Primer encuentro

1202 Words
Primer encuentro Narrador Alexandria Rosendo La paz es envidiable. Pensaba en aquella cálida y espaciosa habitación mientras observaba a la nada. El tic tac de un gran reloj de madera, que lucía como de la época de la segunda guerra mundial, me llenaba de ansiedad en este espacio tan pulcro. Ciertamente, no era el tic tac de anticuado reloj lo que me hacía entrar en un estado de alerta, era aquello que revoloteaba en mi cabeza cómo una abeja molesta, buscando un lugar para pinchar y causar un dolor insoportable. No me esforcé en mantener aquello que hizo que me acercara a ti y, desgraciadamente tuviste que aparecer en el lugar a la fecha y hora equivocada. Ahora, me has dejado el trabajo más complicado de todos. Y digo complicado porque, si es complicado lidiar con el ser humano en general, lo es aún más con un grupo de adolescentes en plena etapa de crecimiento. Nunca me he preocupado por nadie más, además de mí y los que me rodean las veinticuatro horas de mi día a día. Sin embargo, existen momentos en los que pienso: «No estaría mal conocer a otras personas», pero este tipo de momentos tienen el siguiente antagonista: «Crezco personalmente sola». Mi madre me juzga un montón cuando le explico que soy una persona que siente que no necesita de alguien más para crecer personalmente. Comentarios como: «Una vez que te fijes en alguien, cambiarás totalmente esa manera de pensar» o como: «Vaya que te queda mucho por vivir niña» viajan por el aire que inunda mis desayunos, almuerzos y hasta cenas. He crecido siendo reacia a que mis mayores me vean como una jovencita, podré lucir como una, pero se realmente que no me comporto como una, al menos en situaciones que sé, con certeza, que requieren un comportamiento serio de mi parte. Mientras indagaba en mis pensamientos, fuertes portazos en habitaciones superiores a mi casa, logran atraer mi atención. —Pero, ¿por qué aún sigues tendida en el sofá? —pregunta mi hermana. —Espero a mamá. —le digo tranquilamente mientras me levanto del mueble, que casi se adhiere a mi como sábanas cálidas por las mañanas. —Estoy segura que se ha quedado dormida. Ella no cambia ese hábito. —digo, caminando hacia la cocina. Algo que si se me hizo extraño fue que mi hermana se ha levantado temprano el día de hoy. Mientras bebo un poco de agua, miro a mi hermana a detalle. Somos increíblemente iguales físicamente, pero internamente completamente distintas. Ella piensa en un esposo, hijos y una gran casa. Yo pienso en una carrera, mi casa y, de último, una familia. Como dije, completamente distintas. Mi madre es una mujer adorable, trabajadora y, definitivamente, no madrugadora. Es increíble que, en mi instituto, no me hayan expulsado o enviado a cumplir horas comunitarias por llegar hasta seis horas más tarde de la hora de clase. No estoy exagerando. Minutos después, escucho portazos en la segunda planta de la casa junto a gritos de mi madre que exclaman: —¡Llegarán tarde y no será por mi culpa! —a lo que mi hermana respondía. —¡Ojalá y nos dejen entrar esta vez mamá! Al abrir los portones chirriantes de la casa se escucha, al otro lado de la calle, un sonido que pienso es similar a grandes plantas con bajos musicales internos, aquellos que se utilizan para animar grandes fiestas en clubes, dónde sólo los placeres para adultos abundan. Los espacios congestionados de ruido ensordecedor, y ruido en general, son de mi completo desagrado por lo que me apresuro, más de lo normal, en abrir y cerrar los ya desgastados portones de la casa mientras mi madre grita: —¡Súbete rápido! No quiero ir a otra citación en tu escuela. —dice con un tono sarcástico. —Si, sí, yo menos quiero verte por allá. —digo respondiendo su sarcasmo. Detesta ir a mi instituto. No soy una chica problema, sigo las reglas, paso desapercibida y me alejo de situaciones cero cotidianas... O eso pienso que hago. —Alex, coloca en mi teléfono un recordatorio. Necesito ir al centro comercial a comprarme un despertador. Nunca escucho el despertador que me colocas. —dice mi madre con extrema seriedad. —¿Será que, de verdad, coloco tu despertador? —digo buscando molestarla más de lo que aparenta estar. —No juegues conmigo. Sé lo que intentas hacer, estoy manejando. No hagas que me moleste y coloca el recordatorio, por favor. —dice intentando no dejar escapar su molestia. Comienzo a pensar que, no son las reuniones estudiantiles lo que le molesta a mi madre. Soy yo la que causa su enojo. Mis sanas ocurrencias, mi sarcasmo, mi falta de seriedad cuando ella habla o se queja; eso es lo que le hace sentir unas inmensas ganas de tirar la toalla referente a mi educación. Me gusta verla en mis reuniones. Contrario a lo que expreso en voz alta, ante ella, me da gusto que vaya a las citaciones. En todas y cada una de ellas, sale de la oficina de la directora con un semblante de confusión que me da vida. Ella manifiesta que debería cambiarme de instituto debido a que, los docentes, realmente, no saben lo que dicen. Como dije, no soy una chica problema. —¡Alex! —grita mi madre desde el asiento del conductor. —¡¿Qué sucede?! —digo un poco alterada. —Ya llegamos, bajete antes de que me multen por aparcar en zona restringida. —dice con prisa. Me asomo por la ventana del carro y si, evidentemente mi señora madre se ha estacionado en zona peatonal concurrida. Mi hermana se baja y se despide sin inconvenientes, pero yo no lo hago. —Mamá, estaciona en el estacionamiento para poder bajarme del coche. —digo en calma. —¡Ya es tarde, sal del coche! —dice alterada. —¡No voy a bajarme del coche en zona concurrida! —digo con voz decidida. —Pues te toca, ¡bájate ya! —dice sin aliento. —De acá nadie me baja. —digo retadora. —Tienes dos opciones ahora mismo. O te bajas o te bajo yo para que pases pena delante de la gente. ¿Qué decides? —en ese momento, ni se da cuenta de que mi objetivo es que se moleste. —Se te hace tarde. —digo serena. —No, corazón. Te quedan, exactamente, dos minutos para entrar o te quedas afuera. —dice ella viendo su reloj de muñeca plateado. Me ha descubierto. Cansada de la discusión, abro la puerta con un movimiento brusco y lo siguiente que escucho es el sonido de un cuerpo contra el pavimento y la campana de una bicicleta. Al bajarme del auto veo a una chica tirada en el suelo, con algunos raspones en sus rodillas. —Te juro que no fue mi... —digo con pena. —¡Por supuesto que fue tu intención al estacionar en vías concurridas! —me interrumpe, sin rastro de dolor, sólo de furia aquella chica que, hace nada, había surcado los aires al tropezarse con la puerta del coche de mi madre.
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