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Libérame, Amor.

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¿Puede un alma rota enamorarse?, o ¿aquellos trozos rotos romperá indudablemente aquel corazón que desee abrazar?.

Juliana es una joven millonaria la cual siempre lo ha tenido todo, excepto amor. Valentina es una devota dispuesta a sacrificar su vida por seguir el camino del señor, sin embargo, todo cambia cuando se enamora.

Ambas mujeres están completamente rotas de diferentes maneras, encadenadas a su pasado y obligaciones, gritando silenciosamente por ser liberadas, ¿Podrá el amor surgir entre las grietas de un corazón destrozado?.

Te invito a leer está historia repleta de culpa, drama, lujuria, pasión y sobre todo amor de las que estás dos amantes nos permitirán ser parte.

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Juliana: Sin ella.
El verdadero amor es tan caliente que te incendia el alma por completo y en medio de las llamas no te preguntas si sobrevivirás al incendio, ya que no te importaría morir en aquel caliente instante. Pero como todo fuego termina apagándose y de todo amor sólo quedarán cenizas que a veces luchas por apagar y aun así perduran. –¿Sabes que esto está mal?, ¿No es así? –preguntó ella apoyando su cuerpo contra la pared. Instintivamente, me acerqué lentamente hasta quedar a unos escasos centímetros de ella. Una de mis manos fue hacia su mejilla, mientras que la otra subió lentamente por su pierna y se hizo lugar dentro de su pijama. Tenía puesto un vestido largo blanco, no era nada ostentoso, solo una simple prenda que aun así le quedaba hermoso. –¿Por qué crees que esto está mal? –pregunté mientras las yemas de mis dedos se deslizaban por su piel, mi mano llegó a su entrepierna y mientras acariciaba su ropa interior acerque mi boca a su oído. –¿Esto se siente mal para ti? –susurré, ella negó. La observé de frente mientras sus mejillas se ruborizaban. –Me gustas –confesé. –Y no creo que eso sea un pecado –afirmé mientras ella me observaba. Su silencio tras mis palabras debieron haberme alertado, ella no respondió ante aquella declaración, ella no me correspondió. ¿Por qué no me correspondió?. Abrí mis ojos volviendo en sí, aquellas imágenes no eran más que un recuerdo. Conocí a aquella mujer en el cielo, nuestro amor nos introdujo en el más caliente infierno, pero aquel paraíso no duró demasiado y ahora mismo me encontraba perdida en la triste y solitaria realidad de una vida sin ella. Sé que todas las historias de amor suelen tener un orden general, aunque soy consciente que algunas se saltan ciertas etapas y experimentan otras muy diferentes, pero en su mayoría comienzan conociendo a esa persona casi por casualidad, enamorándose perdidamente de ella y viviendo un hermoso romance que usualmente termina con un final feliz. Sin embargo, mi historia comienza mucho después de todo aquello, partamos por el hecho de que ni siquiera tuvo un final, al menos no para mí, ya que continuaba perdida en las memorias de aquellos días. Esta historia comienza el día después de que Valentina rompiera mi corazón en mil pedazos. Esté no es el principio, sino el día después del fin. Mi nombre es Juliana Montoya López, soy hija de uno de los millonarios más importantes de México y aunque esta es la vida que muchos desearían tener, ese no es mi caso. De hecho, hace algunos meses intenté alejarme de todo esto introduciéndome en un establecimiento religioso, en el cual no encontré a Dios, pero si viví un milagro. Y como saben, cada milagro tiene su sacrificio, y el mío fue el distanciarme de la única divinidad que he conocido. Todas las personas que conocemos deberían venir con etiquetas de advertencia, aquello sin duda nos evitará mucho dolor, tendrían que tenerlos pegados justo en su pecho y decir algo así como “Cuidado: Romperé tu corazón” o tal vez en mi caso “Frágil tratar con cuidado”. Cerré mis ojos recordándola, sus ojos celestes habían robado mis pensamientos, sentía que enloquecería, ya que todo el tiempo los tenía en mi mente torturándome. Conocí a Valentina hace apenas unos meses y jamás creí que ella sería la primera persona que querría en toda mi vida. De hecho la primera vez que la vi, debo reconocer que la deteste, pero aquel odio se convirtió en amor y ese amor ahora mismo se había convertido nuevamente en odio, al parecer todo en la vida cumple un ciclo y esta no era la excepción. Me observé en el espejo por escasos segundos, mi vista estaba algo nublada debido al dolor de mis ojos hinchados de tanto llorar la noche anterior, ni siquiera la noche en que mi madre murió había llorado tanto, quizás porque apenas aún asimilaba su pérdida. Mi bronceado se había difuminado junto con mi sonrisa. Mis ojos marrones, ya no tenían ese brillo que me había acostumbrado, de hecho ni siquiera pude observarme en el espejo, ya que desvíe mi mirada avergonzada y finalmente salí de mi habitación en completo silencio. La mansión en la que vivíamos ahora mismo consiste de tres pisos y no teníamos ascensores debido a que mi padre decidió conservarla justo como la compro hace años. Prendí mi teléfono mientras bajaba las escaleras. El teléfono comenzó a sonar, una y otra vez sin detenerse. Me sorprendí al ver la gran cantidad de mensajes que tenía, comencé a responder algunos mientras entraba al comedor. –Ahora si puedes servir el desayuno, Alicia – comentó mi padre desde el otro extremo de la mesa, tomé asiento con mi mirada perdida en el teléfono. –Buenos días –dijo en voz alta, me demoré unos segundos antes de responder, ya que justo estaba escribiendo un texto. –Buenos días, padre –contesté con una pequeña sonrisa dejando el móvil sobre la mesa mientras me servían café. –Tú, muchacho – exclamé señalando a unos de los empleados. –Prepárame un auto. Saldré en media hora – ordené y él rápidamente salió de la habitación. –Hija, su nombre es Daniel – dijo mi padre llamando mi atención mientras mi mirada volvía a perderse en el móvil y largaba una pequeña sonrisa por los mensajes que me enviaban. –¿Disculpa, que decías? – pregunté notando que no dejaba de observarme. –Su nombre es Daniel –respondió con amabilidad antes de darle un sorbo a su café. –¿Y eso que? – pregunte a la defensiva. – ¿Acaso debo acordarme de los nombres de todos los empleados que tenemos? –pregunté elevando una de mis manos – Padre, hay más de treinta trabajadores – comenté de forma burlona y dejando escapar una pequeña sonrisa, la cual fue fingida. –Claro que no es necesario que recuerdes los treinta, mi niña. En eso tienes razón, pero para la próxima sería considerado de tú parte, si lees el pequeño cartel en su uniforme, allí podrás leer su nombre –me explicó. El modo pacífico en el que me hablaba me irritaba aún más, sentía que se dirigía a mí como si fuera una pequeña. –De acuerdo –contesté dejando escapar un suspiro de hartazgo y tomando mi móvil nuevamente, él se quedó observándome extrañado, ya que hace no teníamos una discusión como está. De hecho, en el tiempo que estuve con Valentina habíamos recuperado nuestra relación padre e hija gracias a ella, pero anteriormente no hubo relación alguna gracias a que él jamás fue un padre presente. Una vez había traído a Valentina a esta casa y llamó a cada empleado por su nombre, tal vez por eso me negaba a imitar aquella acción. Lo ignoré al menos por algunos minutos hasta que su presencia me fue tan fastidiosa que no pude continuar quedándome callada. –¿Necesitas algo, padre?– pregunté mirándolo fijamente. –Ayer no quise preguntar por qué asumí que era demasiado tarde y no quería incomodarte –comenzó a decir. –Entonces no lo hagas –interrumpí rápidamente desviando mi mirada, ya que el solo recuerdo de anoche me volvía débil. –Hija, ¿Qué fue lo que sucedió? –preguntó poniéndose de pie y acercándose a mí. –Nada – respondí desbloqueando el móvil e intentando desviar mis pensamientos para mantener la compostura. –Cariño algo paso, de otra forma no me hubieras llamado a la madrugada para que te busque, además creí que eras feliz en ese establecimiento, pero repentinamente decidiste volver – explicó él con voz suave poniendo su mano sobre mi hombro, algo en mi interior quería dejar entrar aquel héroe en mi cuento, al menos para hacer un poco más liviana la trágica historia que cargaba justo ahora, pero mi coraza, esa misma que se formó anoche luego de la pelea con valentina, no me permitiría dar ese paso de pedir ayuda. No iba a dejar que él supiera lo rota que estaba y mucho menos darle la razón. –Ahora entiendo todo, lo que a ti te molesta es el hecho de haber tenido que levantarte de tu cómoda cama por tener que buscarme – escupí con enojo tomando su mano y apoyándola sobre la mesa. Vi en su rostro y lo confundido que estaba justo ahora con mi respuesta, pero no me importo. Tenía tanto enojo en mi interior que apenas podía contenerlo y para su desgracia él estaba aquí en el momento equivocado a punto de ser la víctima de mi furia. –No, esa no es la razón –negó rápidamente. –Solo haces favores para luego echarlo en cara – comente poniéndome de pie.–Fue por eso que te insistí en que me busque el chofer –comente terminando mi café de un sorbo y arreglando mi vestido. –Hija –dijo él intentando hacerme volver en sí. –Finalmente, te comportas como un padre y lo arruinaste, de hecho jamás me buscaste en la escuela, en cumpleaños, en nada. Nunca antes lo hiciste y ahora solo crees que tienes el derecho de interrogarme por el simple acto de buscarme una vez en tu vida–terminé de decir con un grito que lo paralizó. Bajo su mirada avergonzada. –Lo siento, no era mi intención que todo terminara así –se disculpó para luego ponerse de pie y dejarme sola en la habitación. No importa donde estuviera, siempre dañaría a alguien. Me senté sobre la silla intentando beber el resto del café, pero mi mano temblaba de tal forma que apenas podía sostener la taza. Todo me demostraba lo débil que me encontraba, es porque con furia arroje la taza hacia el suelo con furia. Mire a mi alrededor, el personal me observaba asustados, sus miradas eran iguales a las de ella. No baje mi rostro, sino que lo eleve un tanto más alto, peine levemente mi cabello y con altivez camine hacia la puerta principal. Todo me fastidiaba el sol impactando en mis ojos, la voz del muchacho que me entregó el auto, el aroma que había dentro de él. En mi mente volvió a reproducirse la imagen de sus ojos y aquello rompió mi corazón por completo. Es irónico, ella rompió mi corazón y aun así lo único que deseaba era que fueran sus brazos los que me sanarán las mismas heridas que ella ocasionó. Encendí el vehículo y conduje hacia el convento. Anoche creí que hacía lo correcto al abandonar aquel lugar, pero ahora mismo sentía que me había equivocado. Mientras los kilómetros pasaban recordaba todo el tiempo que había compartido con ella. Recordé la primera sonrisa que me regalo, pero también el último llanto que derramo por mi culpa, Valentina era una mujer religiosa y yo parecía ser el diablo que la hizo pecar, al menos ese fue el papel que me tocó interpretar, sé que ir detrás de ella luego de que me alejó no parecía ser la mejor opción, sin embargo, no tenía otra opción, mi cuerpo, mi mente y mi alma me habían secuestrado ahora mismo y ellos eran quienes tomaban la decisión por mí. Luego de varios minutos estacioné el vehículo fuera del hogar de Valentina y observé hacia aquel enorme edificio mientras mi corazón comenzaba a latir con tanta fuerza que creí que se saldría de mi pecho. ¿Debería entrar?. Puse mi mano en la puerta y suspiré rendida. El verdadero amor te lleva a la locura, tu mente se hace polvo mientras tu corazón se vuelve trizas. ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué fue lo que pasó la noche anterior? y ¿sobre todo porque había vuelto hacia el lugar que me rompió?. Todas esas preguntas atravesaban mi mente mientras bajaba del vehículo y observaba en dirección de aquel edificio.

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