Carreras clandestinas

3864 Words
FAITH. Salí del baño corriendo con la toalla blanca enrollada sobre mi cuerpo. Estaba atrasada.  Traté de vestirme lo más rápido que pude, pero mi equilibrio no me ayudaba. Cepillarse el cabello parece una tarea fácil, pero no lo era, para nada. Literalmente, era un dolor de cabeza. Reí ante mi chiste mental, luego fruncí el entrecejo frente al espejo. Necesitaba amigos. Definitivamente. Suspiré mientras acomodaba mi cabello. No era para nada gracioso lo que me sucedía, de verdad, hasta me daban ganas de llorar. «Cada día estoy más calva.» Negué con la cabeza. Me quejé al instante. El dolor que tenía en el cuello me estaba pasando la cuenta. Me sentía como el burro de la película Shrek cuando ladeaba el cuello y se quedaba así por unos segundos. Tomé mi estuche con maquillaje y lo guardé dentro de mi mochila. Me senté sobre la cama unos segundos. Ya no tenía intención de volver a levantarme. La pereza me tenía dominada por completo. No quería más clases, no quería seguir respirando si la vida se trataba de solo trabajar duro hasta morir. Prefería pasar a la última parte para evitar todo el sacrificio. «Vamos, sólo cuatro meses más de esta mierda y terminarás tu penúltimo año en la maldita universidad.» Bufé con fastidio. Ni siquiera servía para motivarme a mí misma. Ya podía empezar a elegir el color del ataúd en el que quería que guardaran mi cadáver. Gruñí ante mis pensamientos. A veces era tan pesimista que me daban ganas de arrojarme a un pozo. Quería faltar a clases y estaba dispuesta a hacerlo… o lo estaría de no ser por dos cosas. Número uno: mi padre me mataría. Número dos: Hailee me mataría. —Que alentador... —susurré para mí misma con sarcasmo. Me levanté con rapidez para evitar pensar en lo cómoda que se encontraba mi cama en ese momento. Tomé mi mochila y las llaves del auto que mi padre me compró hace unos meses. De no ser porque puso un rastreador en algún lugar del auto, yo en este momento estaría en el último piso de la torre más alta de Dubai. Já, no era cierto. La verdad era que ni siquiera tenía una oportunidad de escapar, antes de eso sus gorilas me taclearían como en un juego de fútbol americano. Bajé cautelosamente las escaleras para evitar encontrarme con mi padre en el pasillo y corrí hacia la cochera para liberar a mi preciado BMW i8 n***o de su corral. Me subí en él y me dirigí hacia la universidad aprovechando todos los semáforos en rojo para maquillarme y no parecer un monstruo. Antes de llegar al auditorio en donde el profesor Charles Dawson explicaba sus clases de bioquímica, un pervertido simio machista que creía que en pleno siglo veintiuno una mujer necesitaba de sus halagos no solicitados, trató de ligar conmigo en el estacionamiento de la universidad. Momento tedioso. No encontré a Hailee en ningún lugar del auditorio, por lo que, en realidad, sí estuve atenta a lo que el profesor explicó. Cuando concluyó la clase, permanecí sentada unos segundos mientras le enviaba un mensaje a la rubia fugitiva.                                                                                                                                             ¿Dónde estás? 10:02 ✔️   Los mensajes no le estaban llegando. Seguramente tenía el celular en modo avión para que nadie la molestara. Me levanté de las butacas con cuidado porque siempre se quedaban mis pertenecías atrapadas cuando esta se cerraba. La correa de mi mochila negra estaba algo corta. Arreglé la medida y acomodé ambas correas en mis hombros. Odiaba con mi alma los pasillos rebalsados de gente caminado distraídamente como si los demás no tuviéramos prisa. Me hastiaba la gente que no se movía a mi ritmo. —¿Dónde estás, rubia? —pregunté para mí misma. Mi cuerpo se estrelló contra un duro pecho oculto tras una camiseta negra, desestabilizando mi cuerpo. Antes de caer al suelo, sus brazos sujetaron mi cintura y me levantaron hasta quedar frente a frente. Lo observé con los ojos entrecerrados. A ese chico yo lo había visto anteriormente, pero no recordaba en dónde. Su cabello n***o estaba corto y peinado hacia arriba, sus ojos eran de un color avellana demasiado llamativo, su nariz era recta y fina, encajaba perfectamente con las facciones delicadas de su rostro, su mandíbula estaba marcada, sus pestañas eran largas y rizadas, sus cejas estaban sutilmente pobladas y sus labios… sus malditos labios eran los más maravillosos que había visto en mi vida, con un lunar a un centímetro de su comisura derecha. Por la forma en la que me sostenía, deduje que era zurdo. —Deberías tener más cuidado y fijarte por donde caminas, nena. —susurró a centímetros de mi boca y reconocí su voz de inmediato, fue exactamente ahí cuando la burbuja en la que estábamos explotó. —Un segundo… —lo alejé bruscamente de mí—. Eres el pervertido del estacionamiento. Alzó ambas cejas con una expresión divertida en su rostro. Quise golpearlo al instante en su bonito rostro de modelo. Debería ser un crimen que los fantoches machistas como él tuvieran una apariencia física tan… llamativa. Era publicidad engañosa. Si supiera quién era su creadora, la demandaría por fabricar semejante bombón maligno. —Soy Jason Mackay, cariño. —extendió su mano. —Escucha, imbécil —lo tomé por el cuello de su remera y lo acerqué con rudeza hacia mí—. No vuelvas a llamarme cariño, es más, no me vuelvas a dirigir la palabra en tu maldita vida, ¿entendido? Bien. Lo solté repentinamente haciéndolo perder un poco la estabilidad de sus piernas y me alejé de él, sabiendo que lo había dejado perplejo con mi advertencia. Irritada y enfadada, así estaba, completamente irritada porque un imbécil que se creía el dueño del mundo consiguió arruinar mi mañana y enfadada porque mi mejor amiga me abandonó por un troglodita que sentía demasiada atracción por las rubias. Observé desde lejos como el cabrón le acariciaba la cintura como si ella fuera de su propiedad. Ella se percató de mi presencia y me guiñó el ojo mientras ladeaba la cabeza en dirección a Connor para indicarme que ya lo tenía dominado por completo. Él también se percató de mí y me saludó con la mano que tenía libre. Rodé los ojos. Se la contaría si pudiera, de eso no existía duda. De hecho, le hubiera cortado ambas manos y el pene para que no volviera a tocar a mi mejor amiga de toda la vida con ninguna de sus tres asquerosas extremidades. —Esta te la cobraré, Hailee Scott. —musité en su dirección. Ella me miró divertida y asintió con la cabeza. Luego de eso, le cobré la palabra. Oh sí, damas y caballeros, mi delicioso postre de chocolate y yo, se lo agradecimos. Sí, sabía a la perfección que no era nada para ella ni para mí porque prácticamente nos estábamos pudriendo en dinero, pero nada cambiaría el hecho de que ella me compró un postre. Permanecimos las últimas dos horas de clases en química orgánica, y tenía que admitir que realmente nos tenía aburridísimas. A veces olvidaba las razones por las cuales decidí estudiar Bioingeniería junto a Hailee. Mi mente comenzó a divagar cuando recosté mi cabeza sobre la mesa del pupitre. ¿Qué hacía ese pervertido en la división de UCLA que era solo para ingenieros? ¿Qué estudiaba para estar en esta parte del campus? (…) Las horas pasaban y yo solo observaba desde mi cama como el cielo poco a poco se oscurecía por la llegada de la noche frente al balcón de mi habitación. Después de… él, yo había prometido no volver a ese mundo de las carreras clandestinas por temor a que el secreto de mi identidad se descubriera. Confiar en ese chico fue lo peor que pude haber hecho, pero ¿en realidad estaba dispuesta a perderlo todo por una carrera? ¿Conducir a toda velocidad podía perjudicarme tanto como temo? «¿Y si me arriesgo y gano? ¿Y si me arriesgo y pierdo?» Siempre escuchaba a todo el mundo decir que valía la pena hacer lo que nos gustaba, por más que los obstáculos fueran grandes y, por supuesto, mi caso no sería la excepción. Me acerqué al armario y abrí una de las puertas que estaba cerrada con llave. Era en donde solía ocultar mi otra identidad. En esa parte del armario existía ropa que mi padre jamás me permitiría utilizar, por suerte C.J sí podía. Cerré los ojos mientras sentía la textura de los vestidos bajo las yemas de mis dedos. El olor era majestuoso, lleno de recuerdos vivos y palpitantes en mi mente y corazón. Tomé la camiseta negra y trasparente, junto con un sostén tipo deportivo de color blanco con una franja negra en la parte superior, la peluca negra, larga y ondulada, las lentillas verdes y cerré nuevamente la puerta con llave. Me dirigí al otro extremo del armario y busqué una minifalda de mezclilla azul descolorido, un cinturón n***o y un par de zapatillas blancas de marca Nike. Después de vestirme, sostuve la peluca negra entre mis dedos y la ajusté perfectamente a mi cabeza. Utilicé mis lentillas de color verde y maquillé mi rostro hasta dejarlo con mucho esfuerzo lo menos parecido a mí. Era difícil tener que convivir con dos identidades en mi cuerpo, pero era la única solución para poder hacer lo que me gustaba sin ser descubierta. Salí de mi cuarto silenciosamente y abrí la puerta de la habitación de mi padre. Estaba dormido. «Perfecto.» Entré a mi cuarto nuevamente y salté por el balcón con una agilidad bastante entrenada. Caminé con mucho cuidado por el patio para esquivar las cámaras de vigilancia que mi padre tenía alrededor de toda la casa. Cuando me encontré fuera del radio de vigilancia, corrí como alma que lleva el diablo hasta el almacén en donde guardaba mis trofeos ganados en las carreras clandestinas. Entré en él y liberé a mi precioso Chevrolet Camaro SS V8 blanco. Al llegar al recinto, me estacioné en mi lugar favorito y miré a mi alrededor, en busca de Hailee. La música bombeaba dentro de mi pecho y los gritos de emoción se escuchaban en todo el lugar. Las personas bailaban totalmente extasiadas y sus cuerpos sudorosos por el calor de la fricción brillaban a lo lejos. Me bajé del auto al divisar a mi mejor amiga sentada sobre el capó de su auto charlando con un chico. —¡Eh, teñida! —llamé su atención— ¡Me dejaste abandonada por ese imbécil! —¿Podrías culparme? ¡Está como quiere! —rodé los ojos con diversión— ¡Eh! ¿Qué no es ese el chico nuevo? Giré disimuladamente sobre mis talones y observé con recelo al pelinegro que se acercaba a nosotras. Oh, no. Esto no podía ser cierto, no podía estar pasando. Jason Mackay estaba a unos metros de mí, riendo a carcajadas junto a un castaño que parecía ser… ¿Connor? ¿Qué está haciendo ese chico con Connor? ¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Debo preocuparme? —Debo irme. Me alejé lo más rápido que pude de aquel sector para evitar encontrarme con ese maldito estorbo pelinegro. Me preocupaba que pudiera reconocerme. Sabía que era casi imposible que lo hiciera porque Connor llevaba más tiempo viéndome el rostro y jamás se había percatado de que la chica pelinegra que corría en las carreras era yo. Mi respiración agitada me alarmaba un poco, no era bueno que me alterara por situaciones hipotéticas que aún no sucederían. Mis ojos se mantuvieron fijos en cada paso que daba sobre el oscuro y deteriorado pavimento. Cuando visualicé otro par de pies frente a mí, escondidos dentro de unas zapatillas Adidas Lite Racer 2.0 de color n***o con las tres franjas —muy reconocidas de la marca— blancas, ya era muy tarde, mi nariz ya estaba casi incrustada en el torso del desconocido. Torso que curiosamente le pertenecía a la misma persona de esta mañana. Él logró sostenerme antes de caer. Su estúpida sonrisa era tan grande que me hacía pensar que quizás no le caía entre los labios. Nuestros ojos se encontraron y me sentí desnuda frente a su mirada. Mi cuerpo se sacudió ligeramente debido al escalofrío que lo recorrió en ese preciso momento. Me observó durante tanto tiempo que temí que me hubiera reconocido. «Maldita suerte de mierda la que traigo hoy encima.» —Ten cuidado, preciosa. —dijo. —Piérdete, imbécil. —escupí, antes de girar sobre mis talones para alejarme de la amenaza que era Jason Mackay en mi vida. —¡Espera! —gritó— ¿Sabes quién es ese chico del que todos hablan? Alcé una de mis cejas. No entendía de qué demonios hablaba ni la razón de querer entablar una conversación conmigo después de haberle dado una bofetada a su ego. Seguramente estaba drogado o algo parecido. Él continuaba mirándome expectante, esperaba que yo respondiera su pregunta. Luego de analizarla durante unos breves segundos en mi mente, algo hizo click y comprendí con exactitud lo que él quería saber. Bufé con diversión y un poco de sarcasmo. —¿Qué te hace creer que es un chico? —Si fuera una chica no tendría sentido. —se encogió de hombros. Fruncí el ceño. Su forma de pensar era la que no tenía sentido. Cuando escuchaba comentarios así, sentía ligeras cosquillas en mis nudillos que me incitan a golpear a alguien en el rostro. A la distancia, Hailee me hizo señales con las manos con la intención de asegurarse de que todo entre Jason y yo estaba bien. Asentí disimuladamente en su dirección. Jason merecía que le diera una lección para que dejara de subestimar al sexo femenino y yo estaba dispuesta a dársela.  —Estamos en el siglo veintiuno, fantoche. Las chicas puedes hacer lo mismo que los chicos y mejor. —Quisiera ver eso. —ladeó la cabeza mientras sus brazos se cruzaban sobre sus marcados pectorales. —Corramos entonces. —propuse. —¿Eres tú esa chica? —Si. —No puedo creerlo. —comenzó a reír, y la incredulidad era evidente en su rostro. —¿Crees que no te puedo ganar? —Tú lo has dicho. —la arrogancia brotó de su voz. —Bien, entonces mueve tu trasero para que podamos comprobarlo. —¿Por qué no hacerlo más interesante? —lamió sus labios— Apostemos. —Yo no apostaré contigo. —respondí tajante. Lo miré de pies a cabeza con desprecio. Dio un paso hacia mí y no me aparté. Yo no era de ese tipo de chicas que se asustaban, porque la realidad era que no teníamos por qué temer de alguien como Jason. Sólo es un niñato arrogante que no había sido capaz de madurar por su cuenta. —¿Qué te pasa? ¿No se supone que eres la mejor? —preguntó desafiante— ¿O tienes miedo de perder contra mí? «Espero que tu auto no tenga frenos.» —Apostemos. Una amplia sonrisa apareció en medio de sus labios. Era incorrecto aceptar su propuesta, pero el orgullo no me permitía utilizar el raciocinio en esta situación en particular. El chico me había jodido el buen humor que tenía hoy DOS veces seguidas y no podía permitir que me humillara de la forma que él pretendía hacerlo al desafiarme con su ridícula apuesta. —Si yo gano... —me miró fijamente— te acostarás conmigo. Al escucharlo, un jadeo ahogado salió de mi boca. La palma de mi mano estaba preparada para acariciar su mejilla con fuerza bruta. No lograba asimilar como podía ser tan puerco. ¿Se suponía que ese individuo lograba gustarles a las chicas hablándoles como si fueran objetos de los que él podía sacar provecho en cierto momento y luego desecharlos? «Maldito mujeriego, casanova y prostituto.» —Eres un puerco —llevó su mano izquierda al pecho fingiendo estar ofendido—. Quiero tu auto. —Trato hecho. —Espero que no seas de los que lloran al perder. —No, lo que pasará será que te voy a follar tan duro que no podrás caminar durante tres meses. —solté una estruendosa carcajada. —Con tu micropene ni siquiera lograrás quitarme el sueño, coprófago. Me miró con el ceño fruncido al escuchar ese apodo. Al final, todo terminó siendo beneficioso para mí. Después de que Trevor Flynn recibiera el dinero de las apuestas y le pidiera a Chelsey Bass que agitara el pañuelo verde fluorescente, ganar fue muy sencillo. Bueno, no tanto, pero había logrado darle una buena cachetada mental a Jason y una patada en su orgullo de la que nunca se recuperaría, a no ser que me ganara, pero esa posibilidad era imposible. La multitud rodeó mi auto mientras yo descendía de él. Un chico en particular me fulminó con la mirada desde la distancia. Olía su desprecio hacia mí y, a decir verdad, eso se sentía vigorizante. Hailee apareció entre el gentío para abrazarme. —¡Bien hecho, C.J! —Soy un dios piadoso, así que podrás irte con Connor a tu casa. —Sólo lo aceptaré porque me conviene. Chocó su cadera contra la mía y se alejó para buscar al cabrón de Connor. Me dediqué a observar cada uno de los movimientos del chico. No confiaba en él y jamás lo haría. Existía algo que no me lo permitía, no estaba segura de sí era su aura o su forma de expresarse, pero por lo que deducía, era la única que creía que ocurría algo extraño con ese chico. Casi nunca permitía que Connor la escoltara dos cuadras antes de su casa —como solía hacerlo yo para que no nos descubrieran—, pero ya no podía privar a Hailee de hacer vida social. De eso ya se encargaba su padre. El pervertido Jason Mackay descendió del Ford Mustang n***o —ahora mío— echando humo por las orejas. Mi mente divagaba al mirar nuevamente el auto. No era de él. No lo era. Estaba casi segura de que lo había visto esta mañana montado sobre una motocicleta. —Ten, es la llave del auto de mi amigo. Lanzó la llave del auto en mi dirección. Levanté mi mano derecha para atraparla en el aire. Maldije una y otra vez al caer en cuenta de que ellos eran amigos. Definitivamente muy buenos amigos como para permitir que uno de ellos perdiera el auto del otro en una carrera. Jugué con la llave entre mis dedos. Hailee me mataría si le hiciera algo así a su adorado Connor. Extendí mi brazo con la palma de mi mano derecha abierta para que tomara las llaves que reposaban sobre ella. —No quiero porquerías. Su rostro se desfiguró. La satisfacción de verlo tan desorientado era…reconfortante. Solo cuando estuve en la privacidad de mi auto me permití suspirar. Estaba agotada. Hace mucho tiempo que no me convertía en C.J, olvidé lo mucho que me cansaba. Guardé el dinero que había ganado en la guantera del auto. Unas calles antes de llegar al taller secreto que tenía para esconder mis premios, noté como un chico en motocicleta me seguía por las solitarias calles del barrio. Decidí estacionarme a un costado de la vereda y me bajé dispuesta a enfrentar al imbécil que le parecía divertido acosar a una chica a esas horas de la madrugada. El chico detuvo su Harley Davidson en el momento que mis pies tocaron el pavimento y se quitó el casco de la cabeza permitiéndome observar aquellos ojos avellana que tanto me jodían la vida. —¿Qué no puedes dejarme en paz? —pregunté irritada— ¿No has podido superar que una chica te humillara frente a todos? Vamos, chico. Debes comportarte como un hombre. —Cállate. —masculló. —No me callara sólo porque me lo digas tú, cabrón. Sus piernas largas le dieron la posibilidad de acorralarme contra mi auto con solo dar tres pasos hacia mí. No estaba asustada, pero eso no evitaba que mi corazón latiera desbocado y que mi respiración se tornara agitada y jadeante. Estábamos cerca, muy cerca… demasiado cerca para ser sano. Acoso era la palabra correcta para describir ese momento. —Eres tú quien no debe hablarme de ese modo. No te conviene. —Aléjate de mí o te golpearé. No me provoques. —advertí. —Las chicas rudas me ponen. —susurró. Mi cuerpo se sacudió como si fuera un pez fuera del agua. Jason sujetaba mi nuca con fuerza mientras sus labios se movían con agilidad sobre los míos, curiosamente eran dulces. Eso contradecía su grotesca personalidad. Intenté separarlo con mis manos sobre su pecho, pero él tenía más fuerza que yo. Mis músculos se suavizaron y mis brazos se enrollaron alrededor de su cuello. Nos separamos por falta de aire, pero no duró mucho, ya que él volvió a besarme con desesperación. Sus besos descendieron hasta mi cuello y yo acaricié su espalda con deseo. No me malentiendan, era un asno y no merecía ni la más mínima compasión de mi parte, pero de que estaba bueno… pues lo estaba. Moví mis piernas para acomodarme mejor entre las suyas y mi rodilla rozó con algo bastante singular en su vestimenta. Tenía un arma en su cadera. No perdí mi tiempo preguntándome por qué rayos la tenía y se le arrebaté de un tirón. Una chica tenía que hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir en estos tiempos, quizás era un asesino que disfrutaba de descuartizar mujeres y enterrarlas en un bosque. Lo obligué a retroceder apuntando contra su entrepierna. Sus manos ahora estaban detrás de su cabeza. —Si me sigues te disparo. Tú decides. —No te atreverías. —No te atrevas a desafiarme. Le quité el seguro a la pistola. Mi corazón latía a mil. No era la primera vez que tocaba disparar un arma. Sabía cómo hacerlo, sabía la posición que debía adoptar para que al presionar el gatillo el arma no me hiciera daño, como controlar mi respiración, la mirada fija en el objetivo, en fin, todo. Aunque siempre tenía el temor de asesinar a una persona por accidente. Disparé a un costado de él, causándole un susto de muerte. Su rostro estaba pálido y estupefacto. —Serás perra... —murmuró incrédulo. —No te atrevas a seguirme. Retrocedí lentamente hasta llegar a mi auto y, sin dejar de apuntarle, me introduje en él. Cuando estuve a una distancia prudente para no ser alcanzada, lancé ese mortal artefacto por la ventanilla para evitar problemas y me dispuse a conducir al lugar al que originalmente me dirigía. Estaba molesta, irritada, hastiada y avergonzada por ese beso. Él no me reconocería al día siguiente en las clases, pero la vergüenza por haberle permitido ese tipo de acercamiento me carcomía las entrañas, el orgullo y la dignidad hasta morir. La palma de mi mano derecha golpeó el manubrio con rabia. Maldije mil veces dentro de mi auto sintiéndome como una verdadera estúpida por haber caído en el juego de aquel chico. —No debí permitir que me besara.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD