Capítulo 2

1542 Words
Cindy Varela Respiro profundamente y me acerco aún más a mi chaqueta. Así sin más se acaban cinco años de un trabajo que me gusta mucho. Ésa es la historia de mi vida: pesimismo y fatalidad. Tomo otro respiro reconfortante antes de dar un paso vacilante. Pronto me encuentro de nuevo en la calle principal. La gente continúa pasando a mi lado, sin apenas mirar mi estado desaliñado. Si me desplomo en el pavimento, sé que simplemente me pasarán por encima y seguirán adelante. Así es la vida. Me uno a los peatones y empiezo a moverme. Saben dónde vivo si aparecen en mi antiguo trabajo y no me encuentran. No puedo quedarme en el departamento. Lágrimas débiles llenan mis ojos una vez más. Miro a mi alrededor mientras el pánico me invade. Me detengo bruscamente mientras miro a una chica bonita con cabello oscuro arremolinado y enormes ojos verdes. Mientras la chica me mira fijamente, me pregunto qué pudo haber pasado para que se le cayeran los labios carnosos. No es hasta que se pone la chaqueta al mismo tiempo que yo que me doy cuenta de que soy yo. Siento como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Casi corro por la acera, sin importarme si me topo con alguien. Encuentro un pequeño café a unas cuadras de mi departamento y me meto en una mesa de la esquina. Busco en mi bolso mi teléfono y llamo a la única persona que se me ocurre: mi mejor amiga. Ella contesta al segundo timbre. —Hola cariño. —¿Michelle? Yo... Sin previo aviso, las lágrimas brotan y empiezo a sollozar. —¿Cindy? ¿Dónde estás? Me compongo lo suficiente para darle mi ubicación antes de finalizar la llamada. Pongo mi cabeza entre mis manos mientras sollozos silenciosos sacuden mi cuerpo. Es demasiado. Tengo cuentas que pagar. El mercado laboral en mi campo también es tacaño. ¿Qué diablos voy a hacer? No sé cuánto tiempo me siento ahí antes de sentir un suave toque en mi hombro. Levanto mi cara húmeda y encuentro a Michelle deslizándose en el asiento frente a mí. Una nueva ola de lágrimas me llega y empiezo a temblar. —¿Qué pasa?—ella me mira, con la preocupación grabada en su rostro. Huelo un par de veces. —Me despidieron hoy. —¡Qué! ¿Qué pasó? Yo suspiro. —Estos cobradores a los que Gerson debe siguen viniendo a mí trabajo y mi jefa y compañeros se sienten incómodos con ellos merodeando por ahí. Pero no debo preocuparme—mi tono está lleno de sarcasmo—. Me darán una recomendación entusiasta y pagarán en lugar de avisarme si renuncio silenciosamente. Han pasado meses, Michelle. ¡Meses! No puedo seguir mirando por encima del hombro por el resto de mi vida. Y ahora esto. ¿Qué voy a hacer? Giro el trozo de pañuelo que tengo entre mis dedos, triturándolo en pedazos. Michelle me da una sonrisa alentadora, extiende la mano y la aprieta ligeramente. —Bueno, lo primero que vas a hacer es quedarte en mi casa esta noche. De todos modos, estoy en una zona lenta entre proyectos, así que me vendría bien la compañia. Vamos. La sigo fuera del café, feliz de no tener que pensar más. Sigo su ejemplo mientras nos subimos a un autobús y cruzamos la ciudad. Cierro los ojos y me apoyo contra la ventana. El ataque combinado con el trastorno emocional que estoy experimentando me ha provocado una migraña punzante. También me siento mal del estómago. Es como si el estrés de los últimos meses finalmente me estuviera alcanzando. Camino detrás de Michelle cuando nos bajamos del autobús. Me siento muerta cuando subimos los dos tramos de escaleras hasta su casa. El departamento de dos habitaciones siempre ha sido un espacio seguro para mí desde que conocí a Michelle hace casi diez años. Ella había entrado al restaurante en el que yo trabajaba una mañana al comienzo de mi turno. Su rostro brillante y su dulce personalidad me habían atraído hacia ella y, antes de darme cuenta, estaba derramando mis problemas en su oído. Ella ha sido mi confidente y mi hombro en quien apoyarme desde entonces. Me doy una ducha rápida y me pongo la camiseta que Michelle me dejó en la habitación de invitados. Salgo a calentar comida y una taza de té. Tomo un sorbo de la relajante bebida y suspiro. —Esto es justo lo que necesito para que este dolor de cabeza desaparezca. —Tengo analgésicos si los quieres. —Debería estar bien. Cierro los ojos y suspiro. —Ojalá nunca hubiera conocido a Gerson. Michelle. —Son situaciones que pasan. —Sí. ¿Pero quién deja que su novio se mude con ella después de sólo cinco meses de noviazgo? Ella se acerca y me da unas palmaditas en la mano. —Todos hemos cometido errores, cariño. No seas demasiado dura contigo misma. Sacudo la cabeza. —Pero debería haberlo sabido. Las señales estaban ahí. No tenía un trabajo estable, mi salario se estiraba tratando de cubrir víveres y facturas extras. Y por si fuera poco, estoy segura de que me estaba engañando. ¿Tienes idea de lo emocionalmente agotador que fue eso? —¿Recuerdas a Antonio? estuviste ahí para mí cuando rompí con él, de la misma manera que yo estaré aqui, Cindy. Vamos a superar esto, un día a la vez. Tomo otro sorbo de té y suspiro. —Estos tipos son peligrosos. Y no me creen cuando les digo que no sé dónde está Gerson en este momento. Las amenazas son cada vez peores. Esta noche me sacaron un cuchillo. Bajo los ojos cuando veo que sus ojos se abren en estado de shock. Respiro profundamente mientras las lágrimas pican mis ojos. Los cierro. Estoy cansado de llorar ahora. —Gracias a Dios fue más una táctica de miedo. Una silla raspa el suelo y luego los brazos de Michelle me envuelven. Las lágrimas corren por mis mejillas. —¡Trabajé duro para conseguir este trabajo, maldita sea! Escuela nocturna, trabajar en tres lugares por el salario mínimo para llegar a fin de mes, ¡y todo se acabó por culpa de ese maldito hombre! Vete a la mierda, Gerson Spencer. Si tan solo pudiera hacer retroceder los dos últimos ¡Años y sigue caminando en lugar de entrar en esa maldita cafetería! —Está bien, cariño. Saldremos de esto—ella acaricia mi cabello reconfortantemente. La miro entre lágrimas. —¿Estás segura de que no te estorbare en el camino? Sé que necesitas todo el espacio disponible cuando tienes estos proyectos masivos. —Estoy entre proyectos ahora. Mira alrededor. —Cierto. —Bien. Y aunque estuviera trabajando, siempre tendré espacio para ti. No he olvidado tu amabilidad conmigo cuando pensé que iba a perder la cabeza, Cindy. Te tengo, cariño. —Gracias. Aunque desearía conocer mi don como tú. Ya sabes, mi vocación. Algo que pueda hacer que me haga feliz y me dé suficiente dinero para no depender de un horario de nueve a cinco. —No todo es glamour. Trabajo por comisión. Y rezo para que nunca llegue el día en que la gente ya no esté interesada en el macramé y el crochet. —Simplemente creo que hay más en mi vida que ser una secretaria y asistente administrativa eficiente. —Bueno, tal vez ese sea tu regalo. No todo el mundo sabe lo que se necesita para organizar una oficina—vuelve a su asiento y me mira a los ojos—. Creo que deberíamos ir a la policía mañana. Estos matones son cada vez más imprudentes. Y son peligrosos. Implacable. No quiero que te pase nada, cariño. Creo que es hora de involucrar a las autoridades—dice. —No quiero...—empiezo a sacudir la cabeza, el miedo deslizándose dentro de mi pecho. —Tenemos que. Y no aceptaré un no por respuesta— argumenta Michelle. —Al menos déjame pensar en ello. —Está bien, cariño—acepta antes de levantarse y dirigirse a su habitación. Michelle limpia mientras yo cambio los canales. Ella regresa a la sala para desearme buenas noches antes de regresar a su habitación. Despierto y demasiado ansiosa por dormir, hojeo sin pensar los canales de noticias. Mi corazón se hunde con los informes de actividades criminales que se extienden por la ciudad, y nadie está exento. Cuando apago la televisión en medio de un reportaje sobre una familia encontrada muerta en su sótano después de un allanamiento de morada que salió mal, estoy nuevamente llorando. Huelo mientras me arrastro hasta la cama. Me quedo mirando el techo oscuro durante lo que parece una eternidad, las lágrimas corren por los lados de mi cara hasta la línea del cabello. Hay gritos aleatorios de las sirenas de los vehículos de emergencia mientras corren de una escena a otra. Me siento muy afortunada de estar viva cuando recuerdo lo cerca que estuve de convertirme en una estadística esta noche. Mi cuerpo podría haber estado tirado en algún callejón frío y sucio. Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que Michelle tiene razón. Mañana iremos a la policía.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD