Capítulo 1
Parado en el centro del extenso comedor del orfanato, al cual acudía en sus días libres para ayudar, se suponía que Rhys estaba ayudando a limpiar el lugar barriendo. Pero, en cambio, el chico se encontraba completamente inmóvil, con sus dos manos sosteniendo el palo de la escoba en lo que aquellos increíbles ojos plateados con borde azul observaban perdidamente la televisión y la información que esta estaba entregando.
Y por más que Rhys observara la pantalla y repitiera la noticia una y otra vez desde que había sido transmitida, simplemente le costaba creer lo que escuchaba.
Como un simple humano que habitaba en la ciudad, como la mayoría de los de su naturaleza, el que Wolf Heart estuviera abriendo sus puertas para permitir que ellos, simples mortales aburridos sin ninguna cualidad especial ingresaran a sus sagradas tierras, era un gran acontecimiento, por no decir el más grande de la historia.
Los hombres lobos estaban dando la oportunidad de visitar sus tierras, algo que nunca en la vida había sucedido hasta ese día.
Según la historia, hacia muchos, muchísimos años, en el mundo solamente existían los hombres lobos, pero con el tiempo, algunos de ellos dejaron de nacer con un lobo interior con el cual cambiar. Aquello no supuso un gran cambio en un principio, pero cuando fue notorio que cada vez existían más humanos normales, los líderes de sus manadas tomaron una decisión.
No se sabe si fue un cambio natural de la naturaleza humana o alguna enfermedad, como fuera, aquellos que seguían manteniendo su capacidad de cambiar a un lobo deseaban seguir de aquella forma, razón por la cual sus líderes llegaron a la conclusión de apartarse aislándose en diferentes tipos de islas cada manada.
Y para la sorpresa de todos, la decisión de aquellos líderes provocó que su gente siguiera manteniendo su habilidad aun con el pasar de los años, razón por la cual se alejaron totalmente de los humanos, manteniendo comunicaciones lejanas y evitando el contacto de ser posible.
Algunos humanos por supuesto que resintieron de ello y tacharon a los hombres lobos como los "defectuosos", mientras que otros como Rhys, se concentraron en admirarlos e idolatrarlos como si fueran de la misma realeza.
Claro que Rhys no estaba al tanto de lo que ocurría en cada una de las islas habitadas por hombres lobos, más bien, estaba interesado solamente en una y específicamente por una persona que habitaba en esta.
Caspian Von Kleist, era el príncipe heredero de la manada que residía en Wolf Heart, la manada más grande del continente, y era la persona que Rhys más admiraba y quería en el planeta.
A diferencia de otras islas que evitaban completamente el contacto con los humanos, Wolf Heart era diferente, y gracias a una sola persona, exactamente, el príncipe Caspian. El apuesto alfa dominante con tan solo veintiséis años ya había logrado lo que nadie consiguió. Estableció tratos con los humanos comercializando productos que solo su isla podía producir e hizo que ambas partes ganaran justamente con ello.
Y no solo eso, cada proyecto en el cual el príncipe Caspian estaba involucrado no solo tenía un éxito total gracias a su inteligencia y planes, sino que cada uno de ellos, estaba dedicado solamente para ayudar la calidad de vida de su gente en su pueblo.
En teoría, el hombre no solamente era apuesto con aquel cabello oscuro como la noche medio onduloso que hacía un contraste perfecto con ese par de ojos de un tono verde oliva, esa piel acaramelada y esa sonrisa de modelo que revelaba un mortal hoyuelo en su mejilla derecha. Su mandíbula marcada era el conjunto impecable con sus hombros anchos y firme cuerpo en todos lados, era el epítome de la masculinidad y también tenía un alto coeficiente intelectual que utilizaba para el bien.
En resumen, el hombre era la perfección pura con su corazón bondadoso, razón por la cual Rhys, al igual que un montón de humanos, lo admiraban y querían tanto, teniendo su propio club de fans, ya que a diferencia de otros de su especie, el príncipe Caspian no parecía tratar a los humanos por menos.
Simplemente era imposible no querer un hombre así.
Y la noticia de que su isla, Wolf Heart abriría sus puertas en una única oportunidad, era algo que había sacudido a todo el mundo. Aunque por supuesto que no todos tendría la oportunidad de asistir. Solo cierto número de humanos podría ir para celebrar con el príncipe heredero su cumpleaños número veintisiete y luego volverían a sus aburridas vidas en la ciudad.
¿Y cuál era la forma en que el príncipe decidió escoger a las personas? Por supuesto que alguien tan justo decidió por cierto grupo con el cual tenía tratos, y el resto simplemente era a través de concursos, en lo cual lo único que se necesitaba, era suerte.
Según las noticias, ese era el último día para probar aquella suerte por una de esas entradas, y Rhys no pudo evitar soltar un muy profundo y ruidoso suspiro. Simplemente no podía evitarlo, ya que, de todas las veces que decidió intentarlo, nunca consiguió ningún boleto.
Percibiendo algo de movimiento por el rabillo de su ojo derecho, Rhys observó como pequeñas figuras intentaban acercarse sigilosamente. O tan sigilosos como podrían ser pequeños entre tres y cinco años intentando hacer una de sus tantas travesuras.
Fingiendo otro profundo suspiro distraído, antes de que estos pequeños pudieran asustarlo, Rhys giró repentinamente.
—¡Los atrapé, pequeños monstruos traviesos! —exclamó—. A quien toque primer, me ayudará a limpiar aquí.
El grupo de seis pequeños que se habían acercado poco a poco, gritaron y chillaron alegremente antes de correr lo más rápido que le permitían sus cortas extremidades, dispersándose en diferentes direcciones.
Corriendo detrás de algunos, Rhys se carcajeó y se detuvo una vez logró que todos dejaran el comedor. Resoplando para alejar un mechón castaño cálido que cayó frente a sus ojos, lo terminó por apartar con su mano derecha y retomó su trabajo limpiando, siendo interrumpido de vez en cuando por un infante que se acercaba a observar y luego corría chillando alegremente al ser descubierto.
Negando con una sonrisa, Rhys guardó todos los instrumentos que utilizó para limpiar y salió del comedor. Recorriendo uno de los pasillos, salió hacia el jardín y cierto sentimiento de nostalgia le invadió al contemplar a pequeños jugar en aquellos viejos juegos en su mayoría hechos completamente de madera. Algunos eran tan antiguos, que estaban ahí incluso desde antes de que él llegara al orfanato Rayitos de girasol a los siete años, tras la perdida de sus padres.
—Estaba pensando en que es hora de reemplazar algunos juegos y darle una pasada de pintura a otros.
Ante aquella voz femenina, baja y cálida, Rhys observó sobre su hombro y se encontró con la dueña del orfanato, Ebony Weber, la mujer que le crio como a su propio hijo tras no haber sido adoptado por ninguna familia. Generalmente, las personas se acercaban buscando a pequeños entre cierto rango de edad, de uno a cuatro, máximo cinco años, rara vez elegían a alguien mayor y él fue uno de esos casos.
—Me sorprende todo lo que han sobrevivido aquellos juegos, considerando que estaban aquí mucho antes de que llegara —comentó con una suave sonrisa un tanto traviesa y dulce.
—Eso es debido a que los árboles con los cuales fueron hechos aquellos juegos eran de los buenos, no como los que hay ahora —resopló la mujer mayor—. Si no fuera por esos tipos que viven en las islas, ni siquiera tendríamos algunos árboles.
—Hombres lobos —corrigió Rhys—. Se les conoce como hombres lobo o como algunos les llaman ahora, cambiaformas.
Ebony observó al joven humano, quien le sonrió todo dulce y la mujer negó con un casado suspiro.
—No sé porque los jóvenes están tan interesados hoy en día por lo que hace la gente de esos lugares —expresó confusa.
—Porque son personas con capacidades completamente diferente a la nuestra, que tienen un estilo de vida distinto, y lo más importante, porque realmente son descendientes de la realeza —explicó Rhys animadamente.
—Lo de la realeza es algo que nosotros los humanos asumimos ante su arrogancia —aclaró Ebony.
Rhys rió bajito y negó.
—No intentes engañarme, Ebo. Ya me he leído todos los libros de historia que pueden existir y en cada uno de ellos, se menciona que los hombres lobos vienen desde tiempos antiguos y que algunas personas realmente son descendientes de la realeza. La familia Von Kleist es uno de ellos.
—Sí, y tu queridísimo príncipe Caspian, ¿no?
Con una alegre expresión risueña, Rhys asintió con entusiasmo.
—Sí, el príncipe Caspian es uno de ellos. En sí, creo que cada una de las manadas tiene algún descendiente de la realeza, pero...
—A ti solamente te interesa Wolf Heart, lo sé —interrumpió Ebony.
Aquellos ojos café observaron a Rhys saturados de cariño y amor.
—Lo sé perfectamente, pequeño, estuve contigo en el momento en que comenzaste a admirar y perseguir a ese apuesto muchacho como tu primer amor —le recordó.
—Ebo —se quejó, con un leve rubor en sus mejillas—. No es que sea mi primer amor, solo tengo un pequeño flechazo con él y lo mío es más admiración que nada —corrigió un tanto avergonzado.
—Flechazo, crush, primer amor, no importa el nombre que le pongan, el significado siempre será el mismo —expresó Ebony volviendo la mirada hacia el frente—. ¿Cómo te ha ido estos días en la tienda?
Las cejas de Rhys se alzaron ligeramente y el entusiasmo se vio reflejado en sus facciones.
—Todo es perfecto, ahora que la floristería se ha vuelto más reconocida, cada día tenemos más clientes y otros se volvieron habituales —contó.
—Me contaron que todo es gracias a ti —comentó, dándole una mirada de soslayo.
—No realmente, no hice mucho. Solo creí que sería mejor si hacíamos más publicidad con ofertas y nombres pegajosos para atraer la atención.
Negando, la mujer mayor alzó una mano y la colocó en el hombro de Rhys.
—No intentes dar de menos tus esfuerzos, cielo, es gracias a ello que les va bien en este instante —indicó—. Tienes una mente brillante, de la cual estoy segura de que te servirá demasiado por si te decides finalmente estudiar una carrera.
Un tanto avergonzado, Rhys inclinó su cabeza y jugó con los mechones castaños que caían sobre sus ojos, cubriéndolos.
—Gracias, pero de momento estoy bien así como estoy ahora. Tengo una comprensiva jefa, un horario bueno, un sueldo justo, un lugar donde dormir y el suficiente tiempo para venir a visitarlos siempre que quiera —expresó feliz.
Pero sus palabras en vez de alegrar a Ebony, solo pareció preocupar a la mujer mayor.
—No deberías de tomar responsabilidades que no te corresponden, cielo. Sé que vienes solo para ayudarme con el cuidado de estos pequeños y que utilizas tu dinero para comprar cosas que nos faltan, y eso no es justo.
—Eso...
—Silencio. —cortó observándole directamente—. Aprecio tus esfuerzos y ayuda, pero no es tu responsabilidad ayudarnos ni debes de hacerlo en una forma de pagar porque cuidamos de ti —expresó—. Tienes veinticuatro años, cielo, deberías de salir más como otros chicos, divertirte y hacer lo que te gusta.
—Pero si eso es precisamente lo que hago —se quejó Rhys—. Trabajo en la floristería porque me gustan las flores. Vengo a visitar este lugar porque lo siento como mi propia casa. Y ayudo en lo que puedo porque así lo deseo, no porque sienta que debo de hacerlo. Y no tengo veinticuatro años aún.
—Pero los tendrás pronto, exactamente, el mismo día en que tu adorado príncipe Caspian —indicó Ebony.
—¿Lo sé? ¿No es eso increíble? Tenemos eso en común —pronunció alegremente.
—Tengo un regalo para ti.
Ante aquellas palabras, Rhys observó con interés a la mujer que consideraba como una segunda madre en su vida.
—¿Regalo?
Riendo, Ebony bajó su mano y la metió en su bolsillo izquierdo. Sacando un trozo de papel doblado, se lo entregó a Rhys.
—Feliz cumpleaños, cielo.
Curioso, Rhys desdobló el trozo de papel. Tan pronto como las primeras letras fueron visibles, el aire escapó de sus pulmones y sus plateados ojos se abrieron extremadamente.
—Es un... Es... Un... ¡Es un boleto! —exclamó.
Ebony rió alegremente, admirando al joven observar el boleto entre sus manos y a ella con una expresión que indicaba que pronto estallaría de felicidad o bien se desmayaría por esta misma.
—¿Cómo? ¿Cómo lo hiciste, Ebo? He estado intentando ganar uno desde que salió el sorteo y no he podido ganar ninguno —jadeó.
—Suerte. El destino quería dármelo y yo lo recibí. Obviamente, no estoy en edad para viajar y ciertamente no puedo dejar este lugar sin supervisión, por eso preferí dar tus datos —contó.
Admirando el boleto, Rhys la apretó y observó a Ebo perdiendo un poco de su entusiasmo.
—¿Por qué hiciste eso? Estoy seguro de que muchos habrían pagado lo que sea con tal de que les vendieras este boleto —expresó.
—Dos razones. No hay nadie más en el mundo que se lo merezca más que tú y porque es un boleto intransferible. Los datos se piden inmediatamente al entregarlo y se suben al sistema de la compañía que está ayudando a tu príncipe a realizar este viaje, por lo que, hubiese sido imposible venderlo —explicó—. Así que, aunque intentes venderlo por tu cuenta para conseguir dinero, no podrás hacerlo. Nadie más que tú podrá usarlo y mañana te subirás a ese barco para celebrar tu cumpleaños junto a ese príncipe tuyo, ¿de acuerdo?
Soltando una carcajada de la pura felicidad, Rhys asintió y saltó hacia los brazos de Ebony, casi derribándola en el proceso. Llenando de ruidosos besos el rostro de la mujer mayor, le agradeció una y otra vez por darle aquella oportunidad.
Finalmente, estaría conociendo a su encantador príncipe Caspian.