Capítulo 1: Un vibrador con mando a distancia

1404 Palabras
“El amor es la respuesta, pero mientras usted la espera, el sexo le plantea unas cuantas preguntas.” Woody Allen Los pasillos de la universidad San Fernando Rey parecían un gallinero. Los murmullos y las risas eran constantes y aunque muchos se esforzaban en disimular, era muy fácil saber de lo que estaban hablando. Desde que un artículo sobre una tal “Maestra del sexo” se hizo viral en internet, todos habían pasado a convertirse en amantes de dicho(a) escritor(a). Aseguraban que sus consejos y relatos habían revivido la llama de sus relaciones y por desgracia, yo no me había escapado de eso. —Ya tienes el mando a distancia —me dijo mi novia sin dejar de mirarme. La estudié con calma y solté un suspiro. «¿Qué se supone que pasa por su cabeza? Desde que comenzó a leer ese blog ahora tiene la idea de que nuestros encuentros sexuales son monótonos.» —Solo tienes que usarlo cuando estemos en el salón de clases —murmuró en tono coqueto —ya sabes la palabra clave para detenerte es lluvia.  Asentí. La verdad no me llamaba para nada la atención masturbarla, mientras estábamos en plena clase. Pero ella insistió y cuando algo se metía en la cabeza a Samantha, no había quien pudiese detenerla. Llevábamos seis meses de novios. Y a pesar de que no estaba interesado en mantener una relación duradera, no podía negar que ella me gustaba. Más allá de su físico y fabulosa piel morena, además de esos rizos rebeldes que bailaban con el viento resaltaba su personalidad espontánea y su risa fácil. ¿Estaba enamorado? No, pero sentía que podía suceder aquello en cualquier momento y esa idea me aterraba. Samantha era cambiante, como un rio que no se detiene. Por otro lado, no paraba de insistir en que nuestros encuentros sexuales se habían vuelto monótonos. ¿Cuándo comenzó a pensar eso? Después de comenzar a leer a la dichosa Maestra del Sexo. Había leído algunos textos de dicho personaje, no podía negar que eran excitantes y cargados de morbo, pero en el fondo tenía la sensación de que aquello no era real. Esas fantasías alocadas y subidas de tono, quizá solo ocurrían en la cabeza de alguna persona. Para mí el sexo no era tan perfecto. ¿Era emocionante? Sí, ¿Vergonzoso? En ocasiones, ¿Placentero? Obviamente. Pero no era perfecto. A veces tenía calambres en pleno acto, en ocasiones no llegaba al mismo tiempo que Samantha o el ambiente no era el más romántico… Pero ella no dejaba de comparar nuestros encuentros con los de esos relatos. Era todo un lío. Ingresamos al salón, ella con una sonrisa de oreja a oreja y yo con una mueca de hastío. Todos nuestros compañeros estaban en sus puestos y solo faltaba el profesor. Cursábamos el tercer semestre de periodismo. Ella porque amaba la farándula y yo porque no se me ocurría algo mejor que estudiar. Noté cuando mi novia miró con recelo a la chica de pelo rosa que se sentaba delante de mí.  A pesar de que estábamos en la universidad, ordenaban nuestros puestos por nuestro número de identificación y desde que habían iniciado las clases, siempre había tenido su cabeza frente a la mía. Era curioso, desde la primera vez que la vi, ella nunca se mostró hablando con otros. Parecía estar en su propio mundo y solo escuchaba su voz en exposiciones o cuando era estrictamente necesario. ¿Por qué Samantha parecía sentir por ella unos celos de locura? No lo sabía, en un principio, pensé que era porque Emma siempre había tenido que sentarse delante de mí. Pero quizá, su molestia era por otra razón. Como sea, el profesor no llegaba y los minutos pasaban.  Emma, la chica de cabello rosa, se levantó de su asiento y abandonó el aula. No llevó su morral así que supuse que iría al baño o quien sabe a dónde. Tanteé mi pantalón y toqué por encima de la tela el pequeño control que manejaba el vibrador que llevaba Sam. Iba a sacarlo para ponerlo a funcionar cuando ella se sentó delante de mí. —No lo uses aún —dijo bajito —espera que llegue el profesor, así será más divertido. Bufé. Parecía que siempre tenía que darme órdenes. Sonreí con malicia y tras sacar el control, encendí el aparato. Ella soltó un grito ahogado y abrió los ojos de par en par. —Frank —se quejó dándole un pequeño golpe a mi pupitre. Mi sonrisa se ensanchó aún más y aumenté el ritmo de las vibraciones. Ella se mordió el labio inferior y cerró los ojos. Apretó los puños de sus manos y se inclinó hacia adelante. Su pecho comenzó a subir y a bajar con velocidad mientras que yo comencé a sentir cómo me ponía duro. Ella tenía razón, la situación se había vuelto bastante excitante. Quizá no eran tan malos los relatos de la Maestra del Sexo después de todo. Aumenté de nuevo la velocidad del aparato y se escapó de sus labios un pequeño gemido. Mi visión se nubló y solo quería llevarla al baño para terminar con lo que ella había empezado. Supuse que una buena cogida era lo que le faltaba para bajarle esas ínfulas. —Vamos al baño —susurré inclinándome hacia ella. —Ok, pero, apágalo por favor —respondió —con tantas vibraciones se me dormirá el clítoris. Aumenté nuevamente la velocidad para burlarme de su rostro enrojecido y sus ojos llorosos, pero casi un segundo más tarde, lo apagué. Sam soltó un suspiro. Tras guardar el control en mi bolsillo de nuevo, abandoné primero el aula para no levantar sorpresas, la esperaba en el pasillo, cuando la vi salir. Tenía una de sus sonrisas picaronas y una mirada traviesa. —Mira lo que tomé —comentó abriendo su cartera. Observé el interior, había dos celulares, uno que reconocí como el de ella y otro que me era desconocido. Entrecerré los ojos. —¿De quién es el otro teléfono? —pregunté preocupado. —De la idiota de Emma —respondió elevando los hombros —quiero hacerle una broma. —¿Emma? ¿La que estudia con nosotros? —repliqué sin poder creerlo. —Claro —rodó los ojos —¿Cuál otra sería? —¿Por qué? Devuelve eso, ve a ponerlo en su lugar antes de que ella… Iba a continuar, pero me di cuenta de que la chica de cabello rosa caminaba frente a nosotros con dirección al salón. —Solo lo dejaré en algún lugar. Nadie la manda a dejar su bolso en el salón. —Por Dios Samantha. Dame eso —dije tomando su cartera. Ella iba a replicar, pero vio algo en mi rostro que la hizo mantener silencio. Mientras sacaba el móvil de su bolso con velocidad, no dejaba de preguntarme qué demonios pasaba por la mente de mi novia. A pesar de que a veces parecía muy madura, otras veces actuaba como una colegiala. Saqué el control del vibrador de mi bolsillo y se lo entregué. —¿Qué vas a hacer? —Inquirió cruzando sus brazos —¿Vas a salir corriendo a llevarle el teléfono a la idiota esa? ¿También te gusta? Rodé los ojos. —No creas que no he visto cómo te mira —añadió —con esa cara de mosca muerta que no le cree nadie. Tras meter el teléfono de Emma en mi bolsillo trasero tomé por los hombros a mi novia. —Si sigues actuando como una loca vas a acabar con esto. Escuché el sonido de pasos y murmullos y me concentré en nuestro entorno. Nuestros compañeros habían abandonado el aula y comentaban que no había más clases. —¿Qué pasó? —le pregunté a Marco, un compañero que iba pasando. —El profesor no vendrá, como ya no tenemos más clases pues… Podemos irnos —respondió viendo a Sam y luego a mí. Cuando Marco se fue miré con reproche a Samantha. —No te muevas de aquí, iré a devolver esto y luego nos iremos juntos. Cuando dije aquello, caminé rápido para buscar a Emma. Pero, parecía que la chica se había disipado en el aire. Cuando regresé al pasillo donde había dejado a Samantha, esta no estaba. Había quedado solo y con un teléfono ajeno que comenzó a vibrar sin parar en mi pantalón. 
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