en un millón de pedazos, así que bajé las escaleras corriendo los tres pisos hacia abajo y me metí dentro de mi auto antes de ponerme a conducir.
No sabía a donde iba hasta que terminé en el taller, mi refugio. Cerré la puerta del auto de un golpe y corrí dentro, ya que siendo las ocho, todo el mundo estaban en su casa ya y las calles estaban desiertas, pero no importaba ya que cualquier periodista podía estar alrededor.
Cerré de un portazo la puerta de entrada y corrí hacia la otra puerta, mi zona privada, pero tan distraído estaba que no noté que una chica estaba siguiéndome desde que había cruzado la entrada.
—Chad, Chad, ¿Qué sucede?— Lidia Briggs estaba aquí, persiguiéndome, dejando que las puertas se cerraran detrás de ella y encerrándonos dentro sólo a los dos. Se acercó a mí y me abrazó y yo, como la persona débil en quien me estaba convirtiendo, me dejé rodear con sus brazos y llorar en su hombro.
—Esto es... Es tan frustante.— gemí, llorando a lágrimas vivas y Lidia me miró fijamente a los ojos. Ella sabía mucho sobre mí, ya que trabajando durante meses juntos, se había vuelto más que mi asistente, se había vuelto mi mejor amiga.
—¿Justin, otra vez?— preguntó, con la voz baja, sus ojos azules llenos de lágrimas. Siempre hacían que me pusiera a llorar, esos ojos tan similares a los de mi Jus. Solté una risa sin humor, ¿Cuando no se trataba de Justin?
—¿Y si debiera complacerlo? ¿Y si le digo que sí, que quiero un bebé? Tengo tanto miedo de perderlo por él, pero ¿De qué serviría evitarlo si ya lo estoy perdiendo?— gemí, mi voz rompiéndose por completo y Lidia me cobijó lo suficiente antes de que se pusiera de pie.
—No, esto lo tenemos que hablar entre todos. No puede ser tan egoísta, Chad, y sólo hay una persona que puede ayudarnos a que él lo entienda.