Prólogo – Darious

1252 Words
Las campanas del monasterio sonaron como una alarma, aunque no había nadie en el campanario que tirara de las cuerdas. Un relámpago atravesó el patio cuando la tormenta apareció de la nada. El viento azotaba sin piedad, trayendo consigo el penetrante hedor de la muerte. Una nube oscura y agorera apareció en el horizonte, aproximándose al monasterio a una velocidad vertiginosa. Los monjes, que hicieron de este monasterio su hogar, formaron filas como soldados con sus armas alistadas de madera, hueso y oro. Todas sus vidas se habían entrenado para esta guerra… para este momento en el tiempo, tal como lo habían hecho sus ancestros durante más de un milenio. Los pergaminos sagrados de poder y magia habían sido desenterrados de la vasta biblioteca, y presentados para hacer su trabajo. Los mantos color azul oscuro y amatista se hinchaban violentamente a medida que los monjes se disponían a pelear una guerra que secretamente habían rogado no ocurriera en sus vidas. Los arqueros entrenados avanzaron primero, con sus flechas encordadas y emanando un brillo de azul celestial. Estaban en silencio, de pie contra un enemigo al que ninguno de ellos era realmente capaz de derrotar. A medida que la nube se aproximaba, se hizo evidente que no era realmente una nube, sino una legión entera de demonios resueltos a destruir a la humanidad. Este monasterio, y los monjes que lo habitaban, eran la única y última esperanza de la humanidad. En el aire se podía escuchar un hondo zumbido, casi calmante, a medida que los monjes lanzaban sus hechizos de protección, con el brillo de la determinación en sus ojos. Los pergaminos sagrados habían predicho la venida de la oscuridad, que desataría una plaga de demonios en el mundo. Se había profetizado que, una vez que esta batalla terminara, los demonios sobrevivientes se esparcirían por los cuatro puntos cardinales de la tierra, siguiendo a los guardianes que alguna vez la habían protegido, de la misma manera en que protegían el sello. La razón de que los guardianes y la sacerdotisa aun no aparecieran era un misterio para algunos, pero no sorprendía a los ancianos. Esto era algo que ni el destino podía cambiar. Se lanzó una orden tácita, y los arqueros libraron sus flechas contra la plaga que se empeñaba en erradicar la tierra. Algunos demonios cayeron ante la primera ola, y los primeros arqueros retrocedieron para dar paso a otros en su lugar. Más flechas volaron sobre los campos que alguna vez fueron verdes, desintegrando a los demonios a su paso. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron infructuosos. Parecía que por cada demonio que destruían, diez de ellos tomaban su lugar. Los arqueros retrocedieron completamente, y se desenrollaron los pergaminos sagrados. Un muro apareció alrededor del monasterio, pero nadie tenía la capacidad de invocar todo el poder de los pergaminos durante más tiempo. Los ancianos habían escrito los pergaminos, aunque su significado pleno se había perdido a lo largo de los siglos. No obstante, fue suficiente para concederles un poco de tiempo a los monjes. Se impartieron órdenes y se cerraron las compuertas del monasterio, trabadas con un sello de protección para darles unos minutos más. Todos se miraban unos a otros, sabiendo que sería la última vez que se verían en este plano de existencia. Todos se aferraban a la leyenda que mencionaban los pergaminos, acerca de una persona atada por las cadenas de aquellos demonios empeñados en destruir el mundo. Estaba escrito que, durante el levantamiento, los demonios le darían la espalda por error. Él… un niño de una furia y melancolía incontroladas, con el temperamento del más oscuro de los ángeles y el poder de cerrar el portal, y así encerrar a los demonios en este lado del mundo, pero impidiendo que otros les siguieran. Era este niño quien cazaría a los demonios uno por uno, enviándolos nuevamente al reino de oscuridad al que pertenecían… vengándose de quienes lo habían encarcelado por tanto tiempo. Algunas de las leyendas de los pergaminos lo describían como un dios, mientras que otros afirman que se trata de un demonio empecinado en matar a los dioses para obtener su libertad. Le habían dado un nombre, aunque fuese solo para mencionarlo en sus plegarias… Darious. Las puertas del monasterio crujieron ante la presión, a medida que los demonios finalmente las alcanzaban. La gruesa madera se resquebrajó y se astilló, mientras que el sello que la sostenía se debilitaba, hasta que finalmente se rompió. Las puertas se abrieron y, al igual que un maremoto de sangre y muerte, los demonios entraron como un enjambre, con sus zarpas y sus dientes desgarrando la carne humana. Los tambores de aceite que encendían las antorchas se cayeron, cubriendo a algunos que tuvieron la mala suerte de encontrarse batallando tan cerca. Las paredes se prendieron fuego… creando una hoguera capaz de competir con el mismo infierno. El suelo se abrió, y más demonios brotaron por debajo de los pies de los monjes. La lluvia había comenzado a caer, derramándose sobre el monasterio envuelto por las llamas, que se rehusaba a ceder a la voluntad de los elementos. Uno por uno cayeron los monjes, ahogados en su propia sangre mientras rezaban por su salvación… rogando que se cumpliera la profecía. Miles de demonios ya habían atravesado el portal, y los monjes no conocían una barrera lo suficientemente fuerte como para impedirles invadir las tierras que los rodeaban. Un fuerte ruido de trueno, seguido de un brillante rayo que rasgó el cielo, generaron una fuerte onda sísmica, que hizo que el monasterio se desplomara al suelo. El silencio que le siguió fue ensordecedor, ya que el viento dejó de soplar y la lluvia se detuvo abruptamente. El ojo calmo de la tormenta se había posado sobre los restos del monasterio; sus muros se elevaban sobre él, atrapando tanto a los demonios como a los monjes. Aquellos monjes que todavía estaban con vida volvieron sus ojos al cielo y murmuraron oraciones de penitencia. La persona que creían un salvador era mucho más aterradora que los demonios que le habían precedido. Estaba parado en el ojo de su propia tormenta, con sus cadenas de preso colgándole de los pies y las muñecas… la cadena más gruesa aún rodeaba su cuello. Estas tintineaban de modo inquietante en el silencio, cubiertas de la sangre de los demonios que había matado durante su escape. Su largo cabello ondulado se elevaba ligeramente, debido a la tormenta que lo rodeaba o a su propio poder, imposible saberlo. Su letal cuerpo se encontraba desnudo, como todos los que nacen repentinamente a este mundo. La sangre relucía en las heridas abiertas que había recibido, dando testimonio de la batalla que había librado para llegar tan lejos. Dos heridas le atravesaban la espalda en el lugar que antes ocupaban unas magníficas alas. Elevando su perfecto rostro hacia el cielo, unas lágrimas como de sangre cayeron de sus ojos color mercurio. La tierra bajo sus pies se estremeció una vez más y se alzó, atrapando a muchos demonios y reparando el portal, sellándolo. Una brillante luz blanca pasó como un rayo y estalló sobre el paisaje, dispersando al resto de la multitud de demonios hacia las esquinas más recónditas del mundo. La profecía, Darious, bajó su mirada hacia el centro de lo que alguna vez había sido un gran monasterio. Allí, envuelta por un suave resplandor angélico, se encontraba la estatua de una doncella arrodillada, con las manos extendidas como pidiendo algo que él no podía darle. Con la siguiente descarga del rayo, la estatua de la doncella se desvaneció.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD