El sueño

4956 Words
—Ofelia —escucho la voz que me llama. La conozco. Es suave, como un susurro, y se siente alejada, como si estuviéramos bajo del agua. Pero no estamos bajo el agua, aquí es un bosque. Árboles de troncos gruesos y rugosos con aroma a viejo me rodean, pero ¿qué tan viejos? Caminos sinuosos que se pierden, se desdibujan, y yo sigo avanzando a través de ellos, ¿por qué no puedo parar? Estoy tan decidida a continuar a pesar del miedo que siento. —Ofelia —vuelven a llamarme. Ahora sé que la voz joven le pertenece a un hombre. A pesar de que no puedo verlo, lo siento, siento su cercanía. —¿Dónde estás? —me sobresalto al escuchar mi propia voz preguntando por él. No sueno asustada, si no tranquila. Pero si es así, ¿a qué se debe esta terrible ansiedad? En algún punto me detengo y levanto la mirada, justo a la copa de los árboles, donde la oscuridad de la noche los hace revolverse en sombras tenebrosas. Y de pronto, ahí está. Una silueta, que se pone en pie sobre las ramas que parecen no sentir su peso. Se inclina hacia adelante, pero no puedo ver su rostro. —Mi Ofelia —repite ese nombre. Pero yo no soy Ofelia. La silueta salta, puedo verla caer con gracilidad. Parece una pluma, ligera y delicada. Quiero ver su rostro, quiero saber cómo se ve hoy. ¿Es por eso mi ansiedad? Antes de que llegue hasta mí, siento el tirón. Me toman de los hombros y me sacuden con insistencia. —¡Isabel! —un borrón de luz me golpea en los ojos con ferocidad. Otra vez el sueño. Otra vez con él… —¿Sel? —pregunto ante la estridente carcajada de mi hermana mayor. Me está reventando los tímpanos y no deja de agitarme con energía—. ¿Qué ocurre? —mi voz sale pastosa a causa de mi evidente sueño. —Mamá dice que si no bajas ahora, no vas a comer nada. Hoy hay pancakes de plátano con nuez —el rostro hermoso de Selene está frente a mí, he vuelto a caer sobre mi almohada pero ella sigue insistiendo en levantarme de la cama. Ahora me ha jalado las sabanas y tirado de las piernas—. ¡Arriba! Suelto una carcajada mientras salgo volando. Estoy evocando la rutina de mi infancia. Mi hermana yendo a despertarme cada mañana a sabiendas de lo difícil que es hacerme salir de la cama. Si tan solo supiera que lo único que deseo es volver al sueño para ver el rostro que me acosa desde hace varios años. —¡Está bien! —el suelo frío me ayuda a espabilarme—. ¡Voy en seguida! —Sel me toma de una mejilla y juega con mi cabello. La trenza está toda desecha y pasa sus dedos a través de ella, ayudándome a terminar con su lánguida forma. —Cielos, te ves terrible—hace una mueca de disgusto—. ¿Segura que dormiste? —Sí…—no puedo mentir. No con ella que me conoce tan bien. —Mentirosa —me reprende—. Vi la lámpara encendida hasta bien entrada la noche. —No tan noche —me encamino al baño del pasillo para lavarme la cara y cepillarme los dientes. Sel me sigue como mamá. —¿Qué fue esta vez? En casa todos saben de mis problemas para dormir. Ha sido así desde hace un par de años, probablemente cuando cumplí los diez. No me gustaba irme a la cama porque pensaba que la figura me iba a visitar. Al principio era una silueta infantil, un niño, quizá de la misma edad que yo. Lo veía sentado sobre mi cama, sonriéndome, como si me esperara para ir a jugar con él al bosque. Siempre aparecía en las noches. Mamá y papá se habían pasado muchas de ellas a mi lado para esperar al niño misterioso, pero jamás lograron verlo. Me llevaron a varios psicólogos, que dijeron que era un probable amigo imaginario. —Sí la pequeña no deja de verlo, habrá que recurrir a métodos más específicos. —había dicho el hombre con gafas cuadradas. —¿Qué tan específicos? — preguntó mamá con la voz turbia. Le aterraba que me dieran medicinas, o aun peor, que dijeran que estaba loca. Papá se puso renuente a volver, no quería verme rodeada de ese tipo de personas. Y fue él quien me dio la idea. —Pídele que no venga más —fueron sus palabras. Y yo esperaba que funcionaran. Así que una noche, en cuanto lo vi a aparecer. Me senté junto a él y con sutileza se lo pedí. —Por favor…—contuve las lágrimas, pero su expresión antes alegre, se tornó triste— No vengas más. No quiero verte más. Recuerdo haberlo visto ponerse en pie, mirar solo una vez atrás y desparecer. Jamás podría olvidar su mirada. Aún si era una niña, comprendí que sus ojos negros estaban llenos de dolor. Un dolor que yo le causé. Su silueta se desvaneció en la penumbra de mi habitación, y desde entonces no lo volví a ver. No hasta que apareció en mis sueños. Siempre ha estado en ellos, llamándome, y yo… Yo siempre estoy buscándolo. Y lo he visto cambiar. Desde un niño pequeño, hasta el chico que es hoy. A veces me pregunto si es una invención mía, ¿sí no porque iría creciendo al mismo tiempo que yo?   —¿Y? —la voz de mi hermana me hace volver. ¿Cuál había sido su pregunta?— ¿Qué fue? —me repite y yo agradezco internamente. — El viento —explico—. Ya sabes que no me gusta el viento. Me asusta. —¿Te siguen pareciendo quejidos de dolor? —Supongo que siempre me van a parecer eso. Sel suspira y se da la vuelta— No vayas a tardar o los gemelos y papá se van a terminar todo. —¡Vale! —regreso mi mirada al espejo. Mis ojeras de siempre están ahí. Enmarcando mis ojos con malicia. No me gustan, pero haga lo que haga, es difícil conciliar el sueño. Bajo las escaleras con lentitud, no es novedad que nuevamente despierto cansada. Mis hermanos dicen que soy una especie de anciana en el cuerpo de una chica de dieciséis años. Estamos en plenas vacaciones de verano. Por eso Sel está aquí. Tiene veintiuno y estudia en Liberty, la universidad a la que asistió mamá. Mis hermanos, por otro lado, están por terminar la preparatoria. Y yo aún tengo un largo tramó por recorrer, estando justo a punto de comenzar mi primer año. —Buenos días, cariño —mamá ya está sentada en su lugar. Señala mi silla, pero yo le doy un beso antes de sentarme junto a Carter. —Princesa —papá hunde su mano en mi cabello y lo revuelve, una manía que le heredó sin duda a mi hermana. —Buenos días —lo saludó y entonces toma su lugar junto a mamá. —¿Ya podemos empezar? —espeta Alexander, siempre ansiosos por hincarle el diente a lo que sea que haya sobre la mesa. —Ya —responde papá y es cuando montones de manos revoltosas comienzan a tomar la comida. Yo prefiero esperar. Mis hermanos son… Bastante peculiares a la hora de la comida. En especial los gemelos. Alex y Car siempre pelean por la comida. Sel también, aunque ahora que se supone que es una adulta, se intenta controlar. Papá siempre le sirve sus porciones a mamá. Y yo suelo ser la última en tomar lo que sea que dejen. —Entonces ¿a dónde iremos este verano? —Alex no puede ni hablar con la boca llena. Pero su pregunta hace que todos miremos a papá con los ojos expectantes. Cada verano nos llevan a algún lugar para pasar las vacaciones ahí. —Este año pensamos en algo diferente —responde mamá. Y por diferente entiendo que no será ninguna playa o bosque, puesto que amamos los campamentos. —¿Ciudad? —Sel pregunta y no parece muy feliz con la idea. —Costwolds —papá debió practicar el nombre, porque ninguno de mis hermanos es capaz de decirlo a la primera—. Un pueblo en Inglaterra. —¿Es antiguo? —por primera vez desde mi saludo, abro la boca. —Parece que sí. Y aún mejor, tiene muchas montañas y colinas. Al escuchar la palabra montañas, unos sonidos de aprobación y exultación se escuchan en la mesa. —Salimos mañana en la madrugada. Empaquen lo indispensable para un clima cálido —dice papá y todos asentimos con emoción. Me gustan las salidas en familia, pero no me gusta hacer maletas. En mi maleta de viaje siempre estoy indecisa sobre que llevar y que no, a veces pasó horas frente a ella intentando hacer un espacio para las cosas que planeo comprar y traer como recuerdos para mis amigos, Erik y Leila. Al final, luego de pedirle ayuda a mamá, me decido por un par de vestidos ligeros, algunos jeans y unas blusas sencillas. Además de mis tenis y sandalias, y claro, una gorra para el sol. A la madrugada siguiente salimos al aeropuerto, el viaje en avión es silencioso. Todos duermen, todos menos yo. Me distraigo mirando las gotitas sobre la ventana, las veo moverse a causa del fuerte viento que las empuja hacia atrás. Una tras otra, son llevadas al mismo punto. Es como si fuera su destino, e hicieran lo que hicieran, al final, terminarían en el mismo lugar. Cansada de verlas, giro mi rostro, junto a mí está Sel, con un antifaz rojo para dormir. Me siento mal por haber dejado la luz sobre nosotras encendida. La apagó con un clic que reverbera en todo el pasillo. Papá se despierta, levanta el rostro en nuestra dirección y me sonríe. Levanto el pulgar para hacerle saber que estoy bien. El vuelve a su posición de antes, con la cabeza pegada a la de mamá. Y entonces, la mirada de Car en el tercer asiento junto a mí me sobresalta. —¿No puedes pegar el ojo, Vani? —pregunta en un susurro. Vani… Una forma en la que me llaman. Gracias a papá, y su idea para que tuviera un nombre extra, las personas me llaman de muchas formas. Vania, Vani, Van, Isabel, Isa, Bells… A veces siento que desarrolle múltiples personalidades para cada nombre en específico, o que, en el peor de los casos, no puedo encajar con ninguno, como si no me pertenecieran en realidad. —No puedo —levanto los hombros al tiempo que un suspiro se me escapa —. ¿Y tú? —Estaba dormido. —Te desperté, lo siento —frunzo los labios con pena. —No, para nada —me muestra su teléfono —. Me desperté para enviar un mensaje usando el internet. —¿Para Linette? —mi hermano sonríe. Linette es su novia.  Tienen algo así como una relación a distancia. Ella es hija de unos muy buenos amigos de papá y mamá. Viven en Archangel City, y los vemos algunos fines de semana, aunque luego de que Car aprendiera a conducir y se sacara el carnet, pasa los sábados o domingos con Linette en su ciudad. Linette es muy linda, con ojos ambarinos, unos ojos muy curiosos, de cabello n***o y rizado como el de su madre. Cuando ella y Car se conocieron en un picnic familiar, se volvieron inseparables. Tan solo verse el uno al otro y se pegaron como imanes. Se escucha un beep y el rostro bobalicón de mi hermano me saca una sonrisa—Nos desea un feliz viaje y espera que le llevemos un par de golosinas. Escucho que sigue tecleando sobre su teléfono, pero creo que ya es momento de obligarme a dormir. Cierro los ojos y ralentizo mi respiración, contando mentalmente para al menos, lograr dormir un poco.   Sé que estoy dormida cuando los sonidos del avión se ahogan. Y ahora son sustituidos por agua, ¿cómo va a haber agua en un avión? Es un chapoteó, alguien está nadando. Mis ojos se encuentran cerrados, si los abro, ¿qué es lo que veré? Espero que sea el asiento de enfrente, espero… Me digo que lo intentaré, abriré los ojos y no debó ver otra cosa. Pero mis expectativas fallan, así como mis intentos por no volver a verle más. Pero ahí está, la silueta que me acompaña. Juega en el agua, hundiéndose y saliendo a la superficie varias veces. Instintivamente me veo las manos e inspeccionó el lugar. Sobre nosotros hace un día brillante, con el cielo claro y azul. Es un lago lo que resplandece, parecen cristales, que se interrumpen cuando el chico pasa sobre ellos. Crea ondas y a través de sus movimientos fluidos, veo que lleva unos pantaloncillos cortos. Su torso esta descubierto. Su piel es pálida y pulcra. Se acerca a la orilla y nuestras miradas se encuentran. Tengo pánico porque se acerca demasiado, a esa distancia su rostro es perfectamente visible. Ojos negros como la noche más triste, cejas marcadas y gruesas, nariz recta, sus pómulos sobresalen ligeramente y su mentón es cuadrado. Aquel ya no es para nada el niño que recuerdo, aunque sigue siendo él, sus rasgos están ahí. —¿Por qué no vienes? —su voz grave me hace temblar. Solo que no sé si es miedo a su presencia, o es un deseo tonto de unirme a él en el lago. Mi cabeza se mueve en contra de mi voluntad. La respuesta fue un no, el frunce el ceño y esboza una sonrisa alarmantemente atractiva. El…Me gusta. No puedo decir porque, pero no es solo por su evidente aspecto físico, ni siquiera por las gotas de agua que le chorrean del cabello oscuro, algo en él, me atrae como gravedad. —¿Debo ir por ti? —es una amenaza disfrazada. Sale del agua y me es imposible no perderme en su cuerpo. Hombros anchos, brazos fuertes, abdomen marcado, pero… ¿Esas cicatrices? Jamás las había visto. Parece que lo atravesaron con algo filoso justo a la altura del pecho, donde se supone que está el corazón. Y hay varias marcas más sobre su tórax, cinco líneas lo cruzan por completo, desde el pecho derecho hasta la parte baja de su línea oblicua. ¿Cómo se hizo eso? Es muy tarde para cuando aparto la mirada. Él está justo en frente. Sus ojos me observan, pero no puedo decir que es lo que piensa. No hay una señal de vida en ellos, se ven vacíos, solo hay una oscuridad total, ni siquiera puedo ver sus iris o su pupila. Lleva sus manos a mi rostro y me acerca tanto a él que puedo sentir su aliento. —Estás muy rara el día de hoy —menciona y planta un beso en mis labios. Parpadeo. No estoy segura de porque no me aparto, ni siquiera estoy segura de si esa persona con él soy yo, porque a pesar de que quiero apartarme, no logro moverme ni un milímetro. Ante mi falta de evidente apegó a su beso, él se separa. Me mira sin decir una sola palabra, y entonces, pasa lo impensable. Mis manos lo atraen de vuelta a mí. Enredó mis dedos en su pelo mojado y siento de nuevo el deseo por sus labios. Están fríos al principio, pero al pasar los segundos, se vuelven cálidos. Ahora ya no se sí es parte de lo que debe pasar en aquel sueño, o es simplemente que dentro mí, justo en ese momento, se cosen las ganas de sentirlo de verdad. De besarlo de verdad. Se separa de mí y me dedica una sonrisa tenue, tan calmada que me calma a mí. Me toma de la mejilla y lo susurra. —Mi Ofelia. Antes de que pueda gritarle que yo no soy Ofelia, el ajetreó del aterrizaje me espabila de golpe. —Bells, tranquila —Sel me toma de una mano. Y con gran esfuerzo recupero la compostura. Siento mis mejillas arder, y en la boca del estómago el coraje de que el chico de mis sueños no supiera mi nombre. ¿Por qué se empeñaba en llamarme así?—. ¿Te ha asustado el aterrizaje? Asiento con la cabeza y me tocó las mejillas, el calor está bajando. —Y no te vayas a poner mal con el otro vuelo, ¿eh? —mi hermana se pone en marcha junto a Car. Por poco olvidaba que nos faltaba tomar otro vuelo, el que nos llevaría a Costwolds.                                                                                   <3 <3 <3 <3 <3 <3     Las calles de Costwolds son menudamente llamativas, ya que llamativas se queda cortó, este lugar te roba el aliento. Todo es una postal viviente, las calles estrechas con árboles a sus costados y las construcciones de piedra, las colinas que sobresalen en cada punto donde posas la vista, y son hermosas. Los puentes se ven tan viejos pero vivos, que te dan ganas de cruzarlos todos, solo para sentirte un verdadero viajero del tiempo. Los ríos vibrantes recorren todo el lugar, y se conectan unos con otros en serpientes que trazan un mapa sutil. Las cornisas de las casas son apenas visibles, ya que lo que más resaltaba son los techos con tejas tan antiquísimas como las glicinias que se pegaban a la paredes, reclamando las construcciones como suyas al extenderse y decorarlas con sus hermosos racimos de flores purpureas. Todo cuanto puedo ver me consume en halagos internos, no los digo en voz alta porque siempre he preferido el pensamiento solitario, sin que nadie más me de opiniones o repita lo que ya he dicho. Mis padres y mis hermanos no paran de tomar fotografías, otro agregado más a nuestro enorme y en constate crecimiento, álbum familiar. Posamos en los puentes, frente a las casas, al pie de un enorme roble y junto a un sembradío de lavandas. El olor es tan penetrante que no duramos mucho ahí, solo mamá no puede percatarse, pero consiente de nuestro “delicado” olfato no se opone a nuestra partida. En la noche, el hotel rustico se convierte en un cinco estrellas, la cena es abundante y todos disfrutan de la gastronomía del lugar. Hay trucha, queso, pan y chuletas de cerdo en cantidad, además de verduras sazonadas y vino, mucho. Yo no puedo beber, y por supuesto los gemelos tampoco. —Ya somos hombres —recalca Alex con ese tono de fastidio. —Serás hombre el día que me lo demuestres —papá lo reprende. Está enfadado con él desde que se llevó el coche sin pedir permiso y lo estampó contra un árbol. Alexander, muy por el contrario que Car, es muy irresponsable y poco confiable. —Ja…—Selene le lanza una sonrisa burlona y menea la copa en su mano con gesto elegante. Le da un sorbo y finge degustarlo como una experta catadora de vino— Muy afrutado, ligero y suave al paladar —dice, aunque dudo que sepa a qué se refiere. — Sel…—le llama mamá en cuanto ve que Alex se está molestando demasiado—. No quiero problemas. ¿Entendieron? — Vale…—los dos dejan caer los hombros y siguen atentos a su comida. Mi hermano Carter vuelve a abrir la conversación y todo vuelve a la normalidad, incluida yo, que juego con mi comida antes de metérmela en la boca. —¿Princesa? —papá se inclina hacia mí, parece preocupado—. ¿Estás bien? Me alzó de hombros y me muerdo el labio— Igual que siempre. Y con ese me refiero a cansada. La falta de sueño por todos esos años me ha cobrado muy caro la factura, no solo me sacó ojeras, también me quitó energías y muy seguramente, estatura. O al menos, a eso se lo atribuyo yo. Mis hermanos son casi tan altos como papá, incluida Sel, que mide nada más un metro con setenta y nueve. Solo yo y mamá tenemos una estatura…Decente, por no decirle de otro modo. Así que debería conformarme con mi metro sesenta y ocho y dar las gracias por al menos haberme estirado a comienzos de mi pubertad. Papá me acaricia la cabeza y asiente. Sé que está preocupado, todos los están. Solo yo finjo que nada malo pasa. Pero los sueños se han vuelto más y más recurrentes, y si me lo callo, es para no preocuparlos más de lo que ya están. Esa noche, en la recamara que comparto con Sel, me la paso mirando el reloj de la cómoda, escuchando su tic tac, con temor de dormirme y volver a verlo. Ya lo había besado, ¿qué seguía? No lo sabía y tampoco quería averiguarlo. La respiración de mi hermana pasa de ser ligera a muy pesada y profunda, y entonces la escucho murmurar el nombre del primo Asher, y aunque le decimos primo, no estamos relacionados sanguíneamente ni por asomo. Es solo que han crecido con nosotros, y sus padres, tío Konrad y tía Dania, siempre han sido grandes amigos de papá y mamá. A Selene le gusta desde hace mucho, pero no estamos muy seguros de sí él la quiere del mismo modo, no desde que papá lo ahuyentó con un arma cuando tenía diecisiete. En algún punto me quedo dormida, y cuando despierto ya todos están abajo desayunando. Estoy más tranquila por no haber retomado el sueño justo donde lo deje, pero una parte de mí, una parte muy pequeña, se siente decepcionada. —No quisimos despertarte. Debes tener jet lag —dice Alex. —¿Y los demás? —Por allá, —señala una esquina, del gran comedor del hotel. Están en el bufett— deberías darte prisa, porque ya están en su segunda ronda de comida. Alex vuelve a concentrarse en su plato. Y el olor de los huevos me despierta el apetito. Corro hasta mamá y ella me pasa una mano por la mejilla. Está mirando mis ojeras. —Lo sé, son terribles —admito. —Ay, cariño —me da una sonrisa cálida y pone en mis manos un plato con fruta fresca—. He estado guardando recelosa este plato con fruta. Tus hermanos casi se lo comen. —Mamá…—siento una punzada de culpabilidad. Mamá siempre está cuidándome hasta en pequeñeces—. Gracias. —Anda ve, ahora te llevo un pan tostado con… ¿Qué se te antoja? —le doy una mirada rápida a la gran mesa. Y el colorido amarillo de una yema que se rompe en el plato de papa me atrae. —¡Con huevo y pimienta, por favor! De vuelta en la mesa todos empiezan a hacer planes, quieren salir a explorar las colinas. Planes que no se aguaron ni cuando la lluvia comienza a caer sobre Costwolds. Un poco de pringas no me molesta, pero lo que me hace desistir es el arrebatador viento que aúlla con dolor. —Ya no quiero ir —en medio de la puerta me paró en seco. Las manos me tiemblan mientras lucho para no llevarlas a mis oídos y apaciguar los gemidos de dolor, o lo que me parece que son. —Vayan ustedes —mamá me toma de una mano y me hace volver dentro—. Nosotras esperaremos aquí con una taza humeante de té. Papá y ella intercambian una mirada rápida. Seguramente no quieren que se les note, pero es muy evidente que están alarmándose. ¿Soy acaso un lastre? ¿Debo arruinar estas vacaciones a causa de mis miedos infundamentados? Selene me mira con esos ojos tristes. No puedo soportarlo y aparto la mirada, para fijarla en los rostros rojizos de mis hermanos. Ambos son pelirrojos y con ojos azules. Un rasgo que mamá dice heredaron de la bisabuela Margaret. —Lo siento —masculló y regresó a mi habitación. Mamá se queda conmigo y me convence de volver a dormir. —¿Te traigo un té? —se ofrece y sus ojos avellana me hacen sentir como una niña pequeña otra vez. Las lágrimas salen sin esfuerzo y me hundo en su pecho. Quisiera decirle que sigo viendo al niño…Y que ahora no es un niño, que lo sueño, y que a pesar del miedo, anhelo decirle mi nombre, explicarle que yo no soy ninguna Ofelia. Que soy Vania Isabel Weiss. Pero las palabras no salen, no logro confesarle a mamá todo aquello. —Todo está bien mi pequeña —me susurra y acaricia mi espalda con su delgada mano—. Estamos aquí para ti. Lo que sea que te moleste, puedes decírmelo. —Lo sé —solo que no tengo el valor para hacerlo. La lluvia empeora y mamá se apresura a mirar por la ventana antes de cerrarla. —Espero que tu padre y tus hermanos no tarden mucho. Yo lo dudo. Un lugar nuevo y una lluvia que obligara a todos a quedarse dentro de sus casas, es el momento perfecto para que puedan recorrer de arriba abajo sin temor a que los vean. Sin que ven a cuatro lobos enormes corriendo en una ávida competencia.  Hombres lobo, ¿quién siquiera lo creería? Solo mamá fue capaz de hacerlo cuando vio a papá sanarse luego de que unas ramas afiladas le atravesaran el pecho en el bosque. —¿Mamá? —se acerca de nuevo a mí, la luz del cuarto es tenue y la lluvia no me deja escuchar más el viento. —¿Sí? —¿Tú crees…—dudo un poco antes de preguntar—. Crees que soy rara? —¿Rara por qué? —guardó silencio y levanto una mano para llevarla a mi cabeza. Mamá niega y se sienta junto a mí en la cama, me arropa con la manta de lana y sonríe. —Pequeña, los sueños no te hacen rara. Ni tampoco ver figuras —me mira directamente —. Hay muchas cosas en este mundo que no sabría cómo explicar, —puedo ver en sus ojos que recuerda algo. Aunque no me lo dice—pero están ahí, solo hace falta verlas desde otra perspectiva. Algo así como ustedes, ¿soy una rara por tener una familia de lobos? —No —reprimo una sonrisita al entender su punto. —¿Lo ves? Solo… Hace falta entenderlo o conocerlo. Mamá sale para conseguirme un té, y en su ausencia yo pienso que no estoy muy segura de querer conocer al chico de mis sueños. Y en medio del silencio, la ventana cruje. Se está deslizando con lentitud, y a través de ella sobresalen unos dedos. —Selene, que maña la tuya de entrar por las ventanas —respingo, y de inmediato me pongo en pie, le ayudo a abrirla por completo y retrocedo para dejarla entrar. Pero no es ella. Un escalofrió recorre mi cuerpo. Los dedos le pertenecen a una mano pálida. Entra sin hacer ruido y yo retrocedo tanto que topo con el borde de la cama. No puedo respirar, ya no se sí estoy despierta o me he quedado dormida, pero sí sé que el chico frente a mí es él. Lleva una chaqueta negra y bajó de ella una sudadera gris, la capucha esta puesta, pero no necesito más que verle los labios para reconocerle. Esta empapado y chorrea a montones, dejando una visible marca en donde está parado. Tengo miedo. Y por un impulso, o algo más, levanto una mano temblorosa para quitarle la capucha y dejar al descubierto su rostro. Sus ojos están fijos en mí, entonces soy presa de esa oscuridad reticente. El viento sopla con fuerza, las cortinas se estremecen y el aullido atroz me pica en los oídos. Al verme asustada, el avanza y coloca sus manos sobre mis mejillas, dejando sus dedos sobre mis oídos ¿acaso intenta apaciguar el rugido del viento? No pienso más en eso y siento lo frío que están sus dedos. —Esto no es real —repito el mantra que muchas noches recito para despertar de mis sueños—. No es real. Tú no estás aquí. No sé si mis palabras lo lastiman, pero su expresión se contrae con tristeza, anhelo y quizá, también miedo. Lo veo debatirse en decirme algo o no, aunque al final, lo hace. —Es real —afirma y mis piernas tiemblan ante la perspectiva. Niego con la cabeza y me siento en la cama, él no quita sus manos de mis mejillas y parece que no planea hacerlo. Retrocede conmigo y se inclina hasta tocar mi frente con la suya. —Mi Ofelia —vuelve decirme y su voz me parece antaña. Melancólica. —Yo…—tartamudeó— Yo no soy… Las palabras se quedan flotando en el aire cuando la perilla de la puerta gira, mamá se queda un segundo tras ella mientras se acomoda la bandeja en ambas manos. Solo fueron milésimas de segundo, y él…Desapareció. —¿Isabel? Mi visión está borrosa, producto de las lágrimas que me asaltan con dolor. Miró a mi madre y de vuelta la ventana que sigue abierta. —Oh, no —mamá baja la bandeja y corre a cerrarla, para luego fijarse en las marcas de agua que hay sobre el suelo—. Se ha colado el agua. Yo guardo silencio por dos razones, en primera, el shock de haberlo visto y saber que en definitiva es real. Y en segunda, por el olor. El olor a muerte que ha dejado tras su partida.
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