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Blurb

Él vivió toda su vida solo, apartado, marginado. Toda su vida ocultando algo que él odiaba, que desearía poder quitárselo, que le gustaría que desapareciera.

Toda su vida en el orfanato deseó una vida normal, como cualquier niño en un lugar así. Pero él no lo deseaba de esa forma. Él deseaba ser normal mentalmente, físicamente, humanamente...

Sus poderes le fueron otorgados sin su consentimiento, y por culpa de ellos fue tan solitario y misterioso. Nadie sabía de ellos, sólo él.

Brian Huston se obligaba a alejarse de la gente que podía llegar a ser importante para él, tanto que ya se le hacía costumbre alejarse de la sociedad. Se prohibía hacer amigos o tener algún lazo afectivo con quien fuera. Siempre que eso sucedía, alguien salía herido.

Miranda Cohen. La dulce, carismática, solidaria y bondadosa Miranda. Ella era una de las cabecillas en una organización de Ayuda al Medio Ambiente. La chica que le daba de comer a los pobres, la que recogía animales de la calle y les consiguía hogar, la que, sin importar quién fuera, le daba una mano.

¿Qué tiene que ver Miranda con Brian?

TODO. Ella es lo que Brian necesita para apagar su amargada actitud. Diferentes, pero a la vez similares. Estas dos personas tienen más cosas en común de las que ellos creen.

¿Qué pasaría si, por culpa de sus habilidades, pusiera a Miranda en peligro?

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Capítulo 1: Comienzos
Narra Brian Huston:   *A los siete años*   -      Vayan a lavarse las manos, niños. Es hora de comer. -avisó Olga, la monja- Sólo hay dos jabones, así que tendrán que compartir. Bueno, no tengo problemas en compartir, yo no soy mezquino... Avancé en la fila que se había formado frente al lavadero. Cuando tenía el jabón en mis manos, sentí un empujón y a continuación un gusto a metal en la boca. Me llevé la mano a los labios y me ardió. Me di vuelta y me di de frente con Dan, el grandulón del orfanato. Decían que mataba perritos, todos le temían. Él me acababa de empujar y por su culpa me golpeé la boca contra el lavadero. Busqué con la mirada a la hermana Olga, pero estaba distraída sirviendo los platos de comida. Dan me miró con odio y me arrebató el jabón, yo lloraba. -      La hermana no podrá salvar a su favorito. -se burló- Llora, nenita. Se puso a lavarse las manos mientras sus amigos reían. Yo tocaba mi boca, en serio ardía. Yo sólo quería irme, quería que me adoptaran para poder vivir en paz, alejado de Dan y sus abusos. Extrañaba a Mimi, la única amiga que tenía. La única que me ayudaba a soportar a esos simios grandotes. Ella los golpeaba, pese a su tamañito. Pero la adoptaron y quedé solo. - Más te vale no contarle a la hermana, enano. Mi enojo crecía, pero más que enojo tenía impotencia. Impotencia por no poder hacer nada contra él- O ya verás... Sentí una extraña energía fluyendo dentro de mí, como si mi sangre cobrara vida. Miré mis manos y había puntos rojos en cada una de las yemas de mis dedos. Por el rabillo del ojo, vi un pie que se dirigía a mi cara. Una voz en mi interior me dijo que usara mis manos, las extendí hacia el pie antes de que me tocara y Dan cayó al suelo, chillando como puerquito en un matadero. - ¡Me hizo daño! ¡Me hizo daño, hermana! -gritó Dan mientras se retorcía en el suelo. Yo estaba inmóvil viendo todo, ni siquiera lo había tocado- ¡Ayuda! - ¡Dan! La anciana hermana corrió hacia él y trató de tranquilizarlo. Cuando dejó de chillar y retorcerse, Olga le sacó el zapato. Yo estaba hecho una bolita en un rincón, mirando todo. Al sacarle el calcetín, notó que no tenía absolutamente nada. Le tocó el pie y volvió a chillar - ¡Tranquilo, Dan! ¡No tienes nada! Pero Dan siguió llorando y señalándome mientras la hermana Olga miraba confundida la escena. Sus amigos estaban en silencio, ya que ellos tampoco sabían lo que sucedía. Miré mis manos y los puntos desaparecieron. Ya no estaban, como si nunca hubiera pasado... *A los doce años* Ya era suficiente, estaba dañando gente sin querer y no era bueno. Era tiempo de controlarlo. No quería seguir alejándome de la gente. No tenía amigos, no tenía a nadie. Puse latas vacías que la cocinera me regalaba en el barril que había en el fondo del terreno del orfanato. No me importaba hacer ruido, ya que nadie me escuchaba. Me concentré en los puntos de mis manos, ya sabía cómo hacer que aparecieran. Me alejé unos metros y apunté a una de las latas con mi mano, me esforcé en sentir el cosquilleo que me producía en la sangre antes de que el poder fluyera. Iba a hacerlo, pero sentí la presencia de alguien. Bajé las manos inmediatamente y alcé piedras para tirarle a las latas y disimular. -Oh, Brian, aquí estabas... -dijo la hermana Olga- Estaba preocupada. -comentó mientras observaba, impresionada, la puntería que tenía. Cada piedra derribaba una lata con precisión- ¿Quieres seguir solo? -Sí. -contesté. Ella sabía que cuando me alejaba era para poder estar tranquilo y pensar con claridad. -Más tarde vendrá una familia a verte para decidir si adoptar o no –dijo y sonrió maternalmente. -Usted sabe que jamás me adoptarán –respondí, ella me miró con pena y con una sonrisa triste- Quiero estar solo, por favor. -Nos vemos en la cena, Brian. Asentí y ella se marchó. No dijo nada porque sabía que lo que dije era cierto. Con furia, apunté a una lata con la mano, un destello plateado salió de allí y explotó.  Bien, no sólo controlaba fuego, agua y viento, ahora también me salía una cosa rara de la mano.  ¿Qué más podré hacer?   *A los dieciocho años*   -Aprovecha esta oportunidad, pequeño... -me dijo Olga. La abracé como no lo hacía desde que era pequeño- Aunque no puedo decir pequeño a un hombre tan fuerte como lo eres tú, mi querido Brian... -sonreí y su cara se iluminó- Siento no poder hacer más por ti. -Me criaste toda la vida, Olga, no puedes hacer más. -suspiré- Muchas gracias por esta oportunidad. -Disfruta tu vida como universitario. Mi primo Clancy te dará un trabajo en su bar, es cerca de la universidad al igual que el departamento en el que vivirás. El primer mes está pagado, tú debes trabajar para ocuparte del resto. Él te irá a recoger en la estación. -me acarició la mejilla- Serás grande, pequeño Brian –dijo, el autobús hizo sonar la bocina- Adiós... -Adiós, hermana Olga, muchas gracias. Me subí al autobús que se dirigía a mi nueva vida en Denver. Sería un universitario y trabajaría para mantenerme, de ahora en más todo sería diferente. Bueno, no todo. Seguiré solo, no haré amigos ni nada que se le parezca. No voy a seguir hiriendo personas o poniéndolas en riesgo. Controlo mis poderes, conozco todo lo que puedo hacer, pero no los usaré más.   *Actualmente, a los veintiún años*   Al salir de la universidad, en donde estaba estudiando Arquitectura, me dirigí al bar para cubrir mi turno. Clancy no perdonaba las llegadas tarde, aunque parecía no quererme por el hecho de que yo era frío con todos. Bueno, no es que no me quiera, sé que si me meto en problemas él me ayudaría. Pero no quiero deberle nada a nadie, así que será mejor no meterme en líos. -Hoy trabajarás hasta las una de la madrugada, Brian, te pagaré extra. Joshua no puede venir y necesito personal. -dijo Clancy. -Está bien. Me puse detrás de la barra, preparado para servir las bebidas. No era la mejor vida, pero era la que tenía. Y, aunque la odiaba, y odiaba la maldición que tenía, debía sobrellevarla.

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