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La Princesa De La Naturaleza

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Grace Namandar, princesa heredera de Amatista tiene poderes elementales desde que nació sale en búsqueda de la razón por la que los tiene encontrando una gran aventura y el amor de su vida, ademas, salva el mundo del peor mal de todos.

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Prólogo
Era una noche de tormenta, los rayos iluminaban los cielos, parecía que este estaba a punto de romperse a pedazos y caer a la tierra. Esa misma noche la reina del Amatista se encontró en cama, peligraba su vida y la de su hija primogénita. El rey muy angustiado por no saber sobre lo que le pasaba a su esposa y estar consciente de que la vida de su hija corría peligro se dedicó a buscar una cura por todos los reinos, dio el mandato a sus mejores soldados, pero todos le traían la misma respuesta. -No encontramos nada majestad. Se movía inquieto de un lado a otro con lágrimas en los ojos al sentir como si la vida de su familia se le escapara de las manos. Un rayo iluminó el salón donde se encontraron y se acercó a la ventana captando bajo la lluvia algo extraño, había algo parecido a un camino de oro, oa lo mejor, un polvo dorado que le despertó la curiosidad. Decidió bajar y tomar su caballo aunque los guardias trataron de impedirlo, salió bajo la intensa lluvia. Cabalgó y cabalgó cada vez más alejándose de palacio y sin darse cuenta de su reino. Llegó a un bosque y se desmontó del caballo, la lluvia ya no era tan fuerte, pero aun sintió unas gotas caer. Se adentró al bosque siguiendo aquel camino de polvo dorado y llegó a lo que parecía un santuario. Había rocas colocadas estratégicamente formando un círculo con columnas. Se acercó más a una de ellas adentrándose al círculo y su caballo relinchó y comenzó a moverse inquieto. - Tranquilo, tranquilo. - Le tocó suavemente la cabeza al caballo. - Si no quieres seguir puedes esperar aquí. Dejó el caballo allí y volvió su atención a la roca, al tocarla sintió su textura diferente, entrecerró los ojos y vio grabados algunos símbolos en ella. Siguió verificando las demás y eran iguales, con varios símbolos y parecían muy antiguas. Pasó la noche en aquel lugar dejándose llevar a cabo por la curiosidad de aquellas rocas. El sol lo despertó y se puso de pie dándose cuenta que se había quedado dormido observando aquellas columnas. Levantó la vista y se quedó petrificado con lo que vio. En una de ellas había enredaderas de algunos árboles, en otra había mucho lodo por la tierra mojada, la otra dejaba caer un pequeño chorro de agua limpia y cristalina que no se veía de donde salía el agua, otra reflejaba la luz del sol como si brillara ante ella. Se hizo para atrás y se topó con otra columna, pero esta estaba muy fría, tanto que le hizo dar un respingo al tocarla y que se le erizara la piel, miró la que faltaba a su lado, esta no tenía nada de raro, intento tocarla y al hacerlo su piel se quemó, así que retiró su mano lo más rápido que pudo. Miró a las siete columnas y se quedó asombrado, para él era solo una leyenda de niños y antiguos reyes, pero sabía lo que eso significaba. Visualizó un pequeño camino a uno de los lados fuera de las columnas y se acercó, la tierra seguía húmeda por lo que resbaló por el barro, dio vueltas y vueltas hasta caer en algo plano, su ropa estaba toda rasgada y sucia, pero eso perdió importancia cuando vio una cabaña que parecía abandonada, se acercó a ella y cuando iba a tocar la puerta esta se abrió por si sola. Dentro iluminaba una tenue luz que le daba un aire sombrío al lugar, se adentró e hizo ademán de desenfundar su espada cuando escuchó una voz. - Sabía que vendrías. - No se escuchaba muy clara, pero podía entenderla. - ¿Quién eres? - Preguntó el rey mirando a todos lados. - Quien tiene la solución de tu problema. - En medio de aquella salita se encontraba una viejecita tejiendo y hablaba como si conociera al rey cuando no era así, nunca se habían visto y él lo sabía, pero si ella sabe cuál es su problema y tiene la solución ¿Por qué no escucharla? pensó el rey. - ¿La tienes? - Preguntó dudoso, la anciana levantó la vista y cruzó la mirada con la del rey. Un escalofrío recorrió su espalda. - Tu hija se salvará. - Le respondió la anciana - Pero debes darle a tu esposa ese elixir. Me tomó toda la noche hacerlo, pero ya está listo. - ¿Como? – Preguntó aún más dudoso, pero se acercó a la mesa donde le había indicado la anciana y tomó un pequeño frasquito de cristal con un líquido verde brilloso. - Si quieres salvarlas... a ambas, solo haz lo que te digo. - La anciana se puso de pie y se acercó al rey. - Pero debes tener en cuenta que toda decisión tiene consecuencia. - Lo sacó de la cabaña a empujones, cerró la puerta y cuando el rey reaccionó a sus palabras le quiso preguntar ¿Que significaba eso? Pero cuando se giró la cabaña ya no estaba, solo había un claro y las columnas a su alrededor. Su caballo relinchó captando su atención y miró el frasco en sus manos, si quería salvar a las personas que amaba debía correr. Tomó su caballo y cabalgó camino al castillo otra vez. Cuando llegó todos se le quedaron mirando sorprendidos por la apariencia del soberano, pero este solo corrió hasta la habitación de sus esposa entró en ella a paso veloz y se acercó a su cama. El rostro de la reina se encontraba pálido, sus labios resecos y sus ojos sin brillo. - Te vas a salvar, mi reina. Lo harás. - Susurro él poniendo la cabeza de ella en su regazo y besando su frente, la reina lo miró y trató de sonreír, pero solo se formó una mueca y no pudo emitir palabra alguna. El rey deposito un casto beso en los labios de su amada y luego sacó el frasco de sus ropas para vaciar el líquido en la boca semiabierta de la mujer. Ella hizo una mueca al sentir el sabor de aquella cosa, pero no se quejó. Pasó todo el día y la noche, y no había señales de que la reina mejorara, el rey llegó a maldecir aquella cosa. Ya casi rompía la aurora y él se encontraba sentado en la puerta de la habitación de su esposa, durante la noche los criados y guardias que cruzaban lo miraban con pena por su dolor, pero él no perdía la esperanza. Escuchó un ruido dentro de la habitación que lo hizo dar un salto de su asiento, se quedó mirando la puerta por unos segundos, acercó su mano lentamente para empujarla, una vez que ya estaba abierta levantó la vista y una sonrisa le dividió la cara. Su esposa estaba de pie, había recuperado su color habitual, sus labios ya no estaban morados y agrietados, sus ojos parecían brillar y tenía una sonrisa de alegría dibujada en su boca. El rey corrió a los brazos de su mujer y le rodeó con los suyos, la apretó fuerte con miedo a que fuera una mentira, solo un sueño jugando con su mente, la apartó de él y ella lucía radiante, a pesar de tener una bata blanca de seda y no su flamante vestido. La besó tiernamente como si fuera una muñeca de porcelana. - ¿Esto es real? - Le preguntó aun con la duda. La reina asintió varias veces y se acurrucó en sus brazos enterrando su cabeza en su pecho.  

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