Capítulo 1

2393 Words
—Aquí esta su premio alteza Los hombres se inclinan con respeto hacia su rey después de dejar frente al trono lo que parece ser un saco de papas. Pero su contenido es muy distinto de lo que se presume. El cuerpo atado y amordazado de Anira se encuentra en su interior. Inmóvil y aún inconsciente del fuerte golpe que recibió en su cabeza al ser atrapada. Sucia y desprolija. Eso fue lo que describió Tobías al ver su interior después de desgarrar el fiambre, un cuerpo encogido por el frío y el dolor. Una persona, una persona de carne y hueso, una persona con la sangre del mismo color que la suya y con el mismo corazón palpitando en su pecho. Esperó algo distinto, algo como un ogro, una persona de color verde, algo con cuernos deforme y distinto, pero para sorpresa de Tobías que lo había visto todo aquello no tenía nada que ver con las historias que le contaron de niño. Un humano. Completamente igual a él Los pies descalzos de Anira están cubiertos de barro al igual que sus prendas desgastadas y desgarradas. La existencia de algo limpio se desvaneció en el bosque al igual que su cabello ahora amarillento por la humedad, cubría su rostro el cual permanecía oculto de la mirada de Tobías. El rey se inclinó con curiosidad apartando el cabello de la joven para encontrar solo piel manchada bajo un trozo de tela cubriendo sus ojos y boca. Ese palpitar en su pecho desconocido y ardiente se adueñó de su ser. El sentimiento lo hace sentir eufórico mientras sus ojos descienden hacia las cadenas que apresan el cuello, las muñecas y tobillos de aquella persona. ¿Por qué le escocía la piel? ¿Qué hay en esas cadenas que le causan tanto daño? La escuchó gruñir y removerse bajo su tacto, por lo que se vio obligado a retroceder un poco. Cuando fue niño se escucharon muchos rumores entre los pasillos del palacio sobre la existencia de seres mágicos con capacidades extraordinarias, igual que los cuentos de hadas que su padre le contaba. Seres místicos que no podían soportar el contacto del hierro sobre su piel. Braza caliente, ácido para marcar las reces, los debilitaba hasta el punto de dejarlos vulnerables frente a otras personas. Sin duda algo que nunca pensó ver hasta ahora... porque sólo eran cuentos de niños. —Tardaron mucho en volver. —Se levanta para ver a sus hombres. —¿Qué les tomó tanto tiempo? Amadeo no pierde tiempo, se inclina tomando con fuerza el cabello de la joven haciendo que ésta de forma violenta quede de rodillas frente al rey. La brusca sacudida hace que Anira gruña con dolor mientras la sangre mezclada con su propia saliva se escapa de su boca, manchando la tela y su barbilla. Se había roto el labio. —Mató a cinco de mis hombres y dos de mis mejores lobos. Tobías mira lo que hace su general. Es evidente el enojo que siente. Siempre ha sido consiente de lo bruto que puede llegar a ser, y no tuvo queja de esa salvajada en batalla, pero ahora mismo no deseaba eso. No necesita armar más líos. Se vuelve a inclinar frente a la mujer advirtiéndole a su general con sus penetrantes ojos dorados que se aparte. Los ojos de su rey le causan escalofrío. Amadeo, sin decir nada, obedece. —No puedo creer que sólo una joven les haya causado tantos problemas. Ingenuo, se toma la libertad de quitarle el vendaje de los ojos. Sus hombres aturdidos por su atrevimiento se ponen en guardia a su alrededor, listos para defender a su señor de cualquier incidente. Pero en el estado en que se encuentra, Tobías está más que seguro que la joven no intentaría nada. La joven mujer parpadea para acostumbrarse a la luz que entra por las grandes ventanas del castillo. Y sin decir una sola palabra cautiva por completo a Tobías cuando sus ojos grises lo miran fijamente. Es la primer vez que un tono tan peculiar se encuentra en los ojos de algo considerado su igual, había visto distintos ojos, pero nada se comparaba con eso. Ahora está consiente de que puede ser un demonio con la capacidad de trastornar a un ser humano. Anira no pudo evitar hacer lo mismo, inclinó un poco la cabeza hacia un lado estudiando el aspecto del hombre frente a ella. Pudo escuchar a los hombres mencionar que estaban al servicio de un hombre... ¿Entonces el es ese hombre?, ¿él es el rey? Su decepción fue tal que le cruzo el rostro de forma extraña. Esperó algo más imponente, a alguien con túnicas largas que tenias que cuidar de no pisar, coronas en su cabello, joyas adornando su cuerpo, pero en su lugar sólo había un hombre con ropas simples y botas normales. No encontraba algo que pudiese llamar su atención hasta que descubrió sus ojos dorados mirándola fríamente. Eso si fue interesante. Tenía deseos de mirarlo más de cerca, pero aquello no se lo pudo permitir. El miedo paralizó su cuerpo causándole una rigidez espantosa cuando su seriedad penetrante alcanzó su alma con garras y dientes. Una sensación que cuestionó al creer que no sólo ella tenía la capacidad de quitar el habla. —Llévenla a mi aposento. Tobías termina de quitar la tela se su rostro y encuentra unos finos labios magullados por sus propios dientes. —Alteza... —¿Qué ocurre, Amadeo? Se aparta. —Debemos considerar llevarla al calabozo... —Se acerca a su rey con intensiones de tocar su hombro, pero sólo recibe una clara advertencia de sus ojos —Por su seguridad. —La quiero en mi aposento, que se encarguen de limpiarla y ponerle ropa. Amadeo abrió sus ojos con sorpresa. —Señor... Pero sus palabras se vieron calladas en cuanto los ojos del hombre erguido frente a él lo miraron fijamente una vez más. El hombre ya se consideraba muerto para entonces. —En seguida, su alteza. La joven fue levantada del suelo para ser llevada al aposento del rey donde mujeres que servían a su alteza la esperaban dentro. —Si intentas algo, yo mismo me encargaré de asesinarte. —Mira a las mujeres. —Su alteza ordena que la atiendan. Soltó las cadenas que ataban el cuerpo de Anira y se alejó, cerrando la puerta para que las mujeres se hicieran cargo. Fue entonces que pudo respirar con tranquilidad. —Estos hombres de hoy en día son como animales. Observa a las mujeres frente a ella, quienes se inclinan como saludo al presentarse. —Soy Beth, ellas son Clara, y Judith. —Señala a las otras dos junto a ella —¿Cuál es tu nombre? —Anira. La voz apena fue un susurro. —Está bien, Anira —La mujer se acercó. —No tengas miedo. Se dejó hacer, no encontró peligro en esas mujeres. La desvistieron e hicieron que entrará a una tina con agua caliente llena de pétalos de rosas. La tensión de su cuerpo se relajó al momento de que quitaban la suciedad de su cuerpo hasta manchar el agua de barro. Las marcas desaparecieron momento después de salir del agua, pero aún la sensación de ardor seguía latente como un recuerdo en su cabeza. No desea tenerlas cerca otra vez. —Te vez mucho mejor. La voz de Tobías irrumpe en su propio aposento. Las mujeres que habían estado a cargo de limpiar a la joven se retiran en silencio. Anira aún subía por su hombro la manga desencajada de su ahora vestido blanco. Se giró en cuanto vio el reflejo del rey frente al espejo. En ese momento Tobías creyó quedarse sin aliento. La escasa piel expuesta fue insignificante, no era necesario ver más para que le robara el aliento. Se sintió extrañamente atraído por la mujer frente a él. Lo que era antes ya no estaba y ahora pudo observar con más claridad su belleza. El vestido cubría sus manos extendiéndose la seda blanca hasta sus pies. Una línea fina descubría su pierna derecha de forma discreta y algo sensual. Su cabello inmaculado descansaba en una trenza sobre su hombro y a pesar de estar descalza se veía igual de bien. Tobías se acercó unos pasos al salón, para ese entonces Anira se percató de la copa que el rey dejaba sobre una pequeña mesa. —Siento mucho que mis hombres te hayan tratado así. —Se sienta en su sofá sin dejar de ver a la hermosa mujer que se aprisiona contra la pared. —Soy Tobías De Argos, rey de este lado Sur. El hombre espero paciente hasta que una voz muy baja le dijo: —Anira. Tobías sonrió y el suspiro que escapó de sus labios lo desconcertó. Estaba más que satisfecho de que la joven entendiera su lengua. Creyó que se encontraría con un bruto sin léxico ajeno a todo, pero que haya mencionado su nombre quiere decir que podía claramente entenderlo. —Hace mucho tiempo mi padre me contó historias sobre ustedes y su capacidad de ayudar a un público. —Se levantó, y la joven retrocedió más diciéndose así misma que si algo malo pasaba ella sólo iba a defenderse. —Un pueblo que vivía en armonía con su gente, no existía la diferencia sólo personas conviviendo entre sí, nada más. Anira sintió sus dedos clavarse en las duras rocas como si de barro se tratara. ¿Qué tenía ese hombre en la mirada que le causaba tanto miedo y curiosidad a la vez? —Yo quiero cambiar las cosas, quiero de tu ayuda para que esto vuelva hacer como era antes. —¿Qué? —¿No te gustaría que tu pueblo y el mío sean uno solo? —Se acerca más sin apartar la mirada, ambos ojos viéndose fijamente. —¿Que no haya más guerras, más dolor o sufrimiento ante lo desconocido? —Eso no es posible —¿Por qué? —Ustedes tiene una forma muy extraña de ver el mundo. No creo que sean capaces de ayudar a nadie distinto a ustedes. Sólo buscan su propio beneficio. —Aseguró Anira permitiéndose por un instante observar las botas de cuero n***o que cubría los pies de Tobías mientras los suyos se mantenían descalzos sobre la alfombra azul La necesidad de distraerse de esos penetrantes ojos la abrumaban. —Es cierto que existió un pueblo unido, pero las cosas cambiaron por el egoísmo de las personas. Tobías se mantuvo observado sus rasgos demasiado finos para alguien que vivía en el bosque. —Necesito de tu ayuda. Haremos un trato tú y yo... Tobías colocando sus dedos bajo la barbilla de Anira hace que sus ojos vuelvan a encontrase, y el impacto que recibe es demasiado grande para un simple humano cuando esos cristales brillan cual luna al anochecer guiando a los lobos a su claro aullido. Estaba cautivado, demasiado entregado. —Eres hermosa. —Se le escapó decir. Posó su mano libremente sobre la mejilla de Anira y esta se tinta de rojo ante tal osadía de aquel hombre. El tacto le eriza la piel al instante y sacudiendo su cabeza cual embrujo se aparta. Necesitaba respirar. Tobías parpadeó para concentrarse, necesitaba llegar a un acuerdo mutuo. —Necesito tu ayuda. —Vuelve a repetir. —Por que debería hacerlo. ¿Qué tendré a cambio? —Libertad, respeto. —Tobías se acercó pensativa a la copa de cristal sobre la mesa. —Podrás vivir en palacio, caminar tranquilamente por el pueblo... —No quiero. —Puedes ser uno de nosotros. —No El suelo retumba bajo sus pies y Tobías suspira con temor. No es momento para hacer enojar a la mujer que fácilmente le puede arrancar la cabeza. Ya asesino a cinco de sus hombres que importaba uno más. Tomó la copa y el líquido bajo por su garganta. —Yo no soy como ustedes que se creen dueños de las tierras que invaden, de los frutos que cosechan, de las guerras que provocan, de los animales que habitan estas tierras. —La mirada que se compartieron fue tenebrosa. —¿Cómo podría ayudarles a seguir siendo tan egoístas? Tobías suspiró, estaba agotado, había salido de una habitación donde solo se acumulaba el trabajo y las demandas, no quería más agobio. Acercándose a la pared en donde estuvo Anira, pudo apreciar las marcas en las frías rocas. Eso definitivamente no era posible. —Hablas de egoísmo cuando has sido tu la que has arrebatado la vida de cinco hombres y dos perros. —Ríe sin humor. —¿Eso no es ser egoísta? Dejar a mujeres solas sin la protección de sus maridos y también a niños huérfanos sin sus padres. Tobías la miró, esperaba atento una reacción. Estaba jugando con fuego, lo sabía muy bien, pero ya no podía callar su boca. Se empezaba a molestar. —Habla. —Exige. —Yo no invadí primero. —Tienes razón. Han sido mis hombres los que han atacado primero... —Mi hermana está muerta. —Lo interrumpe —Nosotros no hemos hecho ningún daño. Pero las palabras del rey la quiebran por completo: —Es lo que ocurre cuando nos vemos amenazados por lo desconocido. Se sorprende, sus ojos aquietados se cristalizan. La rabia recorre el rostro de Anira de una forma violenta. Eso no es parte de ella, eso nunca antes había estado dentro de su ser. Siempre se consideró una persona amorosa y sonriente, pero cómo no sentirse fastidiada por la forma en que los demás la miraban. Ella ni su hermana, ni su pueblo amenazaron a nadie, se comportaron fielmente en ayuda sin esperar nada a cambió por miedo de ser cazados como animales. Apretó sus puños sintiendo las uñas clavarse en su piel. —¿Es lo que ocurre cuando no entienden a los demás? —Pregunta con lágrimas en los ojos. —Matan, esclavizan y daña... Anira se vio interrumpida por la caricia de aquel hombre una vez más. Tan absorta a su entorno estaba que no lo vio venir. A su rostro llego la calidez de un cuerpo humano y su mundo se desmoronó por completo. Lo miró a los ojos y por un intente olvido la tensión que había dentro de su ser. —Entonces ayúdame a entenderte a ti.
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